En
1962, el físico y filósofo T. Kuhn publicó The
Structure of Scientific Revolutions, obra que habría de convertirse en una
de las más importantes del siglo XX. La razón es sencilla, Kuhn puso sobre la
mesa una idea verdaderamente revolucionaria, a saber, los ciclos por los que
pasa la ciencia en su cambio hacia el progreso. Las grandes teorías e hipótesis
están destinadas a sufrir una transformación, algo que a este docto americano
gustaba llamar “cambio de paradigma”. Dichos
cambios no están libres de conflictos, pues entre el viejo y el nuevo paradigma
suele existir siempre un abismo insalvable. Solo hay que recordar, a modo de
ejemplo, los numerosos problemas a los que tuvo que enfrentarse Galileo por su
teoría heliocéntrica o las críticas que, aún hoy día, soporta la magnífica obra
On the Origin of Species de Darwin.
Galileo acusado
ante el tribunal de la Santa Inquisición, por Joseph-Nicolas Robert-Fleury.
Siglo XIX
El
progreso, como bien decía Kuhn en su obra, no es lineal, no es uniforme. La
ciencia y la investigación avanzan gracias a la transformación, la crítica y la
destrucción de parámetros que se han seguido con fe ciega durante siglos. Esta
teoría no sólo es aplicable a las ciencias puras, sino a todas las demás
disciplinas que se ocupan del estudio del ser humano, como la antropología, la
sociología, la psicología, la lingüística o la historia. Todas ellas forman un
conjunto único que no debe ser separado ni por la mano del hombre ni por la de
cualquier dios, porque si hay un cambio de paradigma importante en la historia
y su forma de verla ese es el protagonizado por la Nouelle Histoire. Si algo hizo este nuevo paradigma fue despertar
del ensueño arcaico a muchos historiadores que pensaban que la historia era
únicamente la crónica de los grandes sucesos y los grandes personajes.
Desde
la época de Heródoto y Tucídides, la historia que se escribía en Occidente era
una amalgama de géneros sin sentido centrados en la acumulación de datos: la
crónica monástica, la memoria política, el tratado de antigüedades, etc. Todos
ellos se postularon como la forma dominante de recordar y analizar el pasado.
Las grandes gestas de reyes y militares, las grandes batallas y los hechos
particulares llenaron las páginas de los libros de historia, haciendo creer que
la única forma de estudiar, investigar y enseñar historia era aquella diletante
pedagogía elitista. No obstante, las voces de disenso no tardaron en oírse.
Durante la Ilustración, ya algunos intelectuales señalaron la importancia de la
historia social y cultural dentro de las investigaciones de los estudios
históricos. Algunas obras tan importantes como The History of the Decline and Fall of the Roman Empire de E.
Gibbon, ya integraban historia sociocultural dentro del discurso de la historia
política. Sin embargo, habría que esperar a finales del siglo XIX para
encontrar verdaderas reflexiones sobre la “historia de abajo”, es decir, la
historia popular y de las mentalidades. Michelet, el gran historiador francés,
pedía, por ejemplo, una historia con un carácter mucho más integrador: “La historia de aquellos que sufrieron,
trabajaron, decayeron y murieron sin ser capaces de describir sus sufrimientos”.
El vagón de tercera clase, por Honoré Daumier. 1864
A
finales del XIX se había iniciado el cambio de paradigma. Una nueva forma de
hacer historia estaba naciendo gracias a la integración de las diversas
disciplinas como complemento y sustento para investigar. Fue F. Simiand, un
sociólogo discípulo de Durkheim, quien advirtió la necesidad de derribar los
tres ídolos de la crónica histórica: el “ídolo político”, obsesionado por
narrar hechos políticos y militares, el “ídolo individual”, marcado por la
excesiva preocupación puesta en grandes hombres y, por último, el “ídolo
cronológico”, o sea, la obcecación de ciertos historiadores de escribir su
historia desde los orígenes de la humanidad. Estos tres grandes ídolos pasarían
a ser el objeto central de la crítica de un grupo que marcó un antes y un
después en la forma de interpretar la historia, la Escuela de Annales.
El
nacimiento de Annales favoreció un
avance metodológico con respecto al antiguo régimen historiográfico. Ese ideal
de cooperación interdisciplinaria ejerció gran influencia en dos jóvenes que
estudiaron en la Ecole Normale Supérieure, que más tarde serían coronados como
los padres de la Nouvelle Histoire.
Estos jóvenes se llamaban Lucien Febvre y Marc Bloch. Hoy, nadie puede
aventurase a hablar de Historia de las mentalidades sin tenerlos en cuenta. Sus
estudios, revolucionarios y rebeldes, pusieron de manifiesto la importancia de
la psicología y otras disciplinas a la hora de realizar investigaciones sobre
las creencias religiosas. Los reyes
taumaturgos de Bloch y El problema de
la incredulidad en el siglo XVI: la religión de Rabelais de Febvre
representaban la viva imagen de la revolución historiográfica, del deseo de
romper con el viejo paradigma.
Fotografía de L. Febvre y M. Bloch.
Esta
inusitada forma de hacer historia generó rápidamente detractores del
movimiento. Febvre, Bloch y todos aquellos que iniciaron estudios históricos
desde la perspectiva de Annales fueron
considerados profesionales poco serios, al no dar la importancia que se merecía
a la historia política, al obsesionarse por encontrar nuevos campos de estudio
o al desarrollar un análisis de elementos cuantitativos para reflexionar sobre
grandes problemas sociales. Los “supuestos desvíos” metodológicos de estos
intelectuales rebeldes sentaron las bases de la que hoy conocemos como Historia
de las mentalidades, y la que es, a mi parecer, una de las más interesantes e
intrigantes formas de acercarse a lo que Michelet tildaría “historia de abajo”,
aquella historia de las formas, las estructuras, los pensamientos, las
costumbres y las vidas reales de individuos corrientes a los que la historia
dejo sin relato, nombre o alma.
Hoy
en las escuelas e instituciones de muchos países se sigue imponiendo el antiguo
paradigma, porque como se dijo al principio de este artículo, las
transformaciones generan abismos insalvables, que habrán de esperar a nuevas
generaciones que luchen con ahínco contra los ídolos de los que habló F.
Simiand. No obstante, es nuestro deber seguir combatiendo aquel viejo paradigma
con los símbolos y riquezas que aquellos locos, rebeldes y revolucionarios,
incluyendo a sus seguidores, nos dejaron. ¿Acaso alguien duda de la importancia
de Los reyes taumaturgos de Bloch o
de El Mediterráneo de Braudel? ¿Hay
alguien capaz de obviar la Historia de la
locura en la época clásica de Foucault? O para más inri, ¿Hay alguien que
ignore la influencia de Annales para
con la historia de la mujer, la historia de la infancia y la historia de la
vida cotidiana? Seguramente sí, pero entonces debería preguntarse sobre qué paradigma se sitúa, sobre qué principios historiográficos escribe o
sobre qué temas le han dicho que escriba aquellos dioses que asocian la Nouvelle Histoire con la locura. ¿Locura?
Sí, la curiosa locura de la que hablaba Bertolt Brecht entre versos:
¿Quién
construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En
los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron
los reyes los bloques de piedra?
Y
Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién
la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de
la dorada Lima vivían los constructores?
¿A
dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la
Muralla China? La gran Roma
está
llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre
quiénes
triunfaron
los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo
tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria
Atlántida,
la
noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban
llamando a sus esclavos.
El
joven Alejandro conquistó la India.
¿Él
solo?
César
derrotó a los galos.
¿No
llevaba siquiera cocinero?
Felipe
de España lloró cuando su flota
fue
hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico
II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció
además de él?
Cada
página una victoria.
¿Quién
cocinó el banquete de la victoria?
Cada
diez años un gran hombre.
¿Quién
pagó los gastos?
Tantas
historias.
Tantas
preguntas.
Bertolt
Brecht
(Preguntas de un obrero que lee)
Bibliografía
Burke,
P. The French Historical Revolution. The
Annales School 1929-1989, Stanford: Stanford University Press, 1990.
González
Lopo, D. “Historia de las mentalidades. Evolución historiográfica de un
concepto complejo y polémico”, Obradoiro
de Historia Moderna 11, (2002): 135-190.
Kuhn, T. S. La estructura de las
revoluciones científicas, Madrid: Fondo de Cultura Económica de España,
2005.
Simiand,
F. “Méthode historique et sciences sociales”, Revue de Synthése Historique 6, (1903): 1-22.
Imágenes
1ª Imagen:
https://www.google.es/search?q=Galileo+acusado+ante+el+tribunal+de+la+Santa+Inquisici%C3%B3n&client=firefox-b-ab&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiUpJbovZLUAhXHVRoKHTssA2UQ_AUICigB&biw=1366&bih=635#tbm=isch&q=Galileo+robert+fleury&imgrc=OE6mdKmcMi8EiM:
2ª Imagen: www.wikipedia.org
3ª Imagen: www.wikipedia.org
4ª Imagen: www.wikipedia.org
Sobre el autor:
Carlos Jiménez Barea
Fundador de la Start-Up La Odisea de la Historia. Graduado en Humanidades por la
Universidad Pablo de Olavide con especialización en Historia Antigua y
Arqueología. Más tarde realizó el Máster
en Estudios Históricos Avanzados. Especialidad Historia Antigua en la Universidad de Sevilla,
finalizando sus estudios con una investigación sobre la religión y el poder en
la figura de Plinio el Joven. Actualmente realiza también su doctorado en la
misma universidad, donde desarrolla una investigación centrada en la religión
romana durante los siglos I y II d.C. La historia es su pasión y también le
dedica horas en su tiempo libre. Le entusiasma leer a Heródoto, escribir poesía
y buscar conexiones entre la filosofía y sus series favoritas.