martes, 15 de marzo de 2016

Las milicias urbanas y la defensa de la Monarquía Hispánica

Nuestro presente puede llevarnos a confusión a la hora de pensar en cómo se defendían los territorios en otros momentos de la Historia, puesto que tenemos asumido como normal que el ejercicio de la violencia es algo totalmente ajeno al ciudadano de a pie. Por ello, tendemos a pensar que el ejército profesional siempre fue responsable de estas tareas. Sin embargo esto es algo muy reciente que fue construido de la mano de las estructuras sociales que rigen el presente. Durante los siglos XVI-XVIII no existieron ejércitos permanentes, sino que la guerra se hacía mediante el contrato de mercenarios, especialistas de la guerra que se ponían al servicio de los señores más ricos. Los mal llamados tercios españoles eran en su mayoría mercenarios provenientes de las distintas naciones de la Monarquía Hispánica, y su ámbito natural era la guerra exterior, no la defensa. Entonces ¿quién se encargó de defender los territorios de la Monarquía? las milicias urbanas.

Estas milicias toman su origen en el siglo XIII, cuando se establece la obligación de los vasallos a contribuir en la defensa del territorio señorial. Tuvieron un protagonismo incontestable en el proceso de conquista de los territorios de la península ocupados por los musulmanes. Con la vuelta a la vida urbana que se irá produciendo desde esta fecha hasta el siglo XV, las milicias pasaron a formar parte del cuerpo armado ocasional de las mismas, ejerciendo las funciones de policía y defensa ante amenazas externas inminentes.

Estos, sin dejar de ser campesinos o artesanos eran armados para servir en la ciudad a cambio de exenciones personales y jurídicas, cierta preeminencia social y, en ocasiones la posibilidad de no ser reclutados para el ejército del rey. Estas milicias aparecen en actos públicos como procesiones, recepciones de personajes ilustres e incluso en alguna operación militar, poseían sus propios uniformes y banderas, símbolos propios de distinción social.

Milicias en procesión el 31 de mayo de 1615 en Bruselas

Durante la Baja Edad Media, el servicio militar correspondía a todos los vasallos de cualquier condición, campesinos o habitantes de las ciudades, convertidos en soldados ocasionales, estaban obligados así desde muy antiguo a actuar cuando la ciudad se lo requiriera. Lo que significaba ser miliciano en la ciudad hizo que el vínculo entre la organización social y la institución de las milicias se estrechase cada vez más.

En poco tiempo la milicia se convirtió en el brazo ejecutivo de las ciudades, que a merced de las distintas oligarquías locales que formaban parte de los concejos configurados a finales del siglo XIV y principios del XV, controlaban y defendían la urbe distribuidos por sus calles y barrios.

Estos milicianos no solían tener formación militar alguna, ni los medios de los que disponían los ejércitos profesionales que fueron tomando protagonismo a principios del siglo XVI como parte de lo que en la historiografía se llama “revolución militar”. Sin embargo fueron los encargados de la defensa de las fronteras de la Monarquía Hispánica en todas sus latitudes, donde se hicieron especialmente fuertes. En Castilla la organización de estas milicias se descuidó, sobre todo a partir de la toma de Granada (1492) y la eliminación de un enemigo fronterizo real. Sin embargo, en territorios fronterizos y costeros como Galicia, toda la región levantina de la Península Ibérica, Sicilia, Nápoles o los Países Bajos, siguieron teniendo una importancia defensiva crucial ante los distintos enemigos de la Monarquía Hispánica tanto en Europa y el Atlántico como en el Mediterráneo.

El servicio de milicias era gestionado y financiado en su totalidad por las ciudades, cuyas autoridades trataban de mantenerlas, ya que formaba parte de la autonomía que con constante celo guardaban ante el rey y otros señores. Además aunque su formación era escasa y los recursos de los que disponían también solían serlo cumplieron a la perfección su función defensiva ante las razias otomanas, las incursiones portuguesas, francesas e inglesas. Sin embargo, se mostraron incapaces de soportar asedios o enfrentarse a ejércitos bien organizados.

Los distintos monarcas trataron de forma paralela de disolver las milicias urbanas, puesto que al fin y al cabo suponían una resistencia local a su poder, y a su vez de establecer un ejército ciudadano pagado por las distintas regiones del imperio, pero capitaneado por militares expertos, que garantizara la defensa de los territorios a la vez que depositaba en las manos de la monarquía el monopolio de la violencia.

Un análisis de la transformación de este modelo miliciano nos haría ver inmediatamente que las milicias urbanas, pasando por los intentos de estructurar una milicia general en el siglo XVII, son el antecedente inmediato de los ejércitos ciudadanos que se configuraron en el siglo XVIII-XIX.

Bibliografía

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Ruíz Ibáñez J.J. (Coord.), Las milicias del rey de España. Sociedad, política e identidad en las monarquías ibéricas, Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2009.

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Thompson I. A. A., Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona: Crítica, 1981

Imágenes

-Milicias en procesión el 31 de mayo de 1615 en Bruselas (The Ommeganck in Brussels on 31 May 1615 de Denys Van Alsloot):

http://collections.vam.ac.uk/item/O132428/the-ommeganck-in-brussels-on-oil-painting-alsloot-denys-van/

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