Se suele pensar que la Inquisición como herramienta para
guardar la ortodoxia y el cristiano comportamiento dentro de las sociedades
católicas fue la única o, al menos, la institución más cruel a la hora de
perseguir y castigar las prácticas mágicas o la brujería entre los siglos XVI y
XVIII. Por otro lado, los prejuicios existentes hacia las sociedades
protestantes que se fueron conformando a partir de la Reforma, tienen unas
connotaciones totalmente opuestas.
Sin embargo, lo cierto es que las grandes cazas de brujas se
dieron tanto en los territorios protestantes como en los católicos, siendo
numéricamente equiparables. De hecho, aunque la moral protestante favoreció la
paulatina desaparición de los juicios por prácticas mágicas como veremos más
adelante, también favoreció en los primeros momentos el aumento de estas cazas.

Desde los púlpitos se advertía que el demonio era el dios del
mundo terreno y que debían estar alerta porque la guerra espiritual contra éste
era difícil, vitalicia y misión de todo cristiano. Por ello se insistía en la
necesidad de mantenerse puros y santificarse como el recurso más poderoso
contra las fuerzas demoníacas.
Una de las formas de purificar la fe era desechar las prácticas
supersticiosas como los amuletos, el cruzar los dedos, el agua bendita, las
medallas de santos, etc. Aunque el arraigo que tenían estas supersticiones en
la cultura popular haya permitido sobrevivir algunas de estas prácticas hasta
el presente, el resultado de seguir estos consejos dejó como única defensa
social ante la brujería el emprender acciones legales. La efectividad de estas
predicaciones, que a diferencia de los teólogos católicos pasaban de los
tratados a la sociedad tanto urbana como rural a partir de los pastores, se
materializa en la afluencia de denuncias por brujería a partir del
convencimiento de que con éstas, las personas no sólo se protegían
personalmente, sino que ayudaban a purificar la sociedad.
De esta forma, la inquietud por la pureza y la piedad personal
se fue canalizando y materializando en instituciones civiles, puesto que la
Reforma degradó las instituciones y la jerarquía eclesiástica en pro de una
religión oficial que debía estar muy presente en lo civil. Por lo que se
propició la aprobación de códigos legislativos contra los actos inmorales como
brujería, sodomía, adulterio o prostitución, además de la creación del llamado
Estado piadoso como institución que obligaba a la pureza moral de la sociedad,
desde la cual se organizaron las principales cazas de brujas entre los siglos
XVI y XVII.
Para católicos y protestantes las brujas encarnaban el mal en
la sociedad. Martín Lutero se basaba en el versículo bíblico de Éxodo 22:18 (“A
la hechicera no dejarás viva”) para decir que eran “las putas del diablo” y que
“había que quemarlas a todas”. También decía que la idolatría era una forma de
hechicería contra Dios, algo que salpicaba directamente a los católicos y que
fue tomado como fundamento para algunos panfletos anticatólicos del momento.
Las prédicas sobre la pureza individual, la guerra espiritual y la brujería hicieron que los individuos fueran más conscientes del pecado como una mancha personal y un obstáculo para su salvación, lo cual llevaba aparejado un profundo sentimiento de culpabilidad continua que se canalizó en contra de las brujas. Ya que era frecuente que la forma de exculparse fuera culpando a individuos que diferían en algo con el resto de la sociedad.
Algunos ejemplos de estas denuncias pueden verse en Inglaterra
donde, durante los siglos que acotan este artículo, suplían la culpa de no dar
dinero a los pobres sobre alguna bruja, o en la región de Cambrésis donde
sacerdotes que no cumplían con las normas de castidad proyectaban su
culpabilidad en otras personas. De la misma forma, mientras en las colonias
americanas los que tenían ideales conservadores acusaban de brujos a aquellas
personas que rompían con la tradición y que tenían un carácter comercial, en
regiones predominantemente comerciales
como Essex, acusaban a personas más conservadoras y defensoras de las
tradiciones. De esta forma los que acusaban siempre se consideraban más
perfectos y exculpaban sus pecados limpiando la sociedad de prácticas
pecaminosas. La brujería fue la manera de justificar estos comportamientos,
convirtieron a las brujas en las víctimas expiatorias del pecado común de la
sociedad.
El resultado de esto fueron cazas de brujas que se limitan en
el tiempo aproximadamente entre el 1520 y 1750 en los distintos territorios
protestantes. El periodo más intenso está enmarcado entre las postrimerías del
siglo XVI y mediados del siglo XVII, siendo los territorios de habla alemana
los que más procesos por brujería abrieron con una cifra mínima de 30.000 y
máxima de hasta 90.000 que no se ha concretado, seguidos por los territorios
escandinavos que rondaron los 5.000 y por las Islas Británicas con unas cifras
parecidas a este último. Por supuesto, la mayoría de estos procesos no acabaron
en ejecución, al igual que sucedía en los procesos inquisitoriales.
A finales del siglo XVII en los territorios protestantes los
procesos por brujería fueron disminuyendo paulatinamente. Hecho que se
justifica de la misma forma que el aumento de los procesos, es decir, debido a la
moral protestante y sobre todo a la teología elaborada por Juan Calvino.
En el pensamiento calvinista se enfatiza el poder de Dios
frente al demonio (algo que Lutero no dejó tan claro), de modo que Satanás sólo
podía actuar en la medida que Dios se lo consintiera. Por ello en el mundo
protestante estuvieron menos dispuestos a acusar a las brujas de los desastres
naturales o las epidemias. Esto, acompañado de la percepción del demonio sólo
como un ente espiritual al que hay que combatir de una determinada forma, fue
abriendo paso a un escepticismo generalizado hacia la creencia en las brujas y
en la capacidad real de sus poderes. A partir de este pensamiento los pastores
protestantes se verán legitimados a enfrentarse al demonio (por ejemplo practicando
exorcismos), no a temerlo. Desde este momento los procesos por brujería serán
sustituidos por procesos de usos de prácticas mágicas disminuyendo así sus
connotaciones penales.
Biblografía
Imágenes
Mapa: Kinder, H., Hilgemann, W. y Hergt, M., Atlas histórico mundial: De los orígenes a nuestros días, Madrid: Akal, 2011.
Grabado: Levack, B. P., La caza de brujas en la Europa moderna, Madrid: Alianza editorial, 1995.
Biblografía
Bennassar B., Jacquart, J., Lebrun, F., Denis, M., Blayau, N., Historia moderna, Madrid: Akal, 2010.
Egido, T., Las claves de
la Reforma y la Contrarreforma (1517-1648), Barcelona: Planeta, 1991.
Levack, B. P., La caza de
brujas en la Europa moderna, Madrid: Alianza editorial, 1995.
Imágenes
Mapa: Kinder, H., Hilgemann, W. y Hergt, M., Atlas histórico mundial: De los orígenes a nuestros días, Madrid: Akal, 2011.
Grabado: Levack, B. P., La caza de brujas en la Europa moderna, Madrid: Alianza editorial, 1995.