Durante
siglos el carnaval ha ocupado un lugar preeminente en el calendario popular de
fiestas. La fiesta de las máscaras, acompañada de los excesos en la bebida y la
comida, eran prácticas muy arraigadas en la sociedad de la Europa Moderna. No
obstante, aunque el presente artículo pueda ser aplicado a este espacio y
tiempo determinado y en particular al caso de España a principios del siglo
XIX, no debemos olvidar que lo carnavalesco ha estado y está presente en muchísimas
culturas tanto contemporáneas como pasadas, dando lugar a fiestas muy similares
por ejemplo en el mundo judío, grecorromano, asiático y americano.
Son
muchas las interpretaciones que desde relatos contemporáneos y desde la
comunidad académica actual se han dado sobre el carnaval. Sin embargo hay una
vertiente especialmente interesante sobre el papel desempeñado por esta fiesta
no sólo en la protesta social, sino también en el control social.
Las
máscaras, los disfraces, las letrillas y las bromas servían para
despersonalizar las acciones, desinhibirse y atreverse a hacer en estos días de
carnestolendas lo que el resto del año les estaba totalmente prohibido. En
muchas ocasiones a lo largo de los siglos XV-XIX se relataba que en estos días
la gente comía y bebía lo equivalente a un mes, había muchos matrimonios y se
practicaba mucho más sexo que el resto del año. Las proporciones pueden ser
exageradas pero ponen de relieve la generalidad de estas prácticas en los
ámbitos populares justo antes del periodo de recogimiento, ayuno y restricción
de la Cuaresma.
La
sátira, como también hoy, era algo indispensable en el carnaval y parte de la
liberación de la expresión social cargaba contra las autoridades a través por
ejemplo de los disfraces. Los más repetidos eran los de curas, monjas,
caballeros, reyes, etc. y los disfrazados hacían suyos los roles de estos
personajes a la perfección, de forma que no era extraño por ejemplo ver a niños
disfrazados de curas bendiciendo por las calles. Eran unos días de ficción en
el que el mundo parecía estar del revés.
Todo
ello no sólo era una expresión burlesca y en cierto modo una forma de protesta
social contra el orden establecido, sino que esta “supresión temporal de los tabúes y limitaciones, sirve obviamente para
resaltarlos”, como decía Max Gluckman para el caso de algunas poblaciones
africanas. De modo que, aunque se permitiera criticar a las autoridades,
invitar a salir y hablar con damas de un estrato social más alto y burlar los
castigos que normalmente se imponían en estos casos, dicha mofa tenía un doble
filo y este es que reconocía y por tanto mantenía y fortalecía el orden social
establecido. Por consiguiente, aunque nos pueda parecer que el carnaval era una
fiesta de protesta social en la que la sociedad expresaba sus limitaciones
infringiéndolas, realmente se hacía de forma controlada, acotada e
institucionalizada. Todo el mundo era consciente de que tras estos días los
roles volvían a su lugar inicial.
Por
supuesto, desde las autoridades el carnaval estaba muy mal visto en todos los
sentidos. La cultura cortesana que se había impuesto a partir del siglo XVI
como espejo de la cultura popular, veía en estas prácticas algo grotesco e
impropio de los gustos refinados de la aristocracia. La Iglesia prohibió
constantemente a los curas y las monjas participar en estas fiestas, que por un
lado condenaba pero que por otro tenía que aceptar. Por supuesto, tanto las
aristocracias locales como los reyes trataron de abolir el carnaval en
repetidas veces a lo largo de estos siglos. Un ejemplo de ello fueron las
prohibiciones de las máscaras en 1523 por Carlos I en los territorios de la
Monarquía Hispánica, o las constituciones sinodales de 1591, o en los estatutos
de 1596 del Seminario eclesiástico en Cádiz.
A
principios del siglo XIX en distintas ciudades de la Península Ibérica como
Madrid y Cádiz, se dieron restricciones explícitas a las acciones que no se
debían realizar en los días de carnaval. Entre los años 1808 y 1817 existen
diversos expedientes que advierten “que
desde hoy y siguientes dias de carnaval, ninguna persona sea osada a tirar en
las calles, plazas y paseos de ella, ni otro sitio, huevos con agua, harina,
lodo, ni cosa con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y
ropas, y echar agua clara ni sucia de los balcones y ventanas con jarros,
xeringas ni otro instrumento ni se de con pellejos, vexigas, ni otras cosas.
Que no se pongan mazas a persona alguna, a los perros ni demás animales, pena a
qualquiera que contraviniere a lo referido en todo o en parte de ello de veinte
ducados y quince dias de prisión en la cárcel Real de esta Corte”.
(Expedido por la Real sala de Alcaldes y Corte en 27 de febrero de 1808, días
antes del carnaval de ese año).
Este
no será un caso aislado, sino que tal y como he mencionado, año tras año se
repetirán este tipo de expedientes advirtiendo el castigo a los que traspasaran
ciertos límites. Sin duda es un intento de controlar dicha fiesta que dadas las
continuas repeticiones parecía no tener mucho éxito.
El
último ejemplo que quiero poner se dio el 5 de febrero de 1828 en la ciudad de
Cádiz por un edicto de José Aymerich y
Varas, Teniente General de los Reales Ejércitos y Gobernador provisional de la
misma ciudad, publicado en el periódico local, en el que prohíbe: hacer bromas,
disparar cohetes, lanzar objetos desde las ventanas y balcones, dar gritos,
voces o insultar por las calles y una larga lista de restricciones de las
actuaciones propias del carnaval.
Sin
embargo, este tipo de intentos tendrán algunas réplicas, por ejemplo la
expresada por un autor anónimo en una letrilla en respuesta al edicto de José
Aymerich e incluso en el mismo periódico, en la que decía “Déjame Antón, de consejos que estoy sordo el Carnaval” refiriéndose
en este comienzo a las restricciones y terminaba diciendo: “Se me olvidaba decirte que el oído se me
empata el Domingo de Piñata lo mismo que el Carnaval. Después vendrá el bacalao
escoltado de potajes y sirviéndose de pages mariscos de fe neutral. Ya sano mi
oído y curada mi locura, oiré la voz de mi cura que no entendí el Carnaval”,
haciendo alusión a que la sordera temporal que sufre el escritor, y el resto de
la sociedad, se va cuando empieza la Cuaresma y entonces vuelve a escuchar a las
autoridades.
Sin duda las tensiones representadas en estos edictos y estas
letras reflejan a la perfección el ambiente que se podía vivir en carnaval
tanto desde el punto de vista del que participaba y disfrutaba como desde el
del que trataba de controlarlo y también lo condenaba como una expresión
grotesca fuera del orden establecido. El mundo del revés y la sordera temporal estaban
servidas en febrero al empezar el carnaval.
Bibliografía
Burke,
P., La cultura popular en la Europa
Moderna, Madrid: Alianza Editorial, 2014.
Ramos
Santana, A. y Fernández Tirado, J. M. “El carnaval y el poder: Una muestra de
contestación popular a las restricciones en una letrilla de 1828”, Trocadero, nº3 (1991), 77-84.
Ramos
Santana, A., El Carnaval Secuestrado o
Historia del Carnaval, Cádiz: Quorum editores, 2002.
Documentos de archivo
Archivo
Histórico Nacional, Consejos, Legajo 1398, Expediente 63. 27-2-1808.
Archivo
Histórico Nacional, Consejos, Legajo 1400, Expediente 48. 4-2-1809.
Archivo
Histórico Nacional, Consejos, Legajo 1409, Expediente 166. 31-1-1816.
Imágenes
-Combate entre don Carnaval y doña Cuaresma, P. Brueghel:
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/1/1a/Pieter_Bruegel_d._%C3%84._066.jpg/800px-Pieter_Bruegel_d._%C3%84._066.jpg
-don Carnal y doña Cuaresma:
http://www.deliciasyvinosribera.com/la-historia-de-don-carnal-y-dona-cuaresma/
Interesante artículo. Además aporta al que lo lee una visión peculiar, ya que vemos que en el presente en realidad el carnaval está más controlado por la autoridad y más descontrolado y desfasado por la gente que de él quieren disfrutar, haciendo un abuso de las fiestas por tener una excusa más para desinhibirse y no. Si por lo menos se abusara para ser lo que el resto del año no se puede por leyes morales o jurídicas, incluso me apuntaría yo al 'abandono de la carne'(como bien definió Natalia Avilés en su preciso artículo) a modo de protesta y reivindicación social, que es la esencia que percibo que se ha perdido. Eso sí, las agrupaciones carnavalescas sí que conservan la naturaleza histórica que les antecede y es en gran parte por eso por lo que para mí el carnaval verdadero está en ellas (aunque aún más las que están en la calle y no en el teatro). !Enhorabuena, seguid así¡
ResponderEliminarEn efecto! Se ha perdido gran parte de la esencia, además esta gente en muchas ocasiones se jugaban ser multados y pasar un tiempo en prisión, evidentemente la sátira debía ser más delicada y discreta, lo que lo hace quizá más bello. En el presente el carnaval sigue manteniendo un poco de ese espíritu y es genial. ¡Muchas gracias por tus apreciaciones y tu comentario! Seguimos leyéndonos pronto.
EliminarUn abrazo enorme, querido amigo y lector.
Por cierto, lectura que recomiendo sobre don Carnal y doña Cuaresma es el relato que le dedica "El libro de Buen Amor". Vais a ver el carnaval satírico y gracioso que se monta en él jajaja un abrazo.
ResponderEliminar¡Me lo apunto! ¡Gracias!
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