En los últimos estudios realizados acerca de las mujeres y
la religión se viene empleando un método de análisis que intenta evadir
aquellas afirmaciones simplistas que defienden la peculiar y profunda relación
que las mujeres han mantenido a lo largo de la historia con las religiones. Aunque,
en el caso de la antigüedad, la implicación de las mujeres en la esfera
religiosa fue la única intervención pública consentida a su sexo, cabría
cuestionarse hasta qué punto éstas pudieron ejercer tal posición sin superar,
ni quebrantar la masculinización de tal cargo dentro de un sistema patriarcal. A
pesar de ser el único cargo oficial comparable a las magistraturas de los
varones, no todas las mujeres pudieron hacer presencia y uso de tal
consentimiento, y aquellas que sí lo lograron, estuvieron siempre subordinadas
a la autoridad de un hombre. Luego, no debemos olvidar que la religión romana
actúa como medio justificador del sistema social establecido y esto no es
diferente en lo que respecta a los roles de género.
Tito Livio a través de Valerio
afirmaba que «las mujeres no pueden reclamar magistraturas o sacerdocios
o triunfos...». Por razones sociales, jurídicas y rituales, la posición de la
mujer en el sistema religioso tradicional resultó ser marginal, secundaria e
inusual. Su papel no se sustentó nunca
sobre un modelo de feminidad, tal y como este es entendido en el mundo romano,
sino por medio del ejercicio de roles masculinos. Sin embargo, a pesar
de la limitada intervención de las mujeres en este ámbito, el repertorio que
disponemos se encuentra bien definido debido a la necesaria e imprescindible
intervención de éstas en ciertas ceremonias y rituales. Por una parte podemos
diferenciar dos tipos de presencias femeninas en la religión tradicional: las
que ostentan un título de manera individual o las que participan en condición
de esposas de sacerdotes. En otras palabras, la singularidad de los sacerdocios femeninos se puede apelar o
bien a sus vínculos matrimoniales o a la condición especial de la mujer, ya sea
por su reconocimiento ante la sociedad o por su condición de vírgenes.
Este marco de actuación se irá
ampliado conforme la estructura imperial vaya tomando forma, de manera que la
gestación y consolidación del nuevo sistema atraerá nuevas formas de cultos, y
nuevas deidades serán asimiladas e integradas en el panteón. Las innovaciones
religiosas promovidas en esta época dieron pie a la formación de nuevos
sacerdocios y nuevas formas de participación religiosa donde las mujeres
adquirieron más protagonismo apareciendo como diosas, sacerdotisas o
devotas. Tres formas de intervención femenina, que aunque fueron más visibles
durante la era imperial, derivan de las intervenciones de las mujeres en las
actividades religiosas tradicionales que tan importante siguieron siendo como
testimonio de tradición y costumbre romana.
En la tradición romana más antigua, los sacerdocios
femeninos oficiales eran esenciales para la estabilidad del estado, sobre todo
aquellos cultos destinados a dioses como Júpiter y Vesta. Ambas
divinidades exigían una forma de culto distinta a la del resto, pues de ellos
dependía el funcionamiento de la vida
pública y la prosperidad del estado. El culto destinado a Júpiter y a Vesta
tenía que mantenerse de manera cotidiana, razón por la cual requería de un
grupo de sacerdotes que estuvieran consagrados todo el año.
El más conocido y socialmente relevante fue el culto a
Vesta cuyo sacerdocio era ejercido por las vestales. Vesta fue la diosa del hogar cuyo fuego alimentaba y
daba vida a la ciudad. Esta diosa representaba unos de los valores más
apreciados para los romanos, pureza y sacralidad; valores que también debieron
de ostentar sus sacerdotisas. Sin embargo, a
pesar del papel significativo, tanto real como simbólico de estas mujeres, su
actividad en la esfera religiosa no es más que un ejemplo de excepcionalidad.
En el templo de Vesta, de Constantin
Hölscher, 1902.
La institución de las vestales nació con la propia ciudad
de Roma. Las antiguas tradiciones literarias sobre los orígenes de Roma
atestiguan la sacralidad y el valor de las vestales, pues la madre de los
míticos Rómulo y Remo fue una de ellas. La función principal de este grupo de
sacerdotisas residía en la custodia del fuego del hogar público, el cual debía permanecer
siempre encendido. El fuego custodiado por las Vestales representaba la
estabilidad del estado, su extinción podía suponer un mal presagio para el
mismo; de manera que era de vital importancia que tal deber fuera desempeñado
exitosamente. Luego, la sacralidad del culto, su valor en la tradición romana y
su necesario mantenimiento cotidiano, concedieron al sacerdocio de las vestales
un carácter singular que lo hacía único en el marco religioso.
Ser una vestal requería de una dedicación plena y cotidiana
al culto de una única divinidad, cuya tarea demandaba no solo de una rigurosa
instrucción ritual, sino también del obligatorio juramento de castidad. A
través de la ceremonia de la captio,
las vestales eran elegidas por el Pontífice Máximo para ser ingresadas en el atrium vestae o casas de las vestales. Allí
debían permanecer treinta años aproximadamente sometidas a una rigurosa
disciplina bajo la supervisión de la virgo
vestalis máxima. La eficacia de los cultos realizados por éstas dependía
del cumplimiento estricto de las normas de castidad y pureza. El incumplimiento
de esas normas era considerado «una contaminación» de la misma y un delito de
extrema gravedad frente al estado, razón por la cual la dureza del castigo iba
en relación al delito cometido. Sin embargo, la eficacia en el buen
cumplimiento de sus deberes les otorgaba un puesto relevante en la sociedad y
el disfrute de una serie de privilegios no comunes en las mujeres romanas.
Casa de las vestales
En la era imperial el culto a Vesta mantuvo su sacralidad y
prestigio a pesar del nuevo tono que fue adquiriendo el sistema religioso
romano, debido a la inserción de nuevas deidades y cultos. Indudablemente el
culto imperial guardó ciertas similitudes con este culto. Muchas emperatrices
fueron asociadas a Vesta y todas aquellas virtudes asociadas a la diosa, tanto
fue así que en diversas ocasiones fueron las propias vestales quienes ostentaron
el puesto de flamínicas a mayor escala en el culto a la emperatriz divinizada,
concretamente en el culto a diva Livia.
Bibliografía
Delgado
Delgado, J. A. “Flaminica-Regina-Vestalis. Sacerdocios femeninos de la Roma
antigua”, en Serrano-Nizan, L., Hernández Pérez, M. B. (eds.), Mujeres y religiones.
Tensiones y equilibrios de una relación
histórica, Santa Cruz de Tenerife: Idea,
2008, 85-105.
Mirón
Pérez, M. D.. “Mujeres en público. Las sacerdotisas de la Hispania romana” en Millán,
M. Á.; Peña Ardid, C. (coord.), Las
mujeres y los espacios fronterizos, Zaragoza: Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2007, 89-119
Oria
Segura, M. “De mujeres y sacrificios: un estudio de visibilidad”, Saldvie, 10, (2010), 127-147.
Pomeroy, S.
B. Diosas,
rameras, esposas y esclavas: mujeres en la Antigüedad. Madrid:
Akal, 1999, 229-249
Imágenes
En el Templo de Vesta: www.wikipedia.org
Casa de las vestales:
http://imperioromanodexaviervalderas.blogspot.com.es/2015/01/quienes-eran-las-vestales.html
Sobre
la autora:
Graduada en Geografía e Historia por la Universidad Pablo
de Olavide, promoción 2011-2015. Realizó su Trabajo de final de Grado sobre el
culto imperial en Itálica. Interesada en el género y los estudios históricos
acerca de las mujeres en la Antigüedad y en la Modernidad. Realizó el Máster en
Religiones y Sociedades organizado por la Universidad Pablo de Olavide y la
Universidad Internacional de Andalucía, el cual culminó con el Trabajo de final
de Máster titulado “Plotina y Sabina en la religión romana”. Actualmente cursa
el Máster en Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato,
Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas en la Universidad Pablo de
Olavide.
Buenas Cristina, muchas gracias por tu artículo, lo que me resulta curioso de lo que dices es que dentro de la religión romana, el sacerdocio de la mujer quede relegado a esa función de cuidar del fuego, del hogar, y que en realidad sea eso también lo que marque y fundamente la división social de los ámbitos publico y privado, entre los hombres y las mujeres respectivamente dentro del imperio. Muchas gracias, me ha gustado, solo quería comentar eso.
ResponderEliminarBuenas, Jonatán. Muchísimas gracias por leer mi artículo y por tu comentario. El tema es un poco más complejo de lo que en realidad puede parecer, de hecho es un tema muy debatido. Voy a intentar aclarar un poco el asunto.
ResponderEliminarEn la sociedad romana, las mujeres quedaban excluidas del ámbito público, y sus actividades giraban en torno al cuidado del hogar, los hijos y los bienes, sin embargo, la religión se convierte en la única esfera pública en donde pudieron hacer acto de presencia. No obstante, dicha participación fue bastante excepcional, es decir, su participación dependerá no sólo de su posición socio-económica, sino también de distintos requisitos que variará dependiendo del tipo del culto a que estén destinadas. Por consiguiente, ni todos los cultos en donde las mujeres tuvieron participación fueron iguales, ni los requisitos y exigencias tuvieron porque ser las mismas.
Para comprender esto es importante diferenciar entre los cultos matronales de los cultos de destinado a la protección del Estado. La aparición de estándares de femineidad responde a unas concepciones abstractas intrínsecas en el imaginario romano que legitiman la idea de que el orden genérico era garantía de orden socio-político, y a su vez garantía de paz. Al mismo tiempo, la aparición de un modelo idílico de femineidad es muestra clara de la necesidad de establecer un patrón donde se perciba la evidente división de las funciones y comportamientos según el sexo, como algo intrínseco en la propia naturaleza civitas.
Partiendo de esta idea, se espera de las mujeres romanas en general el cumplimiento exhaustivo de sus funciones y la ostentación de las máximas virtudes posibles propias a su condición femenina. Si el modelo de femineidad en la época republicana era las matronas romanas, en los cultos matronales fueron las mujeres de alta posición las que representaban el ideal de virtud femenina, las cuales venían a simbolizar en las ceremonias religiosas el modelo de esposa y madre. En definitiva estos cultos servían, entre otras finalidades, al fortalecimiento de la estructura familiar patriarcal al mismo tiempo que afianzaba el orden social establecido.
Esto en cuanto a los cultos matronales, sin embargo, en la tradición romana antigua se desarrollaron también unas series de cultos destinados a mantener la estabilidad del Estado. Cultos destinados a dioses como Júpiter y Vesta donde la participación femenina también fue esencial. Sin embargo, a diferencia de los cultos matronales, el culto a estas divinidades, como divinidades protectoras del Estado, necesitaban de unas formas y unas exigencias distintas, tanto en el tipo de sacerdocio como en la formulación del culto, pues del buen funcionamiento de éstos dependía la prosperidad del Estado. Por consiguiente, estos cultos no sólo debían de mantenerse activo cotidianamente, lo cual requería de un sacerdocio que estuviera consagrado todo el año; sino que debían cumplir con unas serie se exigencias y requisitos imprescindible para su buen funcionamiento. Es aquí donde encontramos a las Vestales.
Con todo esto, las funciones de los sacerdocios femeninos varían dependiendo de la finalidad del culto, y lo que marca la diferencia entre el ámbito público y privado, entre lo masculino y femenino es un asunto mucho más complejo y diverso de lo que a simple vista se puede dar a entender, pero que tiene que ver más con el imaginario romano y la importancia de los valores tradicionales. En realidad la cuestión que planteabas da para hablar decenas de artículos como este, pero en vista a que el artículo se centra fundamentalmente en las vestales quise enfocar las características del sacerdocio a éstas, siempre de manera general: cargos excepcionales, supervisados bajo la mirada masculina, con exigencias y obligaciones muy peculiares y esenciales. Espero haber podido aclarar un poco todo. De nuevo, muchísimas gracias.