martes, 5 de abril de 2016

El mecenazgo artístico de Felipe II


Monasterio del Escorial, grabado de Perret a partir de un dibujo de Juan Herrera

A lo largo de sus cuarenta y dos años de reinado (1556-1598), Felipe II patrocinó un sin fin de obras arquitectónicas, artísticas y científicas, culminadas con su gran proyecto del Monasterio de El Escorial. Tal acción e intensidad creadora fue únicamente posible gracias a la visión cosmopolita y global del monarca, que utilizó todos sus recursos para atraer a la corte a los mejores artistas de su época. El objetivo era claro, defender la primacía de la Iglesia Católica frente a la reforma luterana y legitimar el poder de la dinastía de los Habsburgo. Para lo cual fomentó la creación de un nuevo lenguaje artístico caracterizado por la sobriedad, la desornamentación, el rigor geométrico y el uso de proporciones matemáticas. Retomando los ejemplos de la antigüedad clásica, pero enfocándolos desde una óptica cristiana. Este estilo, que hoy conocemos con el nombre de herreriano o escurialense, tuvo su mayor exponente en El Escorial y en la figura de Juan de Herrera. Continuándose después en la labor de otros arquitectos de la talla de Francisco de Mora, Juan Gómez de Mora o Rodrigo Gil de Hontañón. Y ya más recientemente en los casos de Luis Gutiérrez Soto (Ministerio del Aire, Madrid, 1943) o Luis Moya Blanco (Universidad Laboral, Gijón, 1946), por citar dos arquitectos del siglo XX.

Gracias a su esmerada educación humanista y a sus viajes por otras cortes europeas Felipe II adquirió una conciencia artística y un gusto estético que lo diferenciaron radicalmente de sus predecesores, hasta el punto de convertirse en uno de los mayores mecenas artísticos de la segunda mitad del siglo XVI. Lo más relevante de su patronazgo fue la amplitud de campos en los que trabajó, abarcando desde la pintura, escultura y arquitectura, hasta el urbanismo o las artes decorativas. Pero también las relaciones que mantuvo con los artistas. Distinguiéndose, dependiendo del grado de intimidad y de la función desempeñada por las obras, tres diferentes niveles, a saber: patrocinio, coleccionismo y mecenazgo. El primero era la actitud más frecuente y tenía que ver con criterios funcionalistas de tipo público, conmemorativos, didácticos o de prestigio; el segundo aludía a criterios de tipo privado, de disfrute y de placer; y el último comportaba una relación directa con el artista, el cual dejaba de ser considerado como un mero artesano. Este punto es el que hace de Felipe II uno de los personajes más destacados de la Europa del siglo XVI, superando así el carácter medievalista de sus antecesores. Pudiendo citar como ejemplos de esta relación los casos de Tiziano, con quien mantuvo una intensa correspondencia o la protección que dispensó a Sánchez Coello, Navarrete el Mudo, Antonio Moro o Gaspar Becerra entre otros.

Además elaboró una política específica de patrocinio mediante una serie de organismos creados para tal efecto como fueron: la Junta de Obras y Bosques, la Congregación de El Escorial y el Consejo de Arquitectura, que tenían por misión controlar y supervisar todas las obras que se realizaban, impidiendo que se desviaran de su sentido programático, político e ideológico inicial. Con todo, no deja de llamar la atención que el propio monarca vigilara personalmente la disposición de los cuadros o que revisara su desarrollo, realizando todo tipo de anotaciones de su puño y letra. Lo cual nos habla bien de la importancia que concedía a la imagen regia y de la preocupación por el arte como signo de esta magnificencia, tanto de su persona como de su dinastía.

En su conjunto el programa artístico impulsado por Felipe II y su labor de mecenazgo no desmereció del realizado por los más destacados monarcas y papas de su época -baste compararlo con los planes de embellecimiento desarrollados por Sixto V en torno a esos mismos años en Roma- por lo que resulta inexplicable la tardanza histórica y la reticencia que determinados sectores han tenido en reconocer sus logros, máxime cuando la única justificación que han esgrimido siempre sus detractores se basaba en la tan manida “leyenda negra española”, fundamentada en las exageradas críticas vertidas por Bartolomé de las Casas, Antonio Pérez o Guillermo de Orange.

Por este motivo es necesario otorgar a la empresa artística desarrollada por Felipe II y a su labor de mecenazgo un valor trascendental dentro de la historia del arte. Puesto que fue capaz de crear un estilo propio distintivo del arte español, consiguió modernizar la producción de su tiempo formando a toda una generación de artistas, e hizo de El Escorial -a pesar del declive producido en el XIX con la Guerra de la Independencia y el reinado de José I Bonaparte, que dispersaron gran parte de su legado artístico- la base de la futura colección que hoy podemos admirar en el Museo del Prado.

Bibliografía

Checa Cremades, F. Felipe II, mecenas de las artes. Madrid: Nerea, 1993.

García Cárcel, R., y Bretos, M. La Leyenda Negra. Madrid: Anaya, 1990.

Morán Turina, J. M., y Checa Cremades, F. El coleccionismo en España: de la cámara de maravillas a la galería de pinturas. Madrid: Cátedra, 1985.

Imágenes


Monasterio de El Escorial, grabado de Perret a partir de un dibujo de Juan de Herrera


Sobre el autor:
Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo y licenciado en Arquitectura por la Escuela Técnica Superior de A Coruña. Actualmente cursa el Doctorado en Historia del Arte y Musicología en la Universidad de Oviedo sobre Patrimonio y Restauración Monumental.








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