martes, 30 de mayo de 2017

Locos, rebeldes y revolucionarios. Un acercamiento a los visionarios de la Nouvelle Histoire

En 1962, el físico y filósofo T. Kuhn publicó The Structure of Scientific Revolutions, obra que habría de convertirse en una de las más importantes del siglo XX. La razón es sencilla, Kuhn puso sobre la mesa una idea verdaderamente revolucionaria, a saber, los ciclos por los que pasa la ciencia en su cambio hacia el progreso. Las grandes teorías e hipótesis están destinadas a sufrir una transformación, algo que a este docto americano gustaba llamar “cambio de paradigma”.  Dichos cambios no están libres de conflictos, pues entre el viejo y el nuevo paradigma suele existir siempre un abismo insalvable. Solo hay que recordar, a modo de ejemplo, los numerosos problemas a los que tuvo que enfrentarse Galileo por su teoría heliocéntrica o las críticas que, aún hoy día, soporta la magnífica obra On the Origin of Species de Darwin.


Galileo acusado ante el tribunal de la Santa Inquisición, por Joseph-Nicolas Robert-Fleury. Siglo XIX

El progreso, como bien decía Kuhn en su obra, no es lineal, no es uniforme. La ciencia y la investigación avanzan gracias a la transformación, la crítica y la destrucción de parámetros que se han seguido con fe ciega durante siglos. Esta teoría no sólo es aplicable a las ciencias puras, sino a todas las demás disciplinas que se ocupan del estudio del ser humano, como la antropología, la sociología, la psicología, la lingüística o la historia. Todas ellas forman un conjunto único que no debe ser separado ni por la mano del hombre ni por la de cualquier dios, porque si hay un cambio de paradigma importante en la historia y su forma de verla ese es el protagonizado por la Nouelle Histoire. Si algo hizo este nuevo paradigma fue despertar del ensueño arcaico a muchos historiadores que pensaban que la historia era únicamente la crónica de los grandes sucesos y los grandes personajes.

Desde la época de Heródoto y Tucídides, la historia que se escribía en Occidente era una amalgama de géneros sin sentido centrados en la acumulación de datos: la crónica monástica, la memoria política, el tratado de antigüedades, etc. Todos ellos se postularon como la forma dominante de recordar y analizar el pasado. Las grandes gestas de reyes y militares, las grandes batallas y los hechos particulares llenaron las páginas de los libros de historia, haciendo creer que la única forma de estudiar, investigar y enseñar historia era aquella diletante pedagogía elitista. No obstante, las voces de disenso no tardaron en oírse. Durante la Ilustración, ya algunos intelectuales señalaron la importancia de la historia social y cultural dentro de las investigaciones de los estudios históricos. Algunas obras tan importantes como The History of the Decline and Fall of the Roman Empire de E. Gibbon, ya integraban historia sociocultural dentro del discurso de la historia política. Sin embargo, habría que esperar a finales del siglo XIX para encontrar verdaderas reflexiones sobre la “historia de abajo”, es decir, la historia popular y de las mentalidades. Michelet, el gran historiador francés, pedía, por ejemplo, una historia con un carácter mucho más integrador: “La historia de aquellos que sufrieron, trabajaron, decayeron y murieron sin ser capaces de describir sus sufrimientos”.


El vagón de tercera clase, por Honoré Daumier. 1864


A finales del XIX se había iniciado el cambio de paradigma. Una nueva forma de hacer historia estaba naciendo gracias a la integración de las diversas disciplinas como complemento y sustento para investigar. Fue F. Simiand, un sociólogo discípulo de Durkheim, quien advirtió la necesidad de derribar los tres ídolos de la crónica histórica: el “ídolo político”, obsesionado por narrar hechos políticos y militares, el “ídolo individual”, marcado por la excesiva preocupación puesta en grandes hombres y, por último, el “ídolo cronológico”, o sea, la obcecación de ciertos historiadores de escribir su historia desde los orígenes de la humanidad. Estos tres grandes ídolos pasarían a ser el objeto central de la crítica de un grupo que marcó un antes y un después en la forma de interpretar la historia, la Escuela de Annales.

El nacimiento de Annales favoreció un avance metodológico con respecto al antiguo régimen historiográfico. Ese ideal de cooperación interdisciplinaria ejerció gran influencia en dos jóvenes que estudiaron en la Ecole Normale Supérieure, que más tarde serían coronados como los padres de la Nouvelle Histoire. Estos jóvenes se llamaban Lucien Febvre y Marc Bloch. Hoy, nadie puede aventurase a hablar de Historia de las mentalidades sin tenerlos en cuenta. Sus estudios, revolucionarios y rebeldes, pusieron de manifiesto la importancia de la psicología y otras disciplinas a la hora de realizar investigaciones sobre las creencias religiosas. Los reyes taumaturgos de Bloch y El problema de la incredulidad en el siglo XVI: la religión de Rabelais de Febvre representaban la viva imagen de la revolución historiográfica, del deseo de romper con el viejo paradigma.

 

Fotografía de L. Febvre y M. Bloch.

Esta inusitada forma de hacer historia generó rápidamente detractores del movimiento. Febvre, Bloch y todos aquellos que iniciaron estudios históricos desde la perspectiva de Annales fueron considerados profesionales poco serios, al no dar la importancia que se merecía a la historia política, al obsesionarse por encontrar nuevos campos de estudio o al desarrollar un análisis de elementos cuantitativos para reflexionar sobre grandes problemas sociales. Los “supuestos desvíos” metodológicos de estos intelectuales rebeldes sentaron las bases de la que hoy conocemos como Historia de las mentalidades, y la que es, a mi parecer, una de las más interesantes e intrigantes formas de acercarse a lo que Michelet tildaría “historia de abajo”, aquella historia de las formas, las estructuras, los pensamientos, las costumbres y las vidas reales de individuos corrientes a los que la historia dejo sin relato, nombre o alma.

Hoy en las escuelas e instituciones de muchos países se sigue imponiendo el antiguo paradigma, porque como se dijo al principio de este artículo, las transformaciones generan abismos insalvables, que habrán de esperar a nuevas generaciones que luchen con ahínco contra los ídolos de los que habló F. Simiand. No obstante, es nuestro deber seguir combatiendo aquel viejo paradigma con los símbolos y riquezas que aquellos locos, rebeldes y revolucionarios, incluyendo a sus seguidores, nos dejaron. ¿Acaso alguien duda de la importancia de Los reyes taumaturgos de Bloch o de El Mediterráneo de Braudel? ¿Hay alguien capaz de obviar la Historia de la locura en la época clásica de Foucault? O para más inri, ¿Hay alguien que ignore la influencia de Annales para con la historia de la mujer, la historia de la infancia y la historia de la vida cotidiana? Seguramente sí, pero entonces debería preguntarse sobre qué paradigma se sitúa, sobre qué principios historiográficos escribe o sobre qué temas le han dicho que escriba aquellos dioses que asocian la Nouvelle Histoire con la locura. ¿Locura? Sí, la curiosa locura de la que hablaba Bertolt Brecht entre versos:

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.

Bertolt Brecht
 (Preguntas de un obrero que lee)

Bibliografía

Burke, P. The French Historical Revolution. The Annales School 1929-1989, Stanford: Stanford University Press, 1990.

González Lopo, D. “Historia de las mentalidades. Evolución historiográfica de un concepto complejo y polémico”, Obradoiro de Historia Moderna 11, (2002): 135-190.

Kuhn, T. S. La estructura de las revoluciones científicas, Madrid: Fondo de Cultura Económica de España, 2005.


Simiand, F. “Méthode historique et sciences sociales”, Revue de Synthése Historique 6, (1903): 1-22.

Imágenes

1ª Imagen:
https://www.google.es/search?q=Galileo+acusado+ante+el+tribunal+de+la+Santa+Inquisici%C3%B3n&client=firefox-b-ab&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiUpJbovZLUAhXHVRoKHTssA2UQ_AUICigB&biw=1366&bih=635#tbm=isch&q=Galileo+robert+fleury&imgrc=OE6mdKmcMi8EiM:

2ª Imagen: www.wikipedia.org

3ª Imagen:  www.wikipedia.org

4ª Imagen:  www.wikipedia.org

Sobre el autor:

Carlos Jiménez Barea

Fundador de la Start-Up La Odisea de la HistoriaGraduado en Humanidades por la Universidad Pablo de Olavide con especialización en Historia Antigua y Arqueología. Más tarde realizó el Máster en Estudios Históricos Avanzados. Especialidad Historia Antigua en la Universidad de Sevilla, finalizando sus estudios con una investigación sobre la religión y el poder en la figura de Plinio el Joven. Actualmente realiza también su doctorado en la misma universidad, donde desarrolla una investigación centrada en la religión romana durante los siglos I y II d.C. La historia es su pasión y también le dedica horas en su tiempo libre. Le entusiasma leer a Heródoto, escribir poesía y buscar conexiones entre la filosofía y sus series favoritas. 


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