Nuestro presente puede llevarnos a confusión a la hora
de pensar en cómo se defendían los territorios en otros momentos de la Historia, puesto que tenemos asumido como normal que el ejercicio de la
violencia es algo totalmente ajeno al ciudadano de a pie. Por ello, tendemos a
pensar que el ejército profesional siempre fue responsable de estas tareas. Sin
embargo esto es algo muy reciente que fue construido de la mano de las estructuras
sociales que rigen el presente. Durante los siglos XVI-XVIII no existieron
ejércitos permanentes, sino que la guerra se hacía mediante el contrato de
mercenarios, especialistas de la guerra que se ponían al servicio de los
señores más ricos. Los mal llamados tercios españoles eran en su mayoría
mercenarios provenientes de las distintas naciones de la Monarquía Hispánica, y
su ámbito natural era la guerra exterior, no la defensa. Entonces ¿quién se
encargó de defender los territorios de la Monarquía? las milicias urbanas.
Estas milicias toman su origen en el siglo XIII,
cuando se establece la obligación de los vasallos a contribuir en la defensa
del territorio señorial. Tuvieron un protagonismo incontestable en el proceso
de conquista de los territorios de la península ocupados por los musulmanes.
Con la vuelta a la vida urbana que se irá produciendo desde esta fecha hasta el
siglo XV, las milicias pasaron a formar parte del cuerpo armado ocasional de
las mismas, ejerciendo las funciones de policía y defensa ante amenazas
externas inminentes.
Estos, sin dejar de ser campesinos o artesanos eran
armados para servir en la ciudad a cambio de exenciones personales y jurídicas,
cierta preeminencia social y, en ocasiones la posibilidad de no ser reclutados
para el ejército del rey. Estas milicias aparecen en actos públicos como
procesiones, recepciones de personajes ilustres e incluso en alguna operación
militar, poseían sus propios uniformes y banderas, símbolos propios de
distinción social.
Milicias en procesión el 31 de mayo de 1615 en
Bruselas
Durante la Baja Edad Media, el servicio militar
correspondía a todos los vasallos de cualquier condición, campesinos o
habitantes de las ciudades, convertidos en soldados ocasionales, estaban
obligados así desde muy antiguo a actuar cuando la ciudad se lo requiriera. Lo
que significaba ser miliciano en la ciudad hizo que el vínculo entre la
organización social y la institución de las milicias se estrechase cada vez
más.
En poco tiempo la milicia se convirtió en el brazo
ejecutivo de las ciudades, que a merced de las distintas oligarquías locales
que formaban parte de los concejos configurados a finales del siglo XIV y
principios del XV, controlaban y defendían la urbe distribuidos por sus calles
y barrios.
Estos milicianos no solían tener formación militar
alguna, ni los medios de los que disponían los ejércitos profesionales que
fueron tomando protagonismo a principios del siglo XVI como parte de lo que en
la historiografía se llama “revolución militar”. Sin embargo fueron los
encargados de la defensa de las fronteras de la Monarquía Hispánica en todas
sus latitudes, donde se hicieron especialmente fuertes. En Castilla la
organización de estas milicias se descuidó, sobre todo a partir de la toma de
Granada (1492) y la eliminación de un enemigo fronterizo real. Sin embargo, en
territorios fronterizos y costeros como Galicia, toda la región levantina de la
Península Ibérica, Sicilia, Nápoles o los Países Bajos, siguieron teniendo una
importancia defensiva crucial ante los distintos enemigos de la Monarquía Hispánica
tanto en Europa y el Atlántico como en el Mediterráneo.
El servicio de milicias era gestionado y financiado en
su totalidad por las ciudades, cuyas autoridades trataban de mantenerlas, ya
que formaba parte de la autonomía que con constante celo guardaban ante el rey
y otros señores. Además aunque su formación era escasa y los recursos de los
que disponían también solían serlo cumplieron a la perfección su función
defensiva ante las razias otomanas, las incursiones portuguesas, francesas e
inglesas. Sin embargo, se mostraron incapaces de soportar asedios o enfrentarse
a ejércitos bien organizados.
Los distintos monarcas trataron de forma paralela de
disolver las milicias urbanas, puesto que al fin y al cabo suponían una
resistencia local a su poder, y a su vez de establecer un ejército ciudadano
pagado por las distintas regiones del imperio, pero capitaneado por militares
expertos, que garantizara la defensa de los territorios a la vez que depositaba
en las manos de la monarquía el monopolio de la violencia.
Un análisis de la transformación de este modelo
miliciano nos haría ver inmediatamente que las milicias urbanas, pasando por
los intentos de estructurar una milicia general en el siglo XVII, son el
antecedente inmediato de los ejércitos ciudadanos que se configuraron en el
siglo XVIII-XIX.
Bibliografía
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Thompson I. A. A., Guerra y decadencia. Gobierno y
administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona: Crítica,
1981
Imágenes
-Milicias en procesión el
31 de mayo de 1615 en Bruselas (The Ommeganck in Brussels on 31 May 1615 de
Denys Van Alsloot):
http://collections.vam.ac.uk/item/O132428/the-ommeganck-in-brussels-on-oil-painting-alsloot-denys-van/
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