“Si yo lo sé, que los dioses y las diosas dejen que me hunda aún más de lo que yo me siento ahora, cada día, hundido”.
Esta cita la escribía el
emperador Tiberio en una carta al senado, según las obras de Tácito y Suetonio,
Annales y De Vita Caesarum, “Tiberius” respectivamente. Y es que las intrigas
y el ambiente de tensión entre la aristocracia del Imperio en su época, añadida
a un probable carácter apático del emperador pudieron hacer que se sintiese de
este modo.
Cuando el primer
emperador de Roma, Augusto, muere en el año 14 d. C., Tiberio, su hijo adoptivo
e hijastro (fruto del matrimonio anterior de su esposa Livia Drusila), tomó el
mando del Imperio sin demasiadas dificultades, eso sí, tras hacer una breve “comedia”
en la que finge rehusar en favor de la recuperación de una República que nadie
quería ni veía útil retomar. Tanto es así, que el nuevo emperador se fue
apartando cada vez más de este modelo de gobierno, eliminando la asamblea del
pueblo (cuyas decisiones las tomaría a partir de ahora el Senado) y la
costumbre de su antecesor de renovar su cargo cada cinco o cada diez años.
El emperador Tiberio. Museo del Prado (Madrid)
La relación del emperador
con el Senado fue difícil prácticamente desde el principio. A pesar de que
Tiberio se dejaba asesorar por sus miembros en muchas ocasiones, el emperador
parecía enfadarse cuando los consejos no correspondían con sus deseos.
Además, parece cerrarse
ante el público en general, pues reduce considerablemente el número de personas
que pueden acceder a él en un ritual conocido como Salutatio (en el que Augusto, en muchas ocasiones, se daba un baño
de masas, pues no solo los senadores y la aristocracia romana iban a esta
especie de recepción matutina, sino también caballeros del orden ecuestre y
gente del pueblo), ya que, al parecer, le resultaba exageradamente adulatorio.
En el año 26, Tiberio toma
la decisión de marcharse de Roma a Campania, y en el 29 se retira a Capri, isla
de la que no volverá hasta la fecha de su muerte. No se conocen los motivos de
esta decisión, pero hay diversas especulaciones: la pretensión de llevar una
vida más libertina, o quizás el deseo de ocultar las dolencias que tenía por
ser ya mayor. Sin embargo, es
prácticamente seguro que uno de los más poderosos motivos de esta “huida” es el
ambiente de tensión que vivía en la ciudad de Roma debido a la desconfianza que
tenía por los senadores y el pueblo.
El sitio vacío que había
dejado en el centro del Imperio fue ocupado por Sejano, prefecto de la Guardia
Pretoriana. Se convierte en el hombre de confianza del emperador, el filtro
entre las decisiones de éste y el Senado, por lo que adquiere un enorme poder.
Sejano era quien daba su aprobación para que alguien pasase a ser miembro del
consulado, y los cónsules debían consultarle todos sus asuntos (incluso los
personales) a pesar de ser el estamento social más alto del Imperio. Existían
(bajo el permiso de Tiberio) estatuas de oro en la ciudad de su figura que se
veneraban y se celebraba su cumpleaños como si el del emperador se tratase.
Al convertirse en la mano
derecha del emperador, Sejano tiene el poder de manejar las intrigas de las
altas esferas a su antojo, y éstas eran muchas. Tiberio se sintió forzado a
utilizar la Lex Majestatis (castigo a
los que ofendían de alguna forma al emperador) con mucha frecuencia. Esto
provocó una ola de denuncias entre la aristocracia romana, pues al castigarse
los delitos de lesa majestad los denunciantes eran premiados con una parte de
los bienes del denunciado (al que se desterraba y se le quitaba la ciudadanía
romana, o se ejecutaba) y llamaba la atención del emperador, por lo que muchos
lo vieron, además de un buen método de eliminación de enemigos personales, como
un medio de promoción social.
Estando Sejano en esta
posición tan privilegiada, y viendo que podía mover todos los hilos del
Imperio, no es extraño que se viese como futuro emperador. Por ello, su
objetivo fue eliminar a todo aquel que se interpusiera en su camino en esta
hazaña.
Los más probables
sucesores de Tiberio eran, por un lado Germánico, sobrino del emperador e hijo
adoptado, y Druso, hijo natural de Tiberio. Ambos tenían edades parecidas y
eran queridos por el pueblo (sobre todo Germánico, un estupendo militar que
consiguió apaciguar grandes zonas amotinadas). Sin embargo, Germánico salió
pronto de este esquema, pues muere de una enfermedad (en el Imperio corría el
rumor de que todo estuvo planeado por Tiberio, que organizó una especie de
conspiración en su contra por sentir envidia del cariño que los romanos
declaraban por su sobrino) y Druso fue envenenado por su esposa, que era amante
de Sejano.
As emitido por Colonia Romula (Sevilla). Por un lado, Tiberio; en el reverso, Druso y Germánico.
Tan solo quedaban ya los
hijos de Germánico para que el prefecto tuviera el camino libre: fijó como
objetivos a los dos mayores y aconsejó a Tiberio que los condenase por ser
“hostiles” con el gobierno del emperador.
En el año 31, Sejano fue
nombrado cónsul, y contrajo matrimonio primero con Livilla y luego con Julia,
ambas miembros de la familia imperial. Solo estaba a un paso de su meta cuando,
en ese mismo año, Antonia Minor, madre de Germánico (y por tanto, cuñada del
emperador) contactó con este mediante una carta que se hizo llegar mediante un
esclavo de confianza para informarle de que Sejano planeaba un golpe de estado.
Tiberio, al conocer la traición, nombró secretamente un nuevo prefecto del pretorio
y preparó algunas naves militares fieles a él. En el senado, en presencia de
Sejano, fue leída su sentencia. Ese mismo día fueron ejecutados él y sus hijos.
Tiberio, tras la traición
de la persona en la que más confiaba, se volvió aún más inaccesible y aplicó
las condenas por lesa majestad con más virulencia. De sus últimos años es la
cita que encabeza este artículo y que presenta a un Tiberio abatido. El
emperador muere en el año 37 d. C. y lo sucederá Calígula, uno de los hijos
menores de Germánico, que para su suerte no sufrió la persecución de Sejano.
Aunque es difícil conocer
con certeza cómo fue el carácter de un emperador mediante las obras escritas de
la época (siempre hay que recordar que los escritores eran en su mayoría del
orden senatorial, que, en este caso, no congeniaba con el emperador) sí podemos
concluir asegurando que Tiberio fue un emperador que, en gran medida por sus
pocas dotes de comunicación con su entorno, evadió en muchas ocasiones la
responsabilidad que conllevaba el Imperio tal como lo heredó de Augusto,
defecto que Sejano supo aprovechar.
BIBLIOGRAFÍA
Albertini, A., El Imperio Romano. Sevilla: Padilla
Libros Editores & Libreros, 2005, 34-37.
Barceló, P., Breve Historia de Grecia y Roma. Madrid:
Alianza Editorial, 2010, 249-252.
Bravo, G., Historia del Mundo Antiguo. Una introducción
crítica. Madrid: Alianza Editorial, 2012, 434-436.
Winterling, A., Calígula.
Barcelona: Herder, 2006, 25-33
IMÁGENES:
www.museodelprado.com
www.wikipedia.org
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