El uso de la imagen de
las princesas y emperatrices romanas en la religión y política del imperio fue
una constante a lo largo de toda la era imperial. La actitud, actuación y
comportamiento manifestado por éstas tuvieron un peso importante de cara a la
esfera pública, pues en ella residía el ejemplo de virtud femenina necesaria
para la estabilidad del imperio en todas sus vertientes. Para que una
emperatriz fuera digna de recibir honores, títulos, divinización y una clara
aprobación por parte de los historiadores e intelectuales de su época, debía cumplir
con unas series de características reconocidas y recopiladas en un estándar
idílico. Sin embargo, para que todo estándar cobre forma, siempre ha de haber
una primera premisa que sirva de ejemplo y marque el camino idóneo a seguir a
lo largo del tiempo. Indudablemente, la emperatriz que sentó las bases y se
erigió como primer y auténtico modelo de virtudes fue Livia, la esposa del
emperador Augusto.
Tradicionalmente
ha trascendido el dicho que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran
mujer. En este caso, esta afirmación ha sido sustentada en las diversas
premisas que expondremos a continuación. La domus
imperial se erigía como familia idílica y ejemplar para el resto de ciudadanos,
si Augusto fue un hombre modelo a vista de todo el imperio, su mujer así
también lo debía ser. Las buenas virtudes de una emperatriz eran consideradas efecto
de la buena acción de su marido, y como tal les servían al mismo de honra y
gloria. Por consiguiente, al ser considerado Augusto el mejor de los
emperadores y el mejor de los hombres, no sería descabellado pensar que por
aquel entonces Livia debió de erigirse como la mejor de las mujeres, cuyas
acciones y virtudes honraban y glorificaban a la figura de Augusto. Asimismo,
la imagen del imperio como una gran familia otorga a Livia un estatus simbólico
privilegiado frente al pueblo romano como mater
patriae, conformando junto a su esposo la pareja idílica de parentes patriae, de tan relevante
significado propagandístico en la ideología imperial. Unos títulos asumidos
solo simbólicamente, puesto que tales nombramientos no fueron concedidos hasta
Julia Domna, por la clara vinculación de éstos con la actividad pública.
La
elaboración del modelo de emperatriz basado en Livia respondía a la asimilación
de unas series de virtudes acorde con la tradición romana, cuya ideología
muestra como referente clásico a las matronas. Aunque Livia no fue la primera
mujer en recibir honores, ni en aparecer en las monedas imperiales, ni tan
siquiera fue la primera mujer de la domus
imperial en ser declarada diva; sí
fue la emperatriz que más variedad y cantidad de honras recibió, del mismo modo
que fue su culto el que más trascendencia tuvo. Innumerables virtudes y
asociaciones, tanto imperiales como divinas permitieron definirla como la
emperatriz más virtuosa. Cualidades como la fidelidad, concordia, piedad,
fecundidad, modestia o castidad eran atribuidas a Livia y se procurará atribuir
a las emperatrices que seguían su ejemplo.
Livia
ocupó muy pronto una posición privilegiada en la sociedad romana a diferencia
de otras mujeres. Gracias a las leyes dictadas por su esposo, Livia no sólo
tenía garantizada su protección, sino además, tanto a ella como Octavia fueron
liberadas de la titula masculina a la hora de dirigir sus propios asuntos.
Tales privilegios hizo de Livia una mujer rica, aunque públicamente intentó
mostrar siempre una imagen austera sin ostentación de lujos. Característica también
muy relacionada con las matronas romanas. Asimismo, la gran personalidad de
Livia la llevó a convertirse en uno de los personajes más atractivos para la
propaganda oficial. Sus prácticas evérgetas beneficiaron a muchas ciudades y
familias con problemas económicos. La sociedad romana supo reconocerle sus
prácticas, méritos y posición contribuyendo en la enorme cantidad de honores y
honras hacia su persona, no sólo una vez muerta, sino también en vida. La
variedad y el exceso de pleitesías en honor a la emperatriz se percibe por todo
los recovecos del imperio, tanto así que su recuerdo perduró en la sociedad romana durante mucho tiempo.
Sin
embargo, aunque su imagen trascendió a lo largo del tiempo como ejemplo de
virtud femenina, no todas las fuentes literarias que hablan de Livia hacen
honor a sus virtudes. De hecho, la imagen que se ha ofrecido de la emperatriz
siempre ha sido de lo más distorsionada y contradictoria. Esto es un factor
importante a tener en cuenta a la hora de analizar la imagen de cualquier
personaje histórico, pues la información extraída de las fuentes siempre va
atender a unos intereses concretos. Por ese motivo debemos de analizar las
fuentes lo más minuciosamente posible, atendiendo siempre a las circunstancias
y al contexto del autor.
Las
obras de Suetonio, Tácito, Dión Casio entre
los autores greco-latinos componen el cuerpo literario que presenta y describe
la imagen de Livia. Tácito por su parte nos ofrece un perfil de la emperatriz
bastante negativo. La imagen que transmite de ella es la de una mujer dura y
dominante, en una posición acomodada por ser esposa y madre de emperador. En
cierto modo, el autor carga sobre ella las muertes de los miembros de la
familia Iulia que se interponían en
el camino hacia el ascenso al trono de su hijo Tiberio. Por otro lado, Dión
Casio ataca a la emperatriz por el deseo de ésta de involucrarse en asuntos de
poder y recibir exceso de honores. Mientras, en cambio, Veleyo Patérculo,
Valerio Máximo y Séneca parecen emitir juicios más amables de esta mujer. Junto
a ellos, contrasta además toda la información recapitulada por la cantidad de
representaciones iconográficas, estatuas, monumentos, monedas e inscripciones,
donde se manifiestan afectos y homenajes a su persona.
Otro
de los aspectos más característicos a destacar es que, pese a la idea de
vincular a los emperadores de la dinastía Julio-Claudia con la figura de
Augusto, la verdadera responsable y autora de dicha dinastía fue su mujer,
Livia. La emperatriz era esposa de Augusto, madre de Tiberio, bisabuela de
Calígula, abuela de Claudio y tatarabuela de Nerón. Su persona unía y vinculaba
a todos los emperadores miembros de la dinastía Julio-Claudia. Todo ello, por
supuesto, tras recibir la adopción de su esposo una vez que este falleció.
El
ascenso progresivo de la esposa de Augusto hasta lograr el estatus divino se
refleja en los cambios de su nombre, de hecho las transformaciones producidas
en su nombre repercutieron en su posicionamiento tanto político como religioso.
Durante su matrimonio con Augusto, la emperatriz se llamaba Livia Drusilla, a la muerte del mismo
pasó a llamarse Iulia Augusta, y tras
su deificación en el reinado de su nieto Claudio, fue finalmente apodada diva Augusta. La intervención de Livia
en la deificación de su esposo, así como su nombramiento como Iulia Augusta y flamínica del culto a su
esposo fue crucial, no sólo para la consolidación oficial del culto imperial en
Roma, sino para que en torno a ella se fuera consolidando una imagen idílica
que la llevó a su propia deificación años más tarde de su muerte en la capital,
y la rendición de cultos y honores como diva
en las provincias estando aún con vida. Ser la mujer y sacerdotisa de un dios y
pertenecer a una familia de origen divino, hace pensar cuales fueron las
principales razones por la que Claudio, a pesar del tiempo trascurrido desde la
muerte de su abuela, quiso divinizar a Livia.
El
ascenso de Livia a la escala divina fue decisivo en la legitimación de aspectos
relacionados con la cuestión dinástica. Por medio de su divinización, Claudio
conseguía legitimar su poder y actitud de gobernante de manera sacra, al
convertirse en nieto directo de una diosa y por consiguiente, miembro de la domus divina. La necesidad partía de que
Claudio, ni por nacimiento, ni por adopción descendía del divus Augustus, y solo podía justificar su vinculación con el
fundador del Principado a través del parentesco con su abuela Livia. Asimismo,
al no contar con ningún vínculo directo con Augusto, tampoco podía tener ningún
carácter divino, por lo que la deificación de su abuela le sirvió también como
legitimación divina, al consagrarse como nieto de diosa.
Tras
ser divinizada, fueron acuñadas monedas conmemorando a la nueva diva, donde fue
representada sobre un carro que la conducía al cielo. Además, Claudio mandó a
colocar en el templo del divino Augusto una estatua de su abuela de manera que
se adoraba a la nueva pareja de divi
y su culto fue concedido a las vestales.
Bibliografía
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Imágenes
http://turistasypiratas.blogspot.com.es/2015/04/rostros-con-historia.html
http://augusto-imperator.blogspot.com.es/2014/07/livia-la-gran-emperatriz.html
Sobre la autora:
Cristina Cardador Ruíz
Graduada en Geografía e Historia por la Universidad Pablo de Olavide, promoción 2011-2015. Interesada en la Historia Antigua y en la Historia de las Religiones. Realizó su Trabajo de Final de Grado sobre el culto imperial en Itálica. Actualmente cursa el Máster en Religiones y Sociedades organizado por la Universidad Pablo de Olavide y la Universidad Internacional de Andalucía.
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