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martes, 27 de septiembre de 2016

El legado de Livia: emperatriz virtuosa

El uso de la imagen de las princesas y emperatrices romanas en la religión y política del imperio fue una constante a lo largo de toda la era imperial. La actitud, actuación y comportamiento manifestado por éstas tuvieron un peso importante de cara a la esfera pública, pues en ella residía el ejemplo de virtud femenina necesaria para la estabilidad del imperio en todas sus vertientes. Para que una emperatriz fuera digna de recibir honores, títulos, divinización y una clara aprobación por parte de los historiadores e intelectuales de su época, debía cumplir con unas series de características reconocidas y recopiladas en un estándar idílico. Sin embargo, para que todo estándar cobre forma, siempre ha de haber una primera premisa que sirva de ejemplo y marque el camino idóneo a seguir a lo largo del tiempo. Indudablemente, la emperatriz que sentó las bases y se erigió como primer y auténtico modelo de virtudes fue Livia, la esposa del emperador Augusto.

Tradicionalmente ha trascendido el dicho que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer. En este caso, esta afirmación ha sido sustentada en las diversas premisas que expondremos a continuación. La domus imperial se erigía como familia idílica y ejemplar para el resto de ciudadanos, si Augusto fue un hombre modelo a vista de todo el imperio, su mujer así también lo debía ser. Las buenas virtudes de una emperatriz eran consideradas efecto de la buena acción de su marido, y como tal les servían al mismo de honra y gloria. Por consiguiente, al ser considerado Augusto el mejor de los emperadores y el mejor de los hombres, no sería descabellado pensar que por aquel entonces Livia debió de erigirse como la mejor de las mujeres, cuyas acciones y virtudes honraban y glorificaban a la figura de Augusto. Asimismo, la imagen del imperio como una gran familia otorga a Livia un estatus simbólico privilegiado frente al pueblo romano como mater patriae, conformando junto a su esposo la pareja idílica de parentes patriae, de tan relevante significado propagandístico en la ideología imperial. Unos títulos asumidos solo simbólicamente, puesto que tales nombramientos no fueron concedidos hasta Julia Domna, por la clara vinculación de éstos con la actividad pública.
La elaboración del modelo de emperatriz basado en Livia respondía a la asimilación de unas series de virtudes acorde con la tradición romana, cuya ideología muestra como referente clásico a las matronas. Aunque Livia no fue la primera mujer en recibir honores, ni en aparecer en las monedas imperiales, ni tan siquiera fue la primera mujer de la domus imperial en ser declarada diva; sí fue la emperatriz que más variedad y cantidad de honras recibió, del mismo modo que fue su culto el que más trascendencia tuvo. Innumerables virtudes y asociaciones, tanto imperiales como divinas permitieron definirla como la emperatriz más virtuosa. Cualidades como la fidelidad, concordia, piedad, fecundidad, modestia o castidad eran atribuidas a Livia y se procurará atribuir a las emperatrices que seguían su ejemplo.
Livia ocupó muy pronto una posición privilegiada en la sociedad romana a diferencia de otras mujeres. Gracias a las leyes dictadas por su esposo, Livia no sólo tenía garantizada su protección, sino además, tanto a ella como Octavia fueron liberadas de la titula masculina a la hora de dirigir sus propios asuntos. Tales privilegios hizo de Livia una mujer rica, aunque públicamente intentó mostrar siempre una imagen austera sin ostentación de lujos. Característica también muy relacionada con las matronas romanas. Asimismo, la gran personalidad de Livia la llevó a convertirse en uno de los personajes más atractivos para la propaganda oficial. Sus prácticas evérgetas beneficiaron a muchas ciudades y familias con problemas económicos. La sociedad romana supo reconocerle sus prácticas, méritos y posición contribuyendo en la enorme cantidad de honores y honras hacia su persona, no sólo una vez muerta, sino también en vida. La variedad y el exceso de pleitesías en honor a la emperatriz se percibe por todo los recovecos del imperio, tanto así que su recuerdo perduró  en la sociedad romana durante mucho tiempo.
Sin embargo, aunque su imagen trascendió a lo largo del tiempo como ejemplo de virtud femenina, no todas las fuentes literarias que hablan de Livia hacen honor a sus virtudes. De hecho, la imagen que se ha ofrecido de la emperatriz siempre ha sido de lo más distorsionada y contradictoria. Esto es un factor importante a tener en cuenta a la hora de analizar la imagen de cualquier personaje histórico, pues la información extraída de las fuentes siempre va atender a unos intereses concretos. Por ese motivo debemos de analizar las fuentes lo más minuciosamente posible, atendiendo siempre a las circunstancias y al contexto del autor.
Las obras de Suetonio, Tácito, Dión Casio entre los autores greco-latinos componen el cuerpo literario que presenta y describe la imagen de Livia. Tácito por su parte nos ofrece un perfil de la emperatriz bastante negativo. La imagen que transmite de ella es la de una mujer dura y dominante, en una posición acomodada por ser esposa y madre de emperador. En cierto modo, el autor carga sobre ella las muertes de los miembros de la familia Iulia que se interponían en el camino hacia el ascenso al trono de su hijo Tiberio. Por otro lado, Dión Casio ataca a la emperatriz por el deseo de ésta de involucrarse en asuntos de poder y recibir exceso de honores. Mientras, en cambio, Veleyo Patérculo, Valerio Máximo y Séneca parecen emitir juicios más amables de esta mujer. Junto a ellos, contrasta además toda la información recapitulada por la cantidad de representaciones iconográficas, estatuas, monumentos, monedas e inscripciones, donde se manifiestan afectos y homenajes a su persona.
Otro de los aspectos más característicos a destacar es que, pese a la idea de vincular a los emperadores de la dinastía Julio-Claudia con la figura de Augusto, la verdadera responsable y autora de dicha dinastía fue su mujer, Livia. La emperatriz era esposa de Augusto, madre de Tiberio, bisabuela de Calígula, abuela de Claudio y tatarabuela de Nerón. Su persona unía y vinculaba a todos los emperadores miembros de la dinastía Julio-Claudia. Todo ello, por supuesto, tras recibir la adopción de su esposo una vez que este falleció.
El ascenso progresivo de la esposa de Augusto hasta lograr el estatus divino se refleja en los cambios de su nombre, de hecho las transformaciones producidas en su nombre repercutieron en su posicionamiento tanto político como religioso. Durante su matrimonio con Augusto, la emperatriz se llamaba Livia Drusilla, a la muerte del mismo pasó a llamarse Iulia Augusta, y tras su deificación en el reinado de su nieto Claudio, fue finalmente apodada diva Augusta. La intervención de Livia en la deificación de su esposo, así como su nombramiento como Iulia Augusta y flamínica del culto a su esposo fue crucial, no sólo para la consolidación oficial del culto imperial en Roma, sino para que en torno a ella se fuera consolidando una imagen idílica que la llevó a su propia deificación años más tarde de su muerte en la capital, y la rendición de cultos y honores como diva en las provincias estando aún con vida. Ser la mujer y sacerdotisa de un dios y pertenecer a una familia de origen divino, hace pensar cuales fueron las principales razones por la que Claudio, a pesar del tiempo trascurrido desde la muerte de su abuela, quiso divinizar a Livia.

El ascenso de Livia a la escala divina fue decisivo en la legitimación de aspectos relacionados con la cuestión dinástica. Por medio de su divinización, Claudio conseguía legitimar su poder y actitud de gobernante de manera sacra, al convertirse en nieto directo de una diosa y por consiguiente, miembro de la domus divina. La necesidad partía de que Claudio, ni por nacimiento, ni por adopción descendía del divus Augustus, y solo podía justificar su vinculación con el fundador del Principado a través del parentesco con su abuela Livia. Asimismo, al no contar con ningún vínculo directo con Augusto, tampoco podía tener ningún carácter divino, por lo que la deificación de su abuela le sirvió también como legitimación divina, al consagrarse como nieto de diosa.
Tras ser divinizada, fueron acuñadas monedas conmemorando a la nueva diva, donde fue representada sobre un carro que la conducía al cielo. Además, Claudio mandó a colocar en el templo del divino Augusto una estatua de su abuela de manera que se adoraba a la nueva pareja de divi y su culto fue concedido a las vestales.

Bibliografía

Cid López, R. “Livia versus Diva Augusta. La mujer del príncipe y el culto imperial”,  Arys, 1, (1998), pp. 139-155.

Mirón Pérez, Mª D., Mujeres, religión y poder: el culto imperial en el occidente mediterráneo. Granada, Universidad de Granada, Instituto de Estudios de la Mujer, 1996.

Hidalgo de la Vega, Mª J., “Emperatrices paganas y cristianas: poder oculto e imagen pública”. En Mujeres en la antigüedad clásica. Género, poder y conflicto, Domínguez Arranz, Almudena. (ed.), pp. 185-207, Madrid: Sílex, 2010

Hidalgo de la Vega, Mª J., Las emperatrices romanas: sueños de púrpura y poder oculto. Salamanca. Ediciones Universidad Salamanca, 2012.

Lozano Gómez, F., “Santuarios tradicionales para nuevas divinidades: el templo de Livia en Ramnunte” Arys, 5, (2002), pp. 47-64.

Posadas, J. L., Emperatrices y princesas de Roma. Madrid: Raíces, D.L. 2008 

Imágenes

http://turistasypiratas.blogspot.com.es/2015/04/rostros-con-historia.html
http://augusto-imperator.blogspot.com.es/2014/07/livia-la-gran-emperatriz.html

Sobre la autora:
Cristina Cardador Ruíz
Graduada en Geografía e Historia por la Universidad Pablo de Olavide, promoción 2011-2015. Interesada en la Historia Antigua y en la Historia de las Religiones. Realizó su Trabajo de Final de Grado sobre el culto imperial en Itálica. Actualmente cursa el Máster en Religiones y Sociedades organizado por la Universidad Pablo de Olavide y la Universidad Internacional de Andalucía.

martes, 2 de agosto de 2016

Vibia Sabina: imagen y divinización como medio de propaganda y legitimación dinástica.

Los estudios historiográficos tradicionalmente realizados han tendido a eclipsar y silenciar las vidas, obras y actuaciones de las mujeres en los diferentes períodos y ámbitos de la historia obteniendo como resultado una reflexión androcéntrica y simplista de los hechos. Como medida de superación, en los últimos años las diferentes corrientes de estudios históricos han desarrollado un progresivo y avanzado proceso de renovación e integración de nuevos métodos y teorías, en donde la introducción y el desarrollo de los estudios de género se han ido convirtiendo en uno de los referentes imprescindibles para el estudio de la materia. De manera que, la inclusión de las vidas y obras de aquellas mujeres que han pasado inadvertidas por la historia nos aportan una percepción más profunda y elaborada de los acontecimientos y nos permite construir un marco intelectual de aquellos espacios en donde las mujeres fueron silenciadas, manipuladas u olvidadas, como ocurre, por ejemplo, en los estudios sobre la Antigüedad.

A lo largo de la historia todo rol desempeñado o asignado a las mujeres es producto de la construcción social y cultural de su tiempo. Las sociedades antiguas, y en concreto la romana, fueron caracterizadas por contar con una tradición fuertemente patriarcal, conservadora y desigual, en donde las mujeres ostentaban una posición marginal y secundaria respecto al varón. Su ejercicio de poder, por razones principalmente sociales y jurídicas estaba relegado al ámbito plenamente privado, con limitadas posibilidades de actuación pública. El ejercicio público era una cuestión de hombres, lo cual hacía de la presencia femenina una importante excepción y siempre únicamente en el ámbito religioso. No obstante, aunque la religión se encontraba estrechamente vinculada al sistema social antiguo, y afianzaba y legitimaba de manera sagrada dichas bases sociales, era la única esfera de la vida pública en donde las mujeres pudieron intervenir. Tal era el caso de las diosas, las sacerdotisas y las devotas.

Sin embargo, sí hubo un papel femenino relevante en la sociedad romana imperial no sólo en la religión, sino también en la política y en la utilización de la imagen como propaganda, fue el de las emperatrices o esposas de los emperadores. En este breve artículo prestaremos atención a una de las emperatrices más destacadas no sólo por la relevancia que obtuvo su esposo, sino por el papel y la importancia que ésta tenía en la corte, en el programa político adrianeo y en la legitimación dinástica: Vibia Sabina, esposa del emperador Adriano.

Las emperatrices y princesas de inicio del siglo II ocuparon un papel relevante como madres, esposas, hermanas e hijas cuyo modo de vida y virtudes servían de ejemplo para el resto de mujeres; pues de la misma manera que se había proclamado al “mejor” emperador, también se debía transmitir la imagen de la “mejor” consorte. Además, por necesidad de legitimación política y medio de propaganda, punto que desarrollaremos posteriormente, a estas mujeres les fueron concedido un elevado número de honores y títulos, y todas ellas, incluida Vibia Sabina, fueron divinizadas y homenajeadas tras su muerte.



Para mantener la imagen estática de vitalidad, prosperidad y abundancia del siglo II apreciada por los diferentes intelectuales y dirigentes de las más altas clases del imperio, era necesaria la difusión de una imagen de estabilidad y armonía de la familia imperial. Para ello era necesario establecer un modelo de familia idílica en donde el emperador y su esposa mostraran todo tipo de virtudes. Así pues, y al igual que sucedió con otras emperatrices y princesas, la imagen proyectada por Adriano de su esposa, Vibia Sabina, fue la de una mujer austera, tradicional, encarnada en los ideales de matrona, calificada de “gran consorte” y “señora de las dos tierras”, asociada y asimilada a diferentes diosas y virtudes acorde al programa político del emperador. Un programa más idílico, contrario y complejo que real debido a que, según las diferentes fuentes, la emperatriz poseía un carácter difícil que influyó en la ardua relación que tuvo con su esposo.

Al parecer, ambos tenían diferentes formas de concebir el imperio y de afrontar los problemas que el gobierno de éste planteaba. La emperatriz consideraba un monstruo a su marido por las relaciones que éste mantenía con el joven Antínoo y se mostraba disconforme con la idea de establecer un culto hacia su persona. Además, se discute que las disputas eran tan frecuentes que ambos habían hablado de divorcio; sin embargo, esto era cuestión impensable e inasumible por parte de Adriano debido a que debía a su esposa el poder del imperio.

Vibia Sabina, procedía de las gentes Vibia y Mundia, fue una mujer con grandes propiedades y poder económico que heredó tres modelos de mujeres imperiales: el de Plotina, mujer de Trajano, el de su abuela Marciana, mujer llena de virtudes y modelo de matrona romana; y el de su madre, Matidia la Mayor, la cual fue divinizada y colocaba a Vibia Sabina en un puesto relevante en la corte y de la gens Ulpia como filia divae Augustae Matidiae. Por consiguiente a través de su madre, abuela y su tío abuelo, Trajano, otorgaba su esposo la legitimidad necesaria para adoptar el título de emperador.

La cuestión sucesoria siempre ha sido uno de los problemas principales en cuanto a la legitimación del poder imperial, una cuestión en donde las mujeres de la casa imperial ocuparon una posición relevante por su función reproductora. 

Con los Antoninos, el sistema de la adoptio se convirtió en una solución ficticia pero efectiva. La elección del mejor permitía elegir al más adaptado para la función del poder, pero éstos, necesitados de una fuente de legitimidad que los uniera al linaje dinástico, acordaron matrimonios con mujeres pertenecientes a la familia del emperador vigente. Por esa razón, Adriano, a pesar de haber sido adoptado por el emperador Trajano, necesitaba a Sabina para que le aportara la legitimidad que no poseía por su linaje.

Bibliografía:

Domínguez Arranz, Almudena [ed]: Mujeres en la antigüedad clásica. Género, poder y conflicto. Madrid, Sílex, 2010.

Domínguez Arranz, Almudena [ed]: Política y género en la propaganda en la Antigüedad. Antecedentes y legado, Gijón, Trea, 2013.

Hidalgo de la Vega, Mª José: Las emperatrices romanas: sueños de púrpura y poder oculto. Salamanca. Ediciones Universidad Salamanca, 2012.

Hidalgo de la Vega, Mª José: Mujeres, religión y poder: el culto imperial en el occidente mediterráneo. Granada, Universidad de Granada, Instituto de Estudios de la Mujer, 1996.

Hidalgo de la Vega, M.J: Plotina, Sabina y las dos Faustinas: La función de las Augustas en la política imperial. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, Hª antig. 18, 2000, pp. 191-224.

Millán Muñío, Mª Ángeles; Peña Ardid, Carmen [eds.]: Las mujeres y los espacios fronterizos. Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007.

Posadas, Juan Luis: Emperatrices y princesas de Roma. Madrid, Raíces, D.L. 2008
Serrano-Niza, Lola; Hernández Pérez, Mª Beatriz [eds.]: Mujeres y religiones. Tensiones y equilibrios de una relación histórica.

Sobre la autora:


Cristina Cardador Ruíz

Graduada en Geografía e Historia por la Universidad Pablo de Olavide, promoción 2011-2015. Interesada en la Historia Antigua y en la Historia de las Religiones. Realizó su Trabajo de Final de Grado sobre el culto imperial en Itálica. Actualmente cursa el Máster en Religiones y Sociedades organizado por la Universidad Pablo de Olavide y la Universidad Internacional de Andalucía.