martes, 17 de enero de 2017

La metrópolis frente a las Trece Colonias: antecedentes de la independencia

Tras la Guerra de los Siete años (1756 – 1763), un conflicto que estuvo presente desde Filipinas hasta el Mediterráneo pasando por el Índico y el Caribe, la necesidad de reorganización política y económica del Imperio Colonial Británico era evidente. Con la Paz de París (1763), se marcó el hundimiento del imperio colonial francés y el triunfo del poderío colonial inglés; sin embargo, esta victoria llevó al Imperio Británico a la secesión, pues sus estructuras se habían vuelto más complejas y la población se había expandido enormemente.

Además, las cámaras coloniales se habían convertido en una especie de Parlamentos, por lo que las colonias gozaban de una gran autonomía, algo que no agradaba especialmente a la metrópoli, pues el gobierno de Jorge III comenzó a plantearse la posibilidad (como ya hicieron Francia y España) de expandir el control político sobre los territorios coloniales para costear el proceso de centralización política absolutista por medio de la extracción de mayores beneficios fiscales y económicos. Para este fin se creó el Ministerio del Departamento Colonial, que tenía como función centralizar la información y facilitar la toma de decisiones en lo concerniente a las colonias.

De esta manera, Jorge III se propuso convertir las trece colonias americanas en lugares al servicio de la metrópoli, comenzando con este objetivo una carrera llena de nuevas leyes y prohibiciones. 


Retrato de Jorge III del Reino Unido por Allan Ramsay (1762)

En 1763 decretó determinadas tierras como reservas para indígenas, de modo que ninguna de las trece colonias reclamase los derechos sobre ellas. También se dictaron leyes para cambiar el régimen fiscal colonial y conseguir así mayores ingresos para costear los crecientes gastos de la nueva administración: una de ellas fue la polémica Ley del Azúcar (1764) cuyo primer objetivo era recaudar impuestos a través de la importación a las colonias de melaza provenientes de otras colonias no británicas. Aunque esta ley redujo la tasa a la mitad, hasta el momento apenas se había cobrado debido a una masiva evasión de impuestos por parte de las colonias, por lo que en realidad suponía la imposición de un nuevo impuesto. Además, con la misma ley se aumentaron los gravámenes a las importaciones de manufacturas.

Otra de las leyes decretadas fue la Ley del Timbre (1765), que generó un fuerte clima de violencia, por lo que tuvo que ser cancelada en 1766. Se trataba de la imposición (sin la participación de las asambleas de colonos, de lo que surgió la protesta “no taxatation without representation”) de un impuesto unido a cualquier documento (publicaciones, papel oficial, periódico, facturas comerciales…) que circulara por las colonias.

A comienzos de los años setenta, la Corona le concedió el monopolio del comercio del té a la Compañía de las Indias Orientales, lo cual provocó el enfado de las colonias, que dejaron de adquirir té o destruyeron el que les llegó. Este alboroto tiene su episodio más representativo en la conocida Tea Party en 1773: los habitantes de Boston echaron al mar la carga de las naves cargadas de té, y como castigo, se aprobaron en 1774 unas Leyes Coercitivas por las que se cerraba el puerto de la ciudad hasta que se pagasen los daños causados. 


Litografía del Motín del Té en Boston (1846)

Todos estos conflictos entre metrópoli y colonias fueron caldeando los ánimos de los habitantes americanos, que veían cómo su autonomía desaparecía a favor de una política mucho más metropolitana. Además, los problemas económicos y sociales contribuyeron a separar las colonias de la metrópoli y a generar una mentalidad continental norteamericana distinta del resto del imperio.

Por ello, el 5 de septiembre de 1774, se celebró un congreso de las colonias inglesas continentales en el que se consideraba injusto el trato recibido por la corona. En dicho congreso elaboraron la Declaración de los Derechos y Agravios dirigida a Gran Bretaña, en la cual se reconocía el derecho del Parlamento a regular el comercio exterior, pero se defendía el derecho de las colonias a manejar sus propios asuntos internos sin intervención del gobierno imperial. Esta declaración conformó el “prólogo” de la independencia, que llegaría tan solo un par de años después.

La lucha por la independencia no pretendió la libertad y la democracia, sino la protección de la autonomía que en los territorios coloniales ingleses en América habían tenido hasta el momento, y que el gobierno de Jorge III les estaba intentando arrebatar en favor de la metrópoli, aunque sin olvidar la evolución experimentada por las colonias en los años anteriores y la existencia de una mentalidad cada vez más diferente de la dominante en Gran Bretaña.


BIBLIOGRAFÍA

Pérez Herrero, P., América Latina y el colonialismo europeo. Siglos XVI-XVII. Madrid: Editorial Síntesis. 1992.
Paul Adams, W., Los Estados Unidos de América. Madrid: S. XXI. 1979.
Bennasar, M. B., Jacquart, J., Lebrun, F., Denis, M., Blayau, N., Historia Moderna. Madrid: Akal. 1998.

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