martes, 7 de febrero de 2017

Adriano. Los oráculos y vaticinios como legitimación en su subida al poder



Moneda de la época del emperador Adriano.

Durante la Antigüedad estuvieron muy extendidas las creencias en los oráculos, profecías, vaticinios o presagios, especialmente ligados a las figuras llamadas a desempeñar un papel importante en la Historia. Si echamos una rápida ojeada a las biografías escritas por Suetonio y Plutarco, podemos comprobar que existe una gran cantidad de referencias a estos elementos. Ambos autores coinciden cronológicamente con el reinado del emperador Adriano (117-138). Adriano guardó siempre especial interés y predilección por la cultura griega. Prueba de ello es que dedicó buena parte de sus viajes a visitar las polis griegas, las cuales serían objeto del beneficio y la intervención imperial, e incluso, la Historia Augusta nos cuenta cómo desde bien pronto recibió el sobrenombre de Graeculus, “grieguecillo”. A esto hay que añadirle un gran interés por la religión y por la interpretación de los presagios y prodigios.  

La adivinación era un elemento más de la religión en el mundo antiguo y existían dos maneras de aproximación a ella, bien mediante el influjo directo del dios, muy arraigado en el mundo helénico, bien mediante la observación de señales, como en el caso de la religión romana. Por otra parte, en el mundo grecolatino, los oráculos, desde una perspectiva política, tenían un sentido de legitimación del poder. Esto es especialmente palpable en la Grecia Antigua, como en el caso de Minos o de Licurgo, quien establecería la famosa Rethra o constitución espartana después de consultar al oráculo de Delfos, pero también en Roma con el Rey Numa Pompilio. El respaldo de la divinidad en estos casos vendría a justificar el establecimiento de leyes y el gobierno de los dirigentes.


Egeo, mítico rey de Atenas, consultando a la Pitia, el Oráculo délfico, sentada en un trípode.

En el caso de Adriano, su ascenso al poder no estuvo exento de complicaciones. Nacido en Itálica, era sobrino segundo del entonces emperador Trajano. Había desempeñado una carrera política y militar conforme a la clase senatorial, pero, como recoge Dión Casio, no habría recibido ningún honor especial de parte de Trajano, por ejemplo, ser de los primeros en ser nombrado cónsul durante su reinado. En este caso no encontramos una asociación al trono como césar, tal y como sí hicieran otros emperadores, a saber, Vespasiano con su hijo Tito o Nerva con el propio Trajano. A pesar de ello, su situación era ventajosa a la muerte de su tío, que se disponía a regresar a Roma al no poder continuar la campaña pártica. Adriano había quedado como legado en Siria y contaba con el apoyo de la emperatriz Plotina y del prefecto del pretorio Atiano. En su lecho de muerte, gracias a la intervención de estos dos últimos personajes, Trajano habría designado a Adriano como su sucesor. 


Representación de Adriano con ropajes griegos (estatua de época victoriana).

No obstante, el episodio no está del todo claro y el propio Dión Casio relata que:

Mi padre, Aproniano, que fue gobernador de Cilicia, se había enterado con total precisión de toda la historia sobre él y solía relatar los diversos incidentes, contando en particular que la muerte de Trajano fue ocultada durante varios días para que se pudiese anunciar primero la adopción de Adriano. Esto, además, quedó demostrado por las cartas de Trajano al Senado, pues no iban firmadas por él, sino por Plotina, aunque ella nunca antes había hecho algo así.

También la Historia Augusta recoge distintas versiones de lo que pudo ocurrir. Según esta fuente, Trajano pudo haber pensado nombrar sucesor a Neracio Prisco, haber querido imitar a Alejandro Magno no habiendo dejado sucesor o dejado una lista con posibles candidatos para que fuese el Senado quien escogiere o, incluso, que la designación de Adriano se trató simplemente de un ardid de Plotina.

En cualquier caso, la sucesión de Adriano, que proyectaba un programa político distinto al de su antecesor, no estaba del todo clara. Tal es así que, antes de regresar a Roma, envió a Atiano como prefecto del pretorio para preparar su llegada a la ciudad. Incluso se llegó a eliminar físicamente a aquellos posibles aspirantes al trono que pudieran hacerle sombra, como es el caso de Palma, Celso, Lusio Quieto y Nigrino, partidarios y colaboradores de Trajano. En estas circunstancias, Adriano se mostró favorable a cualquier elemento de legitimación que pudiera fortalecer su posición.

Aquí es donde cobran importancia los distintos vaticinios que pudieran augurar su ascenso al poder. La Historia Augusta cuenta como Adriano, tras nuevas fricciones con su tío segundo, decidió echar las suertes virgilianas (es decir, abrir una obra de Virgilio al azar y tomar el texto que aparecía como un presagio) saliéndole unos versos sibilinos que anunciaban la llegada al poder de Numa Pompilio, con el que se identificaría. Igualmente, también recibiría la premonición de que llegaría a ser emperador gracias a una respuesta procedente del templo de Júpiter Nicéforo. Parece ser también que, en el contexto de las guerras párticas, consultó el oráculo de Dafne en Antioquía para conocer su destino. Así, después de mojar una hoja de laurel en la fuente Castalia, la retiró cubierta de una escritura que anunciaba que algún día se haría cargo del estado.  El mismo Casio, nos dice que mientras estaba en Antioquía, Adriano había tenido un sueño en el que un fuego descendía de los cielos en un día claro y brillante y que éste caía sobre el lado izquierdo de su garganta y luego sobre el lado derecho sin herirle ni causarle temor. Más allá de la veracidad de estas historias, lo que nos interesa es que Adriano, como otros emperadores en el pasado, no dudó en servirse de las respuestas de los oráculos y en los presagios para apuntalar su legitimidad y ascenso al poder.


Bibliografía

Blázquez, J, M., Adriano. Barcelona: Ariel, 2008.

Casio, D., Historia romana. Madrid: Gredos, 2004.

Espinosa Espinosa, D., “La adivinación en Roma: orígenes, fundamentación y crítica especulativa de su práctica”, Polis: revista de ideas y formas políticas en la Antigüedad Clásica 20 (2008): 43-72


Hernández de la Fuente, D., “Oráculo y ley. Una aproximación a la influencia política de la adivinación en la antigüedad”, Espacio, tiempo y forma. Serie II, Historia antigua 22 (2009): 299-309.

Imágenes





Sobre el autor

Francisco Jesús Fraile Delgado 

Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla y actualmente está cursando el Máster Universitario en Profesorado de Educación Secundaria, por la especialidad de Geografía e Historia. Además, colabora en algunos proyectos de investigación histórica local.

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