martes, 9 de mayo de 2017

Darwin y Wallace: breve historia de la Teoría de la Evolución entre cartas

A lo largo de la historia se han dado muchos intentos de elucidar de dónde procedemos los seres vivos (en particular, claro, los seres humanos). Durante mucho tiempo toda la sociedad, incluido el propio sector científico, ha defendido ideas como la “hipótesis de la generación espontánea”, por la cual los seres vivos parecían capaces de surgir de materia inanimada como estiércol o barro, o el “creacionismo”, la corriente de pensamiento que defendía que todas las especies vivas que existían habían tenido siempre la misma apariencia, que habían “sido creadas” tal cual se presentaban en la actualidad, en estrecha relación con las ideas de la Iglesia y en contraposición a las extrañas e inexplicables formas fósiles de conchas y esqueletos desconocidos que se encontraban de vez en cuando en las rocas.

Fósil de conchas de ammonites

Para los creacionistas, los fósiles no eran más que rocas que imitaban animales como capricho de la naturaleza, pero, para los defensores de la evolución, aquellas formas no eran sino restos de animales pasados de los que, habiendo desaparecido de la faz de la Tierra, habrían derivado las especies actuales. Nadie, sin embargo, supo explicar correctamente cómo podría ser esto posible hasta que la idea de la selección natural emergió en el pensamiento científico contemporáneo. 

Para los creacionistas, los fósiles no eran más que rocas que imitaban animales como capricho de la naturaleza, pero, para los defensores de la evolución, aquellas formas no eran sino restos de animales pasados de los que, habiendo desaparecido de la faz de la Tierra, habrían derivado las especies actuales. Nadie, sin embargo, supo explicar correctamente cómo podría ser esto posible hasta que la idea de la selección natural emergió en el pensamiento científico contemporáneo.

En esencia, la teoría de la selección natural expone que, dentro de una misma especie, las diferencias que existen a nivel de aptitudes o características entre los diferentes individuos, derivadas de la simple variedad genética y la incidencia de mutaciones, determinan en qué medida pueden sobrevivir en el ambiente en el que se encuentran, de tal forma que aquellos más aptos sobrevivirán y se reproducirán con mayor facilidad; los menos aptos, morirán y no dejarán descendencia. De tal manera, con el paso de las generaciones, los integrantes de una especie tenderán a presentar por herencia tales características si el ambiente no dictamina que dejan de ser beneficiosas. Dicho de otra forma, el ambiente ejerce una presión selectiva sobre la genética de los organismos que viven en él barriendo las características que dificultan la vida en él, lo cual es uno de los elementos imprescindibles de la evolución, tanto de los seres humanos como de todos los organismos que existen.

Sin embargo, no pretendemos explicar con mayor detalle esta teoría, sino dar a conocer los dolores de cabeza, casualidades, polémicas y malas pasadas que les trajo a sus co-autores: el famoso Charles Darwin y el menos conocido Alfred Wallace, pues si la teoría de la selección natural y la especiación resulta sorprendente, no lo es menos la historia de cómo se llegó a ella.


Alfred Russel Wallace. Fotografía por Sims, 1889

Alfred Russel Wallace nació en Gales el 8 de enero de 1823, en el seno de una familia modesta de tradición anglicana. A pesar de que hoy se le recuerda como co-autor de la teoría más importante de las ciencias biológicas, nunca estudió ningún tipo de carrera académica: tuvo que dejar sus estudios a la edad de 13 años por falta de dinero, y se convirtió en aprendiz de carpintero de su hermano John. No sería hasta 1844 cuando la publicación de un extraño libro titulado "Vestigios de la Historia Natural de la Creación", de Robert Chambers (1802-1871), cambiaría su vida para siempre.

La idea que Chambers exponía en este libro era, básicamente, que las especies tenían la tendencia de transformarse unas en otras aumentando de complejidad hasta llegar al ser humano, todo, por supuesto, bajo la planificación de Dios, una idea que pretendía compaginar las observaciones científicas con la tradición religiosa victoriana imperante en la época. Ajeno a toda la polémica que ese libro levantó, Wallace decidió hacerse a la aventura junto a su amigo Henry Walter Bates, naturalista, y emprender su propia carrera en el estudio de la Historia Natural para descubrir qué de verdadero había en la teoría de Chambers.

Así fue cómo Wallace viajó en 1848 a Brasil, actualmente reconocido como uno de los puntos más ricos en biodiversidad, para recorrer regiones del río Amazonas y el río Negro donde ningún europeo había puesto un pie, capturando ejemplares que coleccionaba y vendía para costear sus viajes. Durante su estancia, contrajo por primera vez la malaria (no sería la última) y a su vuelta a Europa, en 1852, su barco se incendió y hundió en mitad del Atlántico, perdiéndose apuntes y borradores de varios libros que tenía preparados. Fue rescatado en otro barco que, por cierto, casi se hunde también. Lejos de achicarse, nada más llegar a Inglaterra, el hombre ya estaba pensando animosamente en emprender un nuevo periplo, que, en ese caso, le llevaría a las remotas islas del archipiélago malayo.

Desde 1854, pasaría ocho años visitando, entre otras, las misteriosas islas de Sumatra, Bali, Borneo, Timor, Komodo y Sarawak, donde hizo grandes descubrimientos relacionando la localización de las diferentes especies animales y sus restos fósiles. En este viaje recopiló hasta 125.000 especímenes que envió a Inglaterra, 80.000 de las cuales eran escarabajos. Entre esos ejemplares, había unas 1.000 especies nunca antes descritas. Fue en estos viajes donde se familiarizó enormemente con la gran variación que existía, no sólo entre diferentes especies, sino entre individuos de la misma especie.

El 1 de marzo de 1858, en la casita donde vivía en la isla de Ternate, recogido  a causa de un nuevo episodio de malaria, Wallace describe en su propia autobiografía que, estando en la cama con fiebre, empezó a divagar sobre el efecto de las guerras y epidemias (como la malaria) en el ritmo de crecimiento de la población humana y que luego pensó en cómo este tipo de causas o equivalentes (depredación, enfermedades, catástrofes...) influían en el crecimiento de las poblaciones animales. Teniendo en cuenta el gran daño que causaban estos avatares, los que sobrevivían, necesariamente, eran los que mejor adaptados estaban a las circunstancias, y considerando la gran variación entre individuos que él mismo había reconocido durante su recolección de ejemplares, todos los rasgos que un animal presentase podían proceder de una filtración natural que el ambiente hacía de entre todas las variantes que se iban presentando azarosamente en el surtido de variantes. Y fruto de esta iluminación resultó una inocente carta que Wallace envió en un barco de carga holandés desde Ternate a Inglaterra dirigida al mismísimo Charles Darwin (1809-1882), ya reconocido como prestigioso naturalista.


Charles Darwin, fotografía por Herbert Rose Barraud 

Por aquél entonces, la sociedad científica se comunicaba por cartas de forma muy activa. Y, en particular, esa carta que Darwin recibió (no se sabe con certeza qué día) lo dejó consternado.

Desde el 1838, cuando se embarcó en el H.M.S Beagle y comenzó sus estudios en evolución animal en las Islas Galápagos, Darwin había estado masticando de forma bastante infructuosa los paradigmas de la divergencia evolutiva. Wallace no era más que un aficionado admirador de su trabajo y ya anteriormente le había estado carteando e incluso enviando algunos especímenes de regalo que consideró que le podían gustar. En sus respuestas, Darwin se mostraba agradecido aunque receloso, insinuándole de manera sutil al joven Wallace que la causa de aparición de nuevas especies era un asunto suyo, cosa que el pobre de Wallace nunca captó. Lo que ninguno de los dos se imaginó nunca es que habrían llegado a la misma teoría por caminos separados. El propio Darwin reconocería más adelante que incluso algunas de las frases de Wallace le recordaban a las suyas propias, aunque su principal fallo estuvo en no considerar importante la variación entre individuos de la misma especie, la clave de todo en la idea de Wallace. En ese momento, el naturalista pensó en desistir y tirar por tierra su propio trabajo: Wallace había concebido encamado una tarde de fiebre una idea que él no había conseguido terminar de dilucidar en veinte años de duro trabajo, y si decidía publicar su estudio se habría aprovechado deshonrosamente de la investigación de un colega admirador, pero si no lo hacía, nadie le daría el reconocimiento de ser el primero en postular la teoría. Realmente una situación deprimente, si le sumamos que su hijo menor estaba gravemente enfermo de escarlatina.

De no ser por sus amigos, Charles Lyell y Joseph Hooke, la teoría de Darwin probablemente nunca hubiera visto la luz. Para que su trabajo no cayese en saco roto ni sintiese que estaba cometiendo una sucia traición, le propusieron presentar un resumen conjunto de sus ideas junto con las de Wallace en una de las reuniones de la Linnean Society de Londres, la prestigiosa sociedad científica dedicada a taxonomía fundada en 1788. Darwin estaba muy triste y no tenía absolutamente nada preparado (ni ganas de hacerlo); fueron sus amigos los que recuperaron de su estudio un ensayo de unas 540 páginas que el hombre había escrito en 1844 (y que todavía no había publicado) y una carta que le había escrito a un botánico de la Universidad de Harvard. El día de la presentación el 1 de julio de 1858, se presentó primero este resumen del trabajo de Darwin y luego se leyó el artículo original de Wallace, aunque técnicamente debía haber sido expuesto primero, ya que estaba escrito con antelación; una trampa que Lyell y Hooke dispusieron para que fuera su amigo Darwin el que quedase registrado con la propiedad intelectual. Darwin no estuvo presente: fue el día del entierro de su hijo.

Ese mismo día, Wallace todavía estaba de viaje. No se enteraría hasta mucho tiempo después de que su trabajo había sido publicado sin su permiso ante la Linnean Society y sólo como un simple apoyo a la teoría de Darwin. Sin embargo, lejos de molestarse, Wallace incluso se mostró satisfecho: es importante tener en cuenta que la sociedad científica de por aquél entonces era terriblemente clasista y él era un don nadie, sin ni siquiera la preparación científica adecuada para ser respetado en el gremio de los naturalistas. Que el trabajo de Darwin, con una reputación considerable, llevase su nombre garantizaba que le harían caso; era más de lo que podría haber esperado de intentar llamar la atención por su cuenta. De hecho, se referiría humildemente a la teoría de la selección natural como "darwinismo" a partir de entonces. Pese a que posteriormente y hasta a día de hoy algunos han querido ver en Darwin y sus amigos una trama conspiratoria para robarle la idea a Wallace, lo cierto es que nunca existió mala relación entre ellos. El propio Darwin le mandó una copia de regalo a Wallace del libro que finalmente publicó, en 1859, El origen de las especies, su obra más famosa.


Portada de "El Origen de las Especies"

Es interesante mencionar aquí que, en su obra, Darwin nunca dijo expresamente que los seres humanos procedamos del mono, afirmación que es matizablemente incorrecta: lo que se deriva de la teoría de la selección natural es que los chimpancés (Pan spp.) y los actuales humanos (Homo sapiens) derivamos de un ancestro común a partir del cual nuestros linajes se diversificaron.

Cabe mencionar, por otro lado, que el que armó un verdadero escándalo cuando se enteró de la publicación fue el jardinero escocés Patrick Matthew, que parece ser que hacía nada menos que casi treinta años atrás había sugerido tal idea en el apéndice de un libro apasionantemente titulado Madera naval y arboricultura (curiosamente el mismo año que Darwin no había hecho más que emprender su travesía por el océano Atlántico hacia las Galápagos). Pasó totalmente desapercibido. Por mucho que pataleó, Matthew sólo consiguió de Darwin unas disculpas públicas.

Por su parte, Wallace siguió como naturalista varias décadas más, aunque fue perdiendo poco a poco credibilidad en el mundo científico debido a su interés por temas como el espiritismo y la vida en otros planetas. Se comprometió en 1864 con una mujer que lo dejó plantado y dos años más tarde contrajo matrimonio con Annie Mitten, hija de un experto en musgos y con la que tuvo tres hijos. Nunca consiguió un trabajo estable ni ascendió de posición social y atravesó, de hecho, graves penurias económicas, hasta el punto de que en cierta ocasión fue necesaria la intervención del propio Darwin para que le concedieran una pensión. Su trabajo científico, aun así, fue reconocido e incluso premiado: en 1908 recibió la prestigiosa Medalla Copley y el Orden de Mérito del Reino Unido. Moriría cinco años más tarde en la casita de campo que él mismo construyó años atrás en Broadstone, tierra donde se encuentra actualmente su tumba. Llegó a la edad de nada menos que 90 años.

La historia de cómo la humanidad se dio cuenta del fenómeno de la selección natural es una historia de sufrimiento, de aventuras, de descubrimientos, casualidades bochornosas, viajes y cartas; una historia de una época de la ciencia que ya se acabó pero que, aunque los huesos de sus protagonistas descansen, merece seguir excitando los nuestros.

FUENTES Y REFERENCIAS
Ruíz Pérez, M. V., “La extraordinaria vida de Alfred Russel Wallace: (Él también merece ser recordado)”, Encuentros de Biología, nº125 (2009).
Gallardo, M.G., “Alfred Russel Wallace (1823 – 1913): Obra y figura”, Revista Chilena de Historia Natural, nº86 (2013), 241 – 250.
BRYSON, B. Una breve historia de casi todo, Barcelona: RBA bolsillo, 2003.

IMÁGENES

SOBRE EL AUTOR

Juan Encina

Graduado en Biología por la Universidad de Coruña de vocación docente. Se ha dedicado por cuatro años a la divulgación científica entre los jóvenes, participando en charlas a institutos y talleres organizados por al Universidad de Coruña y la Fundación Barrié, así como en una revista digital como redactor y editor.



miércoles, 26 de abril de 2017

La Trashumancia y los Vaqueiros de Alzada

El nomadismo ha sido ampliamente una práctica de supervivencia perpetrada por la humanidad desde los inicios de su historia. Muchas de las primeras poblaciones y sociedades tuvieron su origen en la práctica nómada o seminómada hasta que finalmente afrontaron un proceso de asentamiento para dar paso a la vida sedentaria. Sin embargo esto que aquí se resume en dos líneas esconde una gran complejidad en el que intervienen diferentes factores, específicamente económicos y familiares pero también religiosos, políticos, o de diversa tipología.

Sin embargo es importante entender que el nomadismo o la trashumancia, en la que se centrará este artículo, no debe representar a ojos del observador una práctica primitiva. Son muchas las sociedades que han mantenido o readaptado un sistema de vida transeúnte construyendo del mismo modo una cultura particular y única en cada caso. Este modo de vida ha acarreado en su mayoría conflictos con el concepto de territoriedad, ya que las legislaciones fronterizas o las administraciones públicas por ejemplo, no están diseñadas para tener en cuenta estas poblaciones móviles, y ejercen presiones para acelerar su desaparición.

En éste marco podemos hablar de los Vaqueiros de Alzada un grupo étnico que encontraríamos entre las cuencas del Navia y del Nalón y desde el mar Cantábrico hasta las montañas astur-leonesas, o lo que es lo mismo, en torno a la zona occidental de la comunidad asturiana.

Su característica más particular, y la que ha llamado la atención de muchos curiosos, ha sido la práctica de la trashumancia estacional. Aunque hoy en día son muy pocos los vaqueiros (distinguidos por linajes familiares y apellidos diferenciados) que practican la trashumancia como modus vivendi, existe una minoría no generalizada que la mantiene.

Juan Uría, quien ha trabajado sobre el origen de los Vaqueiros asegura que proceden de, como mínimo,  etapas previas a la Edad Media. “Sabemos con seguridad absoluta que los vaqueiros practicaban la trashumancia o el nomadismo en grandes distancias, por lo menos en la primera mitad del siglo XV, y existe algún fundamento para suponer que lo mismo ocurría en otros siglos anteriores de la Edad Media”.

El núcleo económico de los vaqueiros giraba en torno a las actividades pastoriles, el ganado respondía a la principal fuente de recursos y su sociedad se construía a partir de esta lógica. Durante el invierno los vaqueiros acostumbraban a vivir en los pueblos junto con la mayoría no vaqueira llamados xaldos, sin embargo en verano migraban a zonas altas, que normalmente superaban los 1000 metros para vivir en los que llamaban las brañas.


Braña Vaqueira


Aunque hay una gran variedad de tipo, estructura y funcionalidad generalmente las brañas eran explotadas en verano. Están construidas con piedra, en forma circular las más pequeñas y rectangular las más grandes, y de madera y escoba para los tejados. A mediados del siglo XV el aumento de población convirtió a muchas de las brañas en autenticas aldeas llegando a incluir fuentes, escuelas o iglesias, pero no olvidemos que solo se llenaban de vida durante seis meses al año. Las brañas representaban un centro de reunión para los grupos de vaqueiros más cercanos que provenían de diferentes pueblos, y era entonces cuando se celebraban las festividades propias de su idiosincrasia.  

En palabras de Maffesoli, “el nomadismo no está únicamente determinado por la necesidad económica o la simple funcionalidad. Su móvil es otro: el deseo de evasión. Es una especie de pulsión migratoria que incita a cambiar de lugar, de hábito, de compañeros, y ello para realizar la diversidad de facetas de su personalidad”, es decir, es una ideología, una forma de vida que tiene su lógica más allá de lo económico.

Un ejemplo de ello es la boda vaqueira que nos describe el antropólogo Adolfo García en Antropología de Asturias. Se trata de una celebración nupcial que se acontece el último domingo de julio en la zona de Aristébano en torno a la capilla de la Divina Pastora. Solo una pareja que desee casarse este día puede ser la escogida, por lo que los novios deben presentar su petición al consejo vaqueiro que les dará o no el consentimiento. La ceremonia se convierte en una celebración común en la que se toca la gaita, se baila y se come conjuntamente con todos los vaqueiros, pero sobretodo se diferenciada de la celebrada por los xaldos. Es importante entender la importancia del matrimonio como eje principal de la sociedad vaqueira que como grupo minoritario practicó la endogamia como mecanismo de supervivencia cultural. 

La trashumancia por tanto, no es la única característica que diferencia a los Vaqueiros de los Xaldos, sin embargo su sociedad se construye sobre ella, un hecho que supondrá durante mucho tiempo rechazo y discriminación. Como grupo minoritario y nómada los vaqueiros han sido en su historia objetivo de recelos y desconfianzas, específicamente por xaldos y por la Iglésia Católica.

Los residentes de los pueblos veían en la práctica nómada de los vaqueiros una escusa para huir de las responsabilidades vecinales y del mismo modo dificultaba el pago del diezmo o de los distintos impuestos durante la Baja Edad Media, por lo que las administraciones religiosas siempre intentaron paralizar sus actividades. Además cuando el dominio feudal regía la sociedad y asumía la propiedad de diferentes territorios, los señores locales obligaban a los vaqueiros a pagar una tasa cada vez que transitaran por ellos.

Debido a la sucesión de todas estas tensiones y presiones sociales, el pueblo vaqueiro ha ido dejando la práctica de la trashumancia y se ha diluido en la sociedad no vaqueira, sin embargo son muchos los individuos que reivindican su relevancia cultural. Las claves para entender el nomadismo o la trashumancia dentro de una sociedad totalmente sedentaria es en gran medida la relación de tensiones y presiones por parte de ambos extremos dando como resultado imaginable el declive del grupo más frágil.

Bibliografía

Álvarez, D. G., Aproximación etnoarqueológica a los Vaqueiros d’Alzada: un grupo ganadero trashumante de la montaña asturiana, Arqueoweb: Revista sobre Arqueología en Internet, nº 8 (2007).

García Martínez, A., Antropología de Asturias I. La cultura tradicional, patrimonio de futuro, Oviedo: KRK ediciones, 2008.

Maffesoli, M., El nomadismo fundador, Nómadas, nº 10 (1999), 126-142.

Riu J. U., Tradiciones sobre el origen de la trashumancia de los “vaqueiros” de Asturias y su interpretación, Estudios Geográficos, nº 15 (1954), 321.

Sánchez Gómez, L. A., Los vaqueiros de alzada según las últimas publicaciones. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, nº 44 (1989), 305-324.

Imágenes

Braña: www.ruralia.com/lugares-interesantes/museo-vaqueiro-reflejo-de-transhumancia.


Sobre el autor:

Carlos Rodríguez Prol

Graduado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Autónoma  de Barcelona. Allí, realizó su Trabajo de Final de Grado sobre los estereotipos del flamenco a partir de un trabajo de campo de tres años en el Centro Popular Andaluz de Sant Cugat del Vallѐs.

Sus intereses para con la antropología se centran sobre todo en el mundo de lo religioso y los derechos de los pueblos indígenas.


Actualmente cursa el Máster en Religiones y Sociedades organizado por la Universidad Pablo de Olavide y la Universidad Internacional de Andalucía, con la intención de realizar una investigación de campo en Barcelona sobre los cultos afrocubanos.

miércoles, 19 de abril de 2017

El fin del shogunato Tokugawa

El enfoque eurocentrista de la Historia por parte de las tendencias historiográficas hasta el siglo XX, ha condicionado nuestra visión y conocimiento de otras culturas no europeas. A día de hoy, en un mundo totalmente globalizado, los sucesos históricos de otras sociedades y culturas siguen siendo para el gran público una asignatura desconocida y pendiente de descubrir.

Uno de los momentos más apasionantes para iniciarse en la historia de Japón fue la sucesión de circunstancias, intereses y batallas, que transformaron de manera vertiginosa un Japón feudal anclado en la tradición y cerrado sobre sí mismo, en una potencia industrial de primer orden. Este rápido proceso generó  partidarios y detractores, los cuales, se enfrentaron en una encarnizada lucha entre dos sociedades antagónicas.

Como breve introducción que nos permita situarnos en la época y la complejidad de la situación, debemos retroceder hasta el punto de partida inicial que supuso la victoria del ejército del daimyô (término equivalente al señor de nuestra época feudal)  Ieasu Tokugawa frente a otros daimyôs en la batalla de Sekigahara en 1600, victoria que le otorgará prácticamente el control sobre todo Japón. En 1603 el Emperador le proclama shôgun. Este título aparece ya en el siglo VIII, haciendo referencia a un comadante o  caudillo que estaba al frente de los ejércitos. A partir del siglo XII, la figura del shôgun, se instauró de manera permanente. Con el tiempo el poder del Shogun creció llegando  a ser superior incluso a la autoridad del emperador.

Ieasu Tokugawa estableció un férreo control sobre los otros daimyôs que quedaron bajo su mando. Este período denominado Edo o período Tokugawa engloba desde 1603 a 1868. El clan Tokugawa gobernó Japón aproximadamente durante 250 años, bajo un régimen que podemos definir como feudal y que posibilitó una estabilidad del país frente a los anteriores conflictos internos entre daimyôs, como los vividos en el Período Sengoku (1467-1568) con la denominada Guerra de Ōnin.
El sistema de gobierno que estableció el clan Tokugawa pasó a ser conocido como Bakuhan. En esencia se trataba de un sistema dual, en el que el Shogun se encargaba de la autoridad nacional, dejando la organización regional en manos de los daimyôs. Coordinar este sistema dual, supuso un incremento de las labores burocráticas. En estos momentos se produce una progresiva asimilación de los samurái en las labores administrativas y de la Corte, a la par que su función como guerreros tras casi 800 años se reduce  un plano casi ceremonial. Las medidas Tokugawa obligaron a los samurái que no supieron adaptarse a convertirse en rōnin, es decir, samurái sin señor.


Grupo samurái

Podemos observar este progresivo cambio en el rol del samurái  en la magnífica película de Yojiro Takita “La espada del Samurái”.

Durante el shogunato de los Tokugawa Japón había vivido inmerso en una época de aislamiento frente a las influencias exteriores: sus únicos contactos se limitaron a chinos y holandeses. Esta política se conoció como sakoku, literalmente, país cerrado. La situación cambió en 1853 con la llegada del comodoro Perry al mando de la flota estadounidense. Japón se convierte en un tablero de juego donde confluyen diversas estrategias: intereses económicos occidentales, aspiraciones de los  daimyôs no afines a los Tokugawa, los partidarios de abrir Japón a las desconocidas tecnologías occidentales, los que deseaban ver al Emperador nuevamente al mando de Japón y los que en definitiva luchaban  por la supervivencia de un régimen que había proporcionado estabilidad por más de 250 años.

La aparición en Japón de la flota del Comodoro Matthew Perry es conocido como Kuro-fune raikō literalmente la “llegada de los barcos negros. La intención era forzar al shôgun a un acuerdo comercial que permitiera el comercio estadounidense en los puertos japoneses. La debilidad japonesa quedó patente al no tener una armada capaz de hacer frente a la llegada de Perry, viéndose obligados a aceptar una serie de tratados comerciales no sólo con los americanos (Tratado de Kanagawa – Tratado de Harri)  sino también con otras potencias occidentales.


Los "Barcos Negros"

Esta debilidad por parte del Bakufu (nombre con el que se denominaba al Gobierno del Shogun) desencadenará el período denominado Bakumatsu no Dōran (fin del régimen Tokugawa) que dará paso a una nueva etapa, un nuevo Japón abierto a las influencias y comercio exterior  conocido como Revolución Meiji.

Ante esta situación, la mayor parte de la aristocracia comprendió la necesidad de modernizar Japón para poder competir en igualdad de condiciones frente a las potencias occidentales aunque eso supusiera una renuncia a sus derechos. Estos daimyôs apoyarán al Emperador frente al gobierno del Bakufu, formando el grupo denominado Ishin Shishi. Podemos destacar al frente de este grupo al denominado triunvirato Ishin: Toshimichi Okubo, Saigō Takamori y Kogoro Katsura. Es en este conflictivo período Bakumatsu no Dōran (fin del régimen Tokugawa) cuando nace el Shinsengumi como respuesta a los Ishin Shishi.

El origen de la organización estaría en un grupo precedente denominado el Roshigumi, grupo de 234 rōnin, fundado por Kiyokawa Hachirō. El grupo se disolvió ante las dudas respecto a las verdaderas intenciones, debido a las sospechas de que realmente hubiera imperialistas infiltrados manejando el Roshigumi.

Trece miembros deciden finalmente escindirse en una nueva organización denominada Shinsengumi. El grupo estaba dividido en tres facciones, al mando de cada una de ellas: Kondō Isami, Serizawa Kamo, y Tomouchi Yoshio.

Eligen como bandera el Kanji (ideograma) Makoto 誠 que podría traducirse como fidelidad o lealtad, todo un síntoma de lo estricto que serán las normas por las que se regirán.

Su función inicial de actuar como una fuerza policial permanente que protegiese la ciudad de Kioto y el palacio imperial, además de combatir a los Ishin Shishi, se empañó debido a los excesos de algunos de sus miembros que les granjeó la enemistad de la población.

Todo ello cambió tras el denominado Incidente de Ikedaya 1864. Los Ishin Sishi tenían como objetivo incendiar la ciudad de Kioto, con la finalidad de aprovechar la confusión para secuestrar  al emperador y llevarlo al territorio del clan Chosuu. El Emperador quedaría de esta manera liberado del control del shogun Tokugawa, dando un golpe definitivo al gobierno del Bakufu. Este plan que hubiera provocado una tragedia al expandirse el incendio por Kioto, fue desmantelado por el Shinsengumi. Este acto le volvió a congraciar con la población y les supuso un incremento de aspirantes en sus filas.

Aunque esta valerosa acción dio un breve respiro al shôgun, la situación era cada vez más compleja. Yoshinobu Tokugawa se resistía a dejar el poder en manos de los imperialistas y en 1868 comenzaron las denominadas  Guerras Boshin, una sucesión de 5 batallas: Toba-Fushimi, Monte Ueno, Nagoaka, Aizu y Hakodate.

Los resultados de las cinco batallas fueron determinantes y el shôgun convocó a consejo al Ishin Takamori Saigo, en el que estuvo presente el jefe de marina shogunal, Katsu Kaishū. El resultado de este consejo fue la rendición del shogunato.

El 3 de febrero de 1868, Mutsuhito fue proclamado Emperador Meiji. La primera reforma fue la promulgación de la Carta de juramento en 1868 establecía los cimientos de la nueva era que junto al  edicto Haitorei o de Abolición de Espadas de 1876, el cual, prohibía a los habitantes, a excepción del ejército y oficiales del gobierno, que portaran armas en la vía pública, lo que supuso el canto del cisne del antiguo Japón y sus samurái. 


BIBLIOGRAFÍA

Prats Roselló, R.  Japón, el período beligerante y los tres unificadores. Universidad de Salamanca, 2013.
Buruma, I. La creación de Japón, 1853-1964. Mondadori, Barcelona, 2003.
Azcárate, M.V. Japón: un original modelo de desarrollo. UNED. Madrid,2001.



IMÁGENES

Grupo samurái


Los Barcos Negros



SOBRE EL AUTOR
                                                           Iván García Casado
Graduado en Geografía e Historia por la UNED, promoción 2016. Su interés por la Historia Medieval y en especial la vinculada a Castilla bajo el reinado de la dinastía Trastámara, le lleva a realizar el Trabajo Fin de Grado titulado: “La Nobleza en el Reinado de Enrique II de Castilla”. En la actualidad sus investigaciones siguen centrando el foco en los siglos XIV - XV, especialmente en Catalina de Lancáster figura sobre quien prepara en estos momentos su próximo proyecto.


domingo, 16 de abril de 2017

Taller: Espacios Globales de Negociación. Fuentes y métodos para la Investigación Histórica.

Tenemos el placer de informaros que el próximo jueves 20 de abril, desde las 10:00 hasta las 14:00 hrs. tendrá lugar en la Universidad Pablo de Olavide el taller "Espacios Globales  de Negociación. Fuentes y métodos para la Investigación Histórica", en el que Éufrates tiene el gusto de colaborar. Este taller está organizado por el área de Historia Moderna de la UPO y está dirigido a todos los interesados por la historia, pero especialmente a los estudiantes de los grados de la Facultad de Humanidades de la Universidad Pablo de Olavide. El evento consistirá en una serie de conferencias, entre las que está la de nuestro codirector Jonatán Orozco Cruz. Las conferencias se impartirán en la Sala de Grados del Edificio 7 de la Universidad Pablo de Olavide, la entrada es libre hasta completar el aforo, así que ¡esperamos veros allí!. A continuación os dejamos el programa completo con toda la información:





martes, 4 de abril de 2017

La aplicación de los SIG a la Historia

Los SIG (Sistemas de Información Geográfica) o GIS (Geographic Information System) son las siglas que hacen referencia a una “tecnología de la información que almacena, analiza y posibilita la visualización de datos espaciales y no espaciales” (Parker 1988).

A su vez, bajo estos mismos términos se hace referencia tanto a la disciplina, como definíamos anteriormente, como a su vertiente como proyecto (cada una de las realizaciones prácticas o implementaciones técnicas de las disciplinas SIG: ejemplo SIG arqueológicos), o bien al software haciendo referencia al programa o conjunto de programas que posibilitan desarrollar esta disciplina e implementar los proyectos correspondientes; distinguiéndose de este modo entre los SIG propietario, SIG libres o los SIG de una u otra casa comercial.

En cuanto a los componentes de un proyecto SIG digamos que es fundamental la presencia del: Hardware, software, el personal especializado y los datos, tal y como podemos observar en la imagen inferior:


Durante décadas, los SIG se han aplicado exclusivamente a la logística militar, a los problemas de gestión territorial, a cuestiones medioambientales y directamente relacionadas con las ciencias de la Tierra como es el caso de la geografía o la geología. No obstante, recientemente se han incorporado al campo de las humanidades para no marcharse por la multitud de posibilidades  y enfoques novedosos que aportan, como veremos a lo largo del artículo.

La Historia como disciplina humanística se encarga del estudio de los sujetos, sus mentalidades, sus formas de interactuar con el mundo, los fenómenos que protagonizan, los objetos que producen y las pautas de consumo dadas en comunidades imaginadas nacidas mediante la convergencia de diversos factores. Fruto de la interacción de los componentes anteriores se generan eventos, conflictos, objetos y nuevas realidades que se han producido en un espacio y tiempo determinado, que en muchos casos pueden ser georreferenciados y ubicados mediante un sistema de coordenadas.

En estos casos, las tecnologías de la información geográfica tienen mucho que ofrecer a las investigaciones históricas, ya que nos abren nuevas perspectivas de conocimiento, nos hace generarnos nuevas preguntas, nos plantea la aplicación de diferentes metodologías de análisis y nos suele revelar nuevos datos que sin el uso de los SIG permanecerían invisibles o no serían tan obvios de sacar a modo de conclusión, es decir, “explicitan lo implícito de los datos”.

 En este sentido cabe señalar que los SIG permiten la modelización matemática de las relaciones espaciales, incluyendo el análisis de redes, la regresión espacial, la determinación de caminos óptimos y otras formas de análisis espacio temporales que pueden ser muy valiosas para los estudios humanísticos. Favoreciendo la interdisciplinariedad y posibilitando nuevas formas de trabajo en contextos más innovadores y amplios.

Un ejemplo claro de la integración de los SIG a la Historia lo encontramos en el proyecto DynCoopNet, en el que se pretende responder a cuestiones acerca de la evolución de la cooperación de las “redes comerciales auto-organizadas” de la primera Edad Global.


En él se emplean los SIG para realizar diferentes análisis, como apreciamos en la siguiente tabla:

Tipo de Análisis
Contenido
Análisis de procesos evolutivos a lo largo del tiempo de las redes del sistema.
-Modo de organización espacial de las redes colaborativas.
-Modelos de cooperación entre agentes     (relaciones de confianza, parentesco, reputación, proximidad geográfica, etc).
Identificación  de las áreas del sistema que presentan mayor conectividad, e importancia de las diferentes zonas económicas en el conjunto del sistema.
-Volumen comercial por puertos.
-Distribución de agentes emisores-receptores en las relaciones epistolares.
-Etc.
Análisis de mercados y su evolución histórica.
-Se comprueban las diferencias espaciales. -Los métodos de las redes de mercaderes para asegurarse las vías de intercambio (rutas).
-El establecimiento de jerarquías financieras para las a la articulación de redes mercantiles.


Digamos que en el proyecto planteado se ha superado el análisis de redes y se ha potenciado la linealidad de la producción cartográfica tradicional, ya que se ha incluido la capacidad de los SIG para trabajar con varias capas de información que se pueden superponer dando cabida a realidades complejas y nuevas interpretaciones.

A continuación, exponemos un ejemplo gráfico del empleo de los SIG en la historia. En este supuesto caso podemos observar como una red mercantil de carácter local (A) ha sido dotada de dimensión espacial y se ha puesto en contacto con otras de su misma zona para ver si hay o no convergencia entre las mismas, ver su extensión, el número de nodos, cuál es su núcleo, zonas de influencia, etc. Incluso se han señalado mediante un cuadrado los almacenes de la ciudad y mediante círculos las residencias de los miembros de la red mercantil, así como el puerto principal de la ciudad en un pentágono morado.


Al realizar este proceso asistimos a la conversión de una “red plana” que pasa de indicar apenas la centralidad de un sistema y el número de nodos, a una “red dimensional” en la que convergen múltiples atributos como: la ubicación espacial de los nodos y su extensión geográfica, zonas de influencia, propiedad de los almacenes de la ciudad, etc. Además, se pone en relación con redes adyacentes, factor último que juega un papel fundamental en el desarrollo de la comunidad u objeto de estudio.

Para concluir, cabe mencionar que cada vez un mayor número de historiadores se muestra interesado en el uso de los SIG, debido a que ofrecen un gran potencial para el análisis y la representación de sistemas complejos. Éstos son casi siempre dinámicos, no lineales y demandan el manejo de multitud de variables al mismo tiempo para ser tratados y comprendidos.


BIBLIOGRAFÍA

Isabel Del Bosque González, Carlos Fernández Freire, Lourdes Martín-Forero Morente, and Esther Pérez Asensio. Los Sistemas de Información Geográfica y la Investigación en Ciencias Humanas y Sociales. Madrid: CSIC, 2012.

Gutiérrez Puebla, Javier. Sistemas d Información Geográfica. Madrid: Síntesis, 2000.

Santos Preciado, Jose Miguel. Los SIG raster en el campo medioambiental y territorial. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010.

Networks provide happiness, “Recursos indispensables de Análisis de Redes”. http://networksprovidehappiness.com/recursos-analisis-de-redes/ (Consultado el 1-04-2017).

IMÁGENES
Imagen 1, Componentes de un  SIG: https://es.slideshare.net/sigcredia/presentacion-sig
Imagen 2, DynCoonet Project:  http://www.dyncoopnet-pt.org/

  

SOBRE EL AUTOR

Fran Gómez

Graduado en Geografía e Historia por la Universidad Pablo de Olavide, promoción 2012-2016. Periodo en el que desarrolló su interés en la violencia, redes de comercio y nodos de comunicación de la Monarquía Hispánica en Oriente durante la Edad Moderna. Su Trabajo Fin de grado, titulado “La masacre de los sangleyes en el contexto de la imprenta sevillana”, estuvo estrechamente relacionado con estos asuntos. Además, muestra interés por la historia militar, las catástrofes naturales en la historia y la archivística. Actualmente, está matriculado en el Máster en Historia y Humanidades Digitales, organizado por la Universidad Pablo de Olavide.