La Semana Santa es sin
duda, desde todos los puntos de vista, una semana muy importante para la ciudad
de Sevilla. En estos días las escenas de la pasión, muerte y resurrección de
Jesús procesionan por las principales calles de esta ciudad no dejando indiferente
a nadie. Sin embargo, esta fiesta tan propia de los territorios cristianos y
especialmente del sur de la Península Ibérica, no siempre fue tal y como la
conocemos hoy.
Antes del siglo XVI las
procesiones eran muy pocas y la Semana Santa se celebraba sobre todo dentro de
las iglesias. Los ritos que caracterizaban esta fiesta tenían ya un carácter
simbólico y conmemorativo, como por ejemplo la rasgadura del velo del altar del
templo y la simulación del terremoto que se narra que acompañó a la muerte de
Cristo, misas en las que se ritualizaba la eucaristía, lavatorios de pies y,
por supuesto, la adoración de la Cruz y las distintas representaciones de los
hechos de Jesús, pero siempre dentro de las iglesias. Con lo cual los cristianos
a lo largo de esta semana debían visitar las iglesias cada día, hacer vigilias,
para terminar celebrando en el domingo
de resurrección la misa que cerraba dicha semana en la que todos los fieles
debían comulgar. Estas eran las prácticas a las que se reducía la Semana Santa sevillana
entre los siglos XIV y XV.
Sin embargo, a principios
del siglo XVI esto cambiará de la mano de Don Fadrique Enríquez de Ribera,
descendiente de Pedro Enríquez y Catalina de Ribera (para saber más lee nuestroartículo dedicado a Catalina de Ribera), gracias a cuya herencia acaparó una
gran suma de títulos entre los que estaba el condado de los Molares, el
marquesado de Taifa y el cargo de Adelantado de Andalucía. Al mismo tiempo que
participaba junto a su padre en algunas de las últimas batallas contra el reino
nazarí de Granada, Fadrique se formó como humanista, faceta que completó años
después emprendiendo un viaje que le llevó por Italia hacia Tierra Santa.
Don Fadrique Enríquez de Ribera
Don Fadrique estuvo
preparando este viaje y se encargó personalmente de planificarlo al detalle a
partir de la lectura de diarios de viajes a Jerusalén de otros peregrinos como
el de Bernardo de Bregdenbach, ya que sus coetáneos frecuentemente emprendían una
“cruzada pacífica” hacia los lugares santos, que les llevaba a revivir la
pasión de Jesús, ganar indulgencias o cumplir promesas de fe. Con esta
intención partió de Bornos en 1518, recorrió la Península Ibérica, atravesó los
Pirineos y los Alpes hacia Milán y Venecia, hasta llegar a Istria donde embarcó
hacia Palestina.
Una vez allí, Fadrique
participa en las procesiones, los cánticos, las oraciones y ofrece una ofrenda
en la iglesia del Santo Sepulcro, donde confesó sus pecados antes de participar
en la eucaristía. Tras la visita de los distintos lugares santos, emprendió el
viaje de vuelta, el cual le volvería a llevar a Italia, por donde esta vez pasó
más tranquilamente visitando varias ciudades de la Toscana, el sur y norte de
Italia.
Una vez en Sevilla,
Fadrique quiso dejar constancia de su peregrinación a Tierra Santa con el
establecimiento en 1521 de un Vía Crucis. Esta procesión tenía establecida como
primera estación la residencia de Fadrique, por lo que a partir de entonces se
la conoció popularmente como Casa de Pilatos, y cuyo fin se encontraba en el
templete de la Cruz del Campo, por entonces a las afueras de la ciudad. Este
Via Crucis que se dividía en los doce momentos más reconocido del tránsito de
Jesús hacia el Gólgota y que pretendía cubrir la misma distancia que la
original en Tierra Santa, era algo totalmente nuevo, sin duda influenciado por
su peregrinación y participación de los ritos propios en Jerusalén años antes. Cada
año a partir de este momento la procesión salía de su palacio los siete viernes
de Cuaresma, siguiendo el mismo recorrido fijo. Itinerario que se puede seguir
aun hoy en día con algunas modificaciones posteriores, a partir de los azulejos
representativos colocados en las distintas calles de la ciudad de Sevilla y que
siguen teniendo como origen el palacio de Fadrique Enríquez de Ribera.
Templete de la Cruz del Campo, última estación del Via
Crucis
Esto marcó un precedente
en la ciudad de Sevilla que fue acompañado tanto de la fundación de muchas
cofradías que se añadieron a las que se habían ido creando desde el siglo XIII,
y también del respaldo ideológico de la Iglesia a partir de varios de los
puntos que se concluyeron en el Concilio de Trento (1545-1563) y que
configuraron la llamada Contrarreforma, entre los que estaban la promoción del
culto a la Virgen y una exhortación a hacer de la fe un ejercicio público. Lo
cual se tradujo en la proliferación de imágenes y procesiones en la Semana
Santa de Sevilla siguiendo la costumbre establecida por Don Fadrique y su Via
Crucis a la Cruz del Campo.
Bibliografía
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mendoza en la Sevilla del siglo XV. El patrocinio artístico de Catalina de
Ribera”, Atrio Revista de Historia del
Arte nº 10/11 (2005), 5-16.
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origen de la Casa de Pilatos de Sevilla. 1483-1505”, Atrio Revista de Historia del Arte nº 17 (2011), 133-172.
García Martín, P. “La
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Ribera”, Arbor nº 711-712 (2005),
559-580.
García Martín, P. Paisajes de la Tierra Prometida. El viaje a
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Silex, 2003.
Sánchez Herrero, J.,
Moreno Navarro, I., Bernales, J., González, J. M., Sanz, M. J., Campos Camacho,
J. C., Las cofradías de Sevilla:
Historia, antropología, arte, Sevilla: Ayuntamiento de Sevilla y
Universidad de Sevilla, 1999.
Webgrafía
Alma mater hispalense,
“De las cofradías sevillanas del siglo XVI”:
http://personal.us.es/alporu/histsevilla/cofradias.htm (Consultada 15-03-2016).
Imágenes
Don Fadrique Enríquez de
Ribera: www.wikipedia.org
Mapa de la peregrinación
de Don Fadrique: García Martín, P. “La Odisea al Paraíso. La peregrinación a
Jerusalén de Don Fadrique Enríquez de Ribera”, Arbor nº 711-712 (2005), 572.
Templete de la Cruz del
Campo: http://personal.us.es/alporu/histsevilla/cofradias.htm.
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