Nerón fue declarado enemigo público de Roma poco antes de
suicidarse. Al ser el último miembro de la dinastía Julio-Claudia por no haber
conseguido tener descendientes con ninguna de sus dos esposas (con la segunda
tuvo una hija que murió a los pocos meses de nacer), su caída del poder
precipitó una guerra civil que amenazó con destruir el sistema político del
principado, que había sido pensado precisamente para evitar este tipo de
conflictos.
Tras la conspiración de los Pisones (un complot contra el
emperador en el que se planeó su muerte, en el que estaba involucrado el
senador Cayo Calpurnio Pisón), Nerón comenzó a dejar ver su miedo hacia los
comandantes más famosos y la nobleza en general, a los que hizo perseguir de
forma descarada. La carga económica de las extravagancias del emperador había
ido en aumento con los gastos derivados del incendio del 64 d. C.: una muestra
de ello es la reducción del porcentaje de plata en los denarios en los años 64
y 65. Nerón, además, llevó a cabo abusos tributarios a las provincias, lo cual
provocó que muchas de ellas se rebelaran y quisieran dejar de pagar impuestos.
Busto de Nerón, Giovanni Battista (Museo del Prado)
Esta situación provocó descontentos en todas las capas de la
sociedad (especialmente en las superiores al ser atacadas directamente por las
sospechas del emperador). Tácito cuenta como a Nerón se le apartó del trono
“mediante mensajes y rumores, más que por la fuerza de las armas”.
Una vez que Nerón hubo abandonado la ciudad, la guardia
pretoriana aclamó a Galba (un anciano consular de la nobleza republicana con un
espléndido historial militar a sus espaldas, que llevaba ocho años gobernando
en la provincia de la Hispania Tarraconensis). La vía política dejaba así paso
a la vía militar: como afirma Tácito, en la primera crisis del principado se
descubrió “el secreto del poder”, que no era otro que el control de los
ejércitos provinciales. Por ello, es este momento cuando las provincias
adquieren un verdadero protagonismo político frente a Roma e Italia, situación
que se corresponde con la rivalidad económica ya existente entre ambas.
El Senado, que había declarado a Galba enemigo público de
Roma por rebelarse ante la política fiscal de Nerón, condenó a éste (que se
suicidó en la villa de un liberto) y proclamó a Galba emperador en junio del 68
d. C.
El emperador Galba, Taller Italiano (Museo del Prado)
La nobleza vio en el nuevo emperador a alguien capaz de
velar por sus intereses y por la recuperación de la economía del Imperio,
gravemente dañada tras los gastos llevados a cabo por Nerón. Además, al contrario
que el anterior emperador, Galba trató de congraciarse con la población
eliminando algunos impuestos y poniendo trabas a la actuación de los
procuradores imperiales. Sin embargo, la pretendida reducción de gastos
degeneró en avaricia: aunque en principio el emperador había recibido el apoyo
de los soldados para llevar a cabo su reinado, pronto se pusieron en su contra
al ver que no se les compensaba con los donativa
prometidos cuando era aspirante al gobierno del Imperio. Por ello, los
pretorianos lo eliminaron y los senadores propusieron al gobernador de
Lusitania, Marco Salvio Otón (que, estratégicamente, había basado su propaganda
política en su carácter generoso) como nuevo emperador.
Moneda de Otón
Simultáneamente, Aulio Vitelio, gobernador de Germania Inferior,
había sido ya nombrado emperador por su propio ejército, formado por las tropas
del Rin. Aunque Otón contaba con el apoyo militar de las provincias
occidentales, sucumbió ante la avalancha de las fuerzas de Vitelio en abril del
69, por lo que éste fue reconocido como emperador por el Senado. Para
garantizar su seguridad personal, Vitelio retiró a los pretorianos del servicio
activo y consiguió el apoyo de las legiones mediante promesas y donaciones que
luego no resultaron ser tan efectivas como el emperador hubiera querido, pues
surgirían sublevaciones en los ejércitos orientales que se pronunciaron a favor
de Vespasiano, que cosechaba éxitos en Palestina, donde había sido destinado
por Nerón antes de morir para parar las revueltas originadas en Judea en el 66
d. C.
Vitelio, Anónimo (Museo del Prado)
Vespasiano contaba con el apoyo de siete legiones y varios
gobernadores provinciales, entre ellos el de Egipto, Tiberio Julio Alejandro
(muy importante al ser este lugar el “granero” del Imperio). El apoyo
provincial resultó decisivo para la victoria de Vespasiano en el 69 d. C., dado
que la rivalidad planteada entre él y Vitelio solo podía resolverse mediante
confrontación militar. Muerto Vitelio en Cremona (tras intentar en vano pactar
con el nuevo emperador), Vespasiano preparó su marcha hacia Roma, que no
llevaría a cabo hasta finales del año siguiente.
El nuevo emperador, primer miembro de la dinastía Flavia,
llegó a restaurar el sistema imperial gracias a su acertado programa de
administración, en el que la unidad del ejército y la reactivación económica de
base presupuestaria e impositiva fueron los puntos clave.
Vespasiano, Giovanni Battista (Museo del Prado)
En el año 69, el Imperio sufre una crisis producida no solo
por las carencias económicas provocadas por las circunstancias dadas en el
gobierno de Nerón, sino por la ruptura de la línea sucesoria de la dinastía
Julio-Claudia y los conflictos militares surgidos a partir de la misma, que
amenazarán constantemente la unidad romana. Si se puede obtener una conclusión
de estos conflictos entre ejércitos, es que desde este momento Roma ya no era
la clave para gobernar el Imperio, sino una ciudad más, pues comienzan a surgir
emperadores en las provincias y su éxito dependerá del apoyo que reciban de los
ejércitos provinciales.
BIBLIOGRAFÍA
Barrett, Anthony A. (ed.), Vidas de los césares. Barcelona: Crítica, 2009.
Bravo, Gonzalo, Historia
del Mundo Antiguo. Una introducción crítica. Madrid: Alianza Editorial,
2012.
Rabanal Alonso, Manuel Abilio. “Consideraciones sobre la
crisis de los años 68-69”. Lucentum nº1
(1982): 183 – 188.
Página Web Museo del Prado (museodelprado.es)
http://www.tesorillo.com/altoimperio/otho/otho5.jpg
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