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martes, 12 de enero de 2016

El Estado piadoso y la caza de brujas en los territorios protestantes (s. XVI-XVII)

Se suele pensar que la Inquisición como herramienta para guardar la ortodoxia y el cristiano comportamiento dentro de las sociedades católicas fue la única o, al menos, la institución más cruel a la hora de perseguir y castigar las prácticas mágicas o la brujería entre los siglos XVI y XVIII. Por otro lado, los prejuicios existentes hacia las sociedades protestantes que se fueron conformando a partir de la Reforma, tienen unas connotaciones totalmente opuestas.

Sin embargo, lo cierto es que las grandes cazas de brujas se dieron tanto en los territorios protestantes como en los católicos, siendo numéricamente equiparables. De hecho, aunque la moral protestante favoreció la paulatina desaparición de los juicios por prácticas mágicas como veremos más adelante, también favoreció en los primeros momentos el aumento de estas cazas.

Los reformadores compartían muchas creencias sobre las brujas con los católicos, mantuvieron las concepciones demonológicas de los tratados bajo medievales modificándolos y fortaleciéndolos poniendo su fundamento en las Escrituras. Además, la reforma luterana predicaba la individualidad de la responsabilidad de los individuos ante  Dios en lo que concernía a la salvación. Hecho que hizo más conscientes de la presencia y el poder del demonio a los habitantes de los distintos Estados protestantes.

Desde los púlpitos se advertía que el demonio era el dios del mundo terreno y que debían estar alerta porque la guerra espiritual contra éste era difícil, vitalicia y misión de todo cristiano. Por ello se insistía en la necesidad de mantenerse puros y santificarse como el recurso más poderoso contra las fuerzas demoníacas.

Una de las formas de purificar la fe era desechar las prácticas supersticiosas como los amuletos, el cruzar los dedos, el agua bendita, las medallas de santos, etc. Aunque el arraigo que tenían estas supersticiones en la cultura popular haya permitido sobrevivir algunas de estas prácticas hasta el presente, el resultado de seguir estos consejos dejó como única defensa social ante la brujería el emprender acciones legales. La efectividad de estas predicaciones, que a diferencia de los teólogos católicos pasaban de los tratados a la sociedad tanto urbana como rural a partir de los pastores, se materializa en la afluencia de denuncias por brujería a partir del convencimiento de que con éstas, las personas no sólo se protegían personalmente, sino que ayudaban a purificar la sociedad.

De esta forma, la inquietud por la pureza y la piedad personal se fue canalizando y materializando en instituciones civiles, puesto que la Reforma degradó las instituciones y la jerarquía eclesiástica en pro de una religión oficial que debía estar muy presente en lo civil. Por lo que se propició la aprobación de códigos legislativos contra los actos inmorales como brujería, sodomía, adulterio o prostitución, además de la creación del llamado Estado piadoso como institución que obligaba a la pureza moral de la sociedad, desde la cual se organizaron las principales cazas de brujas entre los siglos XVI y XVII.

Para católicos y protestantes las brujas encarnaban el mal en la sociedad. Martín Lutero se basaba en el versículo bíblico de Éxodo 22:18 (“A la hechicera no dejarás viva”) para decir que eran “las putas del diablo” y que “había que quemarlas a todas”. También decía que la idolatría era una forma de hechicería contra Dios, algo que salpicaba directamente a los católicos y que fue tomado como fundamento para algunos panfletos anticatólicos del momento.


Las prédicas sobre la pureza individual, la guerra espiritual y la brujería hicieron que los individuos fueran más conscientes del pecado como una mancha personal y un obstáculo para su salvación, lo cual llevaba aparejado un profundo sentimiento de culpabilidad continua que se canalizó en contra de las brujas. Ya que era frecuente que la forma de exculparse fuera culpando a individuos que diferían en algo con el resto de la sociedad.

Algunos ejemplos de estas denuncias pueden verse en Inglaterra donde, durante los siglos que acotan este artículo, suplían la culpa de no dar dinero a los pobres sobre alguna bruja, o en la región de Cambrésis donde sacerdotes que no cumplían con las normas de castidad proyectaban su culpabilidad en otras personas. De la misma forma, mientras en las colonias americanas los que tenían ideales conservadores acusaban de brujos a aquellas personas que rompían con la tradición y que tenían un carácter comercial, en regiones  predominantemente comerciales como Essex, acusaban a personas más conservadoras y defensoras de las tradiciones. De esta forma los que acusaban siempre se consideraban más perfectos y exculpaban sus pecados limpiando la sociedad de prácticas pecaminosas. La brujería fue la manera de justificar estos comportamientos, convirtieron a las brujas en las víctimas expiatorias del pecado común de la sociedad.

El resultado de esto fueron cazas de brujas que se limitan en el tiempo aproximadamente entre el 1520 y 1750 en los distintos territorios protestantes. El periodo más intenso está enmarcado entre las postrimerías del siglo XVI y mediados del siglo XVII, siendo los territorios de habla alemana los que más procesos por brujería abrieron con una cifra mínima de 30.000 y máxima de hasta 90.000 que no se ha concretado, seguidos por los territorios escandinavos que rondaron los 5.000 y por las Islas Británicas con unas cifras parecidas a este último. Por supuesto, la mayoría de estos procesos no acabaron en ejecución, al igual que sucedía en los procesos inquisitoriales.

A finales del siglo XVII en los territorios protestantes los procesos por brujería fueron disminuyendo paulatinamente. Hecho que se justifica de la misma forma que el aumento de los procesos, es decir, debido a la moral protestante y sobre todo a la teología elaborada por Juan Calvino.

En el pensamiento calvinista se enfatiza el poder de Dios frente al demonio (algo que Lutero no dejó tan claro), de modo que Satanás sólo podía actuar en la medida que Dios se lo consintiera. Por ello en el mundo protestante estuvieron menos dispuestos a acusar a las brujas de los desastres naturales o las epidemias. Esto, acompañado de la percepción del demonio sólo como un ente espiritual al que hay que combatir de una determinada forma, fue abriendo paso a un escepticismo generalizado hacia la creencia en las brujas y en la capacidad real de sus poderes. A partir de este pensamiento los pastores protestantes se verán legitimados a enfrentarse al demonio (por ejemplo practicando exorcismos), no a temerlo. Desde este momento los procesos por brujería serán sustituidos por procesos de usos de prácticas mágicas disminuyendo así sus connotaciones penales.

Biblografía


Bennassar B., Jacquart, J., Lebrun, F., Denis, M., Blayau, N., Historia moderna, Madrid: Akal, 2010.

Egido, T., Las claves de la Reforma y la Contrarreforma (1517-1648), Barcelona: Planeta, 1991.

Levack, B. P., La caza de brujas en la Europa moderna, Madrid: Alianza editorial, 1995.


Imágenes

Mapa: Kinder, H., Hilgemann, W. y Hergt, M., Atlas histórico mundial: De los orígenes a nuestros días, Madrid: Akal, 2011.

Grabado: Levack, B. P., La caza de brujas en la Europa moderna, Madrid: Alianza editorial, 1995.