Las últimas
investigaciones sobre el ADN canino han descubierto que los primeros perros
incursionaron en el Nuevo Mundo hace aproximadamente 15.000 años y lo hicieron
acompañando a los grupos de cazadores-recolectores provenientes de Asia. El
poblamiento del continente americano por los perros se llevó a cabo a través de
varias migraciones y no en único viaje. Con base en los estudios de ADN es
posible agrupar las diferentes razas caninas en cuatro grupos genéticos
(Fig.1).
Figura 1. Árbol genealógico del perro, según los datos obtenidos a través del
ADN. El perro común o itzcuintli, el perro maya
y el tlalchichi (A) pertenecen al Grupo I. El xoloitzcuintle es la única
raza que pertenece al Grupo IV. (Figura tomada de Valadez y Mestre, 2009).
A
través de los estudios de los restos arqueofaunísticos, las fuentes literarias
de época colonial y las representaciones iconográficas se han identificado
cuatro razas de perros en Mesoamérica. 1) El itzcuintle fue la especie más abundante en Mesoamérica, tenía un
tamaño medio y era muy parecido en aspecto a los perros “sin raza” que se encuentran hoy en día por todo
México (Fig. 2). 2) El perro maya fue muy similar al perro común mesoamericano,
pero con el rostro y cuerpo más corto y esbelto (Fig. 2). 3) El tlalchichi un perro de igual apariencia
a su ancestro, pero con las patas tan cortas que apenas lograba despegar el
vientre del suelo (Fig. 2). 4) Por último, el xoloitzcuintle es una raza endémica de Mesoamérica y se caracteriza
por la ausencia de pelo y la carencia de algunos elementos dentales, como los
premolares (Fig.3). Esta última especie es la más estudiada por la comunidad
académica, principalmente porque su morfología ósea particular permite una
mayor identificación. Cabe mencionar
que las tres primeras razas mencionadas han evolucionado de un ancestro común
(Fig. 1), mientras que el xoloitzcuintle
es la única especie que creó a partir de un ancestro diferente a las anteriores,
pero que en alguna posición genética comparten un ancestro.
Figura 2. Reconstrucción
de las razas del Grupo I. El perro común o itzcuintle (A), el perro maya (B) y el tlalchichi (C). Reconstrucción de Valadez
1995 (Imagen tomada de Ramos 2009).
Figura 3. Xoloitzcuintle (Imagen tomada de http://www.elperrosaludable.com/2012/02/razas-de-perros-xoloitzcuintle.html).
En Mesoamérica,
los perros (Canis lupus familiaris) y
los pavos (Meleagris gallopavo) fueron las únicas especies faunísticas
domesticadas, aunque existió la práctica de mantener en cautiverio animales
como venados (Odocoileus virginianus)
y puercos de monte (Pecari tajacu).
Los perros fueron animales de carácter polivalente y sumamente apreciados en
las comunidades. Por ejemplo, razas como el Xoloitzcuintle
necesitó de cuidados especiales, tal y como describe Sahagún en su obra: “Otros
perrillos criaban que llamaba xoloitzcuintli, que penitus ningún pelo tenían, y
de noche abrigánbalos con mantas para dormir [...].[1]”
Los perros fueron
utilizados tanto para labores domésticas y económicas como en actividades
religiosas. Por ejemplo, en las actividades seculares los perros se encargaron
de cuidar la casa y a sus dueños [2], participaron en la cacería “[…] los
perros, los cuales no saben ladrar ni hacer mal a los hombres y a la caza sí,
que encaraman las codornices y otras aves y siguen mucho (a) los venados y
algunos son grandes rastreando res […]” [3], fueron fuente de alimentos y
regalos preciados “[…] crían en sus casas perros naturales de la tierra, que no
muerden ni ladran, y los comen los indios y los tienen por mucho regalo […].[4]”
Y finalmente los perros, en ocasiones, fueron criados y engordados para su
venta y consumo.[5]
A
menudo suele pensarse que los perros fueron parte de la dieta cotidiana de los
pobladores mesoamericano. Sin embargo, la evidencia arqueofaunística y las
fuentes etnohistóricas señalan que estos animales no fueron consumidos como un
alimento común, sino como parte de una comida ritual (similar a los pavos), por
lo tanto, éstos animales fueron sacralizados para personificar a una deidad y
posteriormente ser sacrificados e ingeridos en un acto de comunión con el dios.
Los resultados de los análisis de isotopos estables, en los restos óseos de
perros recuperados en el sitio de Colha y
asociados a contextos rituales, sugieren que los perros destinados a ser
sacrificados tuvieron una dieta basada en maíz, mientras que los materiales
arqueofaunísticos recuperados en contextos seculares no hay evidencia de que el
maíz hubiese sido parte de su alimentación. Principalmente se solía sacrificar
y enterrar a los perros durante las ceremonias funerarias con el objetivo de
que este animal ayudase a los difuntos (probablemente sus dueños) a cruzar el
rio del inframundo, éste fue considerado el medio por el cual se establecía
comunicación entre la vida mundana y el
inframundo. En ocasiones, los perros fueron depositados completos, o bien,
algunas partes del cuerpo. Los restos arqueofaunísticos de perros a menudo
están asociados a entierros de guerreros en el centro de México. Aunque para el
área maya también se han identificado restos óseos de perros en entierros, por
ejemplo, los contextos funerarios de la estructura Fn-183 (presuntamente de
guerreros) del sitio arqueológico Xuenkal.
En
resumen, el perro estuvo estrechamente relacionado a la vida cotidiana y
religiosa en las sociedades mesoamericanas. Estos animales fueron compañeros de
caza, guardianes, proveedores de materias primas, alimento, símbolo religioso y
jerárquico, ofrenda de sacrificios, personajes de mitos, compañero de los
dioses o representación en vida los mismos.
Notas:
[1]
Sahagún, B. Historia General de las cosas
de la Nueva España. Barcelona: linkgua, 2009.
[2]
Ramos, C. El papel del perro (Canis lupus
familiaris) en la sociedad maya prehispánica de las tierras bajas del norte.
Tesis para optar al grado de arqueólogo. México: Universidad Autónoma de
Yucatán, 2009.
[3]
Landa, D. Relación de las cosas de
Yucatán. Mexico:
INAH, 2010.
[4]
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Sobre el autor:
Estudió Arqueología enfocada
en el área maya por la Universidad Autónoma de Yucatán. Actualmente estudia el
Master en Religiones y Sociedades por la Universidad Pablo de Olavide. Está interesado en la arqueozoología y en los estudios sobre religión.