La llegada al trono de Fernando II de Aragón estuvo precedida
de unos años especialmente turbulentos en Cataluña durante el reinado de su
padre Juan II, en lo que se ha llamado guerra civil catalana (1462-1472), la
cual tuvo connotaciones no sólo políticas, sino también económicas y
comerciales. Esta guerra se desarrolló en un contexto que no se solucionaría
con la resolución del conflicto, sino que llegaría hasta los primeros años del
reinado de Fernando (1479-finales de la década de 1480) los cuales estuvieron
muy condicionados por la búsqueda de una estabilidad política en el sistema
aragonés y los aparentes deseos subyacentes de poder ligar las coronas de
Castilla y Aragón bajo el reinado de los Reyes Católicos.
En esta empresa, Fernando el Católico tendrá que apoyarse en los
grupos conservadores dentro del Principado, algo que facilitó la resolución del
problema de la estabilidad, pero que alejó la idea de un horizonte político
unido con Castilla, ya fuera ésta una pretensión real o no del rey de Aragón.
Además de las reformas de carácter político e institucional que
abordaremos a continuación, una de las más importantes aportaciones de Fernando
el Católico a la vida cotidiana de los catalanes fue la Sentencia de Guadalupe, que en 1486 liberaba a los payeses de remensa
(personas que trabajaban y cultivaban la tierra de un señor determinado al que
servían por herencia y no por voluntad propia) de sus obligaciones para con los
señores, dándoles la opción de pagar para que dejaran de estar atados a las
tierras que trabajaban. Esta sentencia rompió con la dinámica de protestas que
las antiguas ataduras habían provocado desde un siglo atrás, y se convirtió en
el código rural de Cataluña durante los siglos posteriores.
En lo institucional, Fernando el Católico estableció el sorteo
de los cargos públicos tanto en la Generalitat como en el gobierno de Barcelona.
Por otro lado, lejos de seguir la tendencia absolutista y homogeneizadora que
junto a Isabel estaba realizando en Castilla, aceptó en las Corts catalanas de 1480-1481 las
constituciones catalanas, fundamento tradicional del sistema constitucional
medieval de Cataluña, por el que el rey debía estar presente en las cortes y
someter a votación las iniciativas que implicaran a los distintos territorios
aragoneses. Merece especial mención la llamada constitución de Observança, por la que el rey, no sólo
reconocía las limitaciones de su poder, sino que además aceptaba la apertura de
un procedimiento legal por parte de la Generalitat
en el caso de que él, o cualquiera de sus funcionarios, atentara contra los
fueros catalanes en algún punto.
De esta forma el territorio catalán y, en realidad todos los
territorios de la Corona de Aragón, se administrarían con sus propias normas y
estatutos locales, haciéndose cargo del cobro de impuestos y guardando
celosamente el cumplimiento de los fueros, en una actitud vigilante hacia el
rey y sus subordinados. Con estas concesiones Fernando consiguió la
pacificación de los territorios catalanes, necesaria por otra parte para la
tarea de gobierno que desarrollará en Castilla junto a su esposa Isabel. La
revitalización de las cortes aragonesas hizo que desde este punto todos los
reyes de Castilla que quisieron gobernar también en Aragón entre los siglos XVI
y XVII debieran aceptar primero las constituciones.
La política institucional de Fernando el Católico se vio
configurada también por sus largas estancias en Castilla, donde pasaba la mayor
parte del tiempo, algo que imposibilitaba la presencia del rey en las cortes.
Ante esto, Fernando se apoyó en otra de las instituciones tradicionales
aragonesas: el virreinato.
El virreinato consistía en el nombramiento de un “familiar” del
rey (aunque después muchos no fueron familiares sanguíneos, simplemente personas
de su confianza) que asistía a las cortes del territorio y actuaba como
representante del rey en las cuestiones locales mientras este estuviera
ausente.
Fernando II de Aragón pasó menos de 4 años de los 37 que reinó
en sus territorios aragoneses, lo que le obligó a establecer virreinatos en
Aragón, Cataluña, Valencia y, por supuesto, Nápoles, todos ellos con instituciones y leyes propias. Fernando conectaba con los
distintos territorios a partir de la Curia
Regis, un consejo real en el que había un tesorero y un representante de
cada territorio de la Corona, a través del cual el rey recibía y daba las
instrucciones a los virreyes. Este hecho reforzó aún más la autonomía de los
diferentes territorios aragoneses y también de los virreyes que fueron muy
celosos de los nuevos privilegios que se les otorgaban.
Podríamos pensar que esto sólo afectó a una parte de los reinos
de los Reyes Católicos y posteriormente del imperio que heredaron Carlos V y
Felipe II, puesto que las cortes de Castilla siempre se mostraron más
permisibles con las políticas de los distintos reyes. Sin embargo, los
virreinatos se establecieron desde muy pronto en los territorios coloniales,
donde la autonomía era mucho mayor debido a la distancia y al desconocimiento
que tenían los monarcas sobre las nuevas tierras. Pero también se trataba de
forma local a los territorios borgoñones y ni que decir tiene de los distintos
principados que formaban el Sacro Imperio. Incluso, con la unión de las coronas
hispánica y portuguesa, ante la ausencia de Felipe II en las cortes de Portugal
se estableció un virreinato, para el cual no existía la excusa de la distancia.
La necesidad de entender y tratar a cada territorio como
unidades políticas, culturales y económicas diferentes, hizo de los reinos de
los Reyes Católicos y posteriormente del imperio de los Habsburgo, una realidad
política policéntrica, en tanto y en cuanto el poder estaba gestionado desde
muchos centros distribuidos por los distintos territorios; y plurinacional, que
contrastaba con los modelos estatales coetáneos francés o inglés. Precisamente
el trato de estas particularidades de forma heterogénea y desde lo local dotó,
entre otras cosas, de una estabilidad añadida a cada uno de los territorios que
conformaban el sistema de la Monarquía Hispánica.
Bibliografía
Elliot, H. J. La España
Imperial (1469-1716), Barcelona: Vicens Vives, 1969.
Heers, J. Occidente
durante los siglos XIV y XV, Barcelona: Nueva Clío, 1968.
Lynch, J. (dir.), Monarquía
e Imperio: El reinado de Carlos V, Madrid: El País, 2007.
Imágenes
Los Reyes Católicos en sus tronos: Lynch, J. (dir.), Monarquía e Imperio: El reinado de Carlos V, Madrid: El País, 2007, 34.
El rey Fernando y el príncipe Juan: Lynch, J. (dir.), Monarquía e Imperio: El reinado de Carlos V, Madrid: El País, 2007, 48.
Mapa de las coronas de Castilla y Aragón: Kinder, H., Hilgemann, W. y Hergt, M., Atlas histórico mundial: De los orígenes a nuestros días, Madrid: Akal, 2011, 192.