Dadá es nuestra
intensidad: que erige las bayonetas sin consecuencia la cabeza sumatral del
bebé alemán; dadá es la vida sin pantuflas ni paralelos; que está en contra y a
favor de la unidad y decididamente contra el futuro; sabemos sensatamente que
nuestros cerebros se convertirán en cojines blanduzcos, que nuestro
antidogmatismo es tan exclusivista como el funcionario y que no somos libres y
gritamos libertad; necesidad severa sin disciplina ni moral y escupamos sobre
la humanidad.[1]
En una Europa asolada por la
radicalidad de la Primera Guerra Mundial, donde –además- el clima vanguardista
está en pleno auge, no puede sino surgir la radicalidad del arte en su más pura
esencia. No podemos enfocar Dadá como un movimiento artístico más, pues escapa
de los límites siempre indefinidos con los que la historiografía cataloga
cualquier manifestación artística: Dadá es un movimiento irrisorio,
antiartístico, una negación rotunda; es un estado del espíritu, una actitud, la
Idea llevada a la materialización más desmoralizada y compleja.
En un ambiente caldeado por las
muertes y la devastación que está generando la Gran Guerra, Dadá supone el
reconocimiento, en definitiva, de la esencial inutilidad social del arte, y el
reconocimiento y la asunción también de la inexistencia de una función social
del artista: el arte se tiene a sí mismo como contenido; no hay, pues, un lugar
social para el artista o, si se quiere, redundantemente, sólo hay un lugar
artístico para el artista. Dicho de otro modo: Dadá no pretende ser una
alternativa más al desarrollo del nuevo arte – la vanguardia- ni una nueva
moral de compromiso, sino que nace como una necesidad.
En
Alemania se instaura la República de Weimar (1918-1933), que duró poco más de
un decenio y que a su vez sería sustituida por un Régimen dictatorial. Esta
situación prendió la mecha ideológica y creó una profunda crisis respecto al mundo
del arte y la cultura, donde ya comenzaron a detectarse síntomas de malestar a
lo largo del siglo XIX, síntomas que explican estos párrafos.
Tras
instalarse en el poder la burguesía, el arte se separa de la sociedad: después
de que el artista se liberase de la dependencia ideológica del Antiguo Régimen,
el mercado se convirtió en el único ámbito en el que era pensable la creación.
Así pues, al comenzar el artista a participar en el mercado pierde su papel
social. Ante esta pérdida, los artistas comenzarán a producir actitudes de
rebeldía: desde hacer un arte en servicio de la sociedad, hasta hacer una
sociedad a medida del arte. Es por ello por lo que los dadaístas abogan por
hacer un arte que denuncie las injusticias de su época, y denuncian el ejercicio
de mímesis que se ha llevado a cabo con anterioridad, que pierde sentido (en el
Renacimiento por ejemplo, se intenta imitar
el arte de la Antigüedad Clásica) y que denota la despreocupación del artista
respecto a lo que le rodea: la crisis social y el estado de pobreza ideológica,
política y social. Así pues, el artista, no puede contemplar la posibilidad de
crear sin ser influenciado por el atropello general, sintiéndolo como suyo
hasta el último estrago.
El surgimiento
histórico de Dadá se remonta al año de 1916 en Zurich: un grupo de exiliados de
la Guerra se reúnen para compartir su actividad.
Si
el “arte por el arte” era la “mentira de su real dependencia como mercancía”,
ponía de manifiesto también, como tal mentira, la irrecuperabilidad social de
su mensaje. Hugo Ball es quien se considera fundador del movimiento dadaísta, y
a él se le unen personajes como Tristan Tzara, Hans Arp, Emmy Hennings o Marcel
Janco.
¿Por
qué “Dadá”?
“Hugo
Ball y yo descubrimos por casualidad la palabra Dadá en un diccionario
alemán-francés mientras buscábamos un nombre para Madame le Roy, cantante de
nuestro cabaret. Dadá significa en francés “caballito de mar”. Es una palabra
breve y sugestiva y se convirtió en breve en el estandarte de todo cuanto
defendíamos en el cabaret Voltaire”. Con este párrafo explica Richard Huelsenbeck la elección de Dadá, si bien
Tzara, en su Manifiesto Dadaísta
(1918), nos recuerda con la mayúscula más tajante y explicativa que DADÁ NO
SIGNIFICA NADA.
“Dadá, esta es una palabra que lleva a la caza las ideas; cada burgués es un
dramaturgo en pequeño, inventa temas diferentes, en vez de colocar a los
personajes convenientes al nivel de su inteligencia, crisálidas en sillas,
busca las causas o los fines (siguiendo el método psicoanalítico que él
practica) para cementar su intriga, historia que habla y se define.
Cada
espectador es un intrigante si trata de explicar una palabra (¡conocer!). Desde
el refugio enguatado de las
complicaciones serpentinas, hace manipular sus instintos. De ahí los
infortunios de la vida conyugal.
Explicar:
Diversión de los vientres – rojos a los molinos de los cráneos vacíos.
DADÁ
NO SIGNIFICA NADA”
Resultará quizá significativo para el
lector saber que, en dicho Manifiesto
Dadaísta de 1918, tras una serie de irracionalidades e incoherencias en
el nombre del arte y contra el arte, las únicas palabras escritas en mayúscula
además de estas son libertad y vida.
Esta idea de que Dadá no es nada es la
premisa desde la que, paradójicamente, parte cualquier obra dadaísta. Francis
Picabia, en su Manifiesto Caníbal, constata con seguridad que:
DADÁ
no siente nada, no es nada, nada, nada.
Es
como vuestras esperanzas: nada
como
vuestros paraísos: nada
como
vuestros ídolos: nada
como
vuestros políticos: nada
como
vuestros héroes: nada
como
vuestros artistas: nada
como
vuestras religiones: nada.
Silbad,
gritad, rompedme la cara y después ¿qué? Os diré además que sois tontos. En
tres meses venderemos yo y mis amigos nuestros cuadros por algunos francos.[2]
La
contradicción es constante y se unifica con la crítica: mientras escapa del
capitalismo y la mercantilización de la obra, venden sus cuadros por algunos francos. La mofa, la sátira y la crítica
son elementos conformadores de Dadá, haciendo que podamos definirlo como un
arte cínico.
Bien
es cierto que el propio Tzara es también quien nos cuenta el origen exacto del
término “Dadá”: “Por los diarios se
entera uno que la cola de una vaca santa los negros Krou la llaman dadá. El
cubo y la madre en cierto lugar de Italia: dadá. Un caballo de madera, la
nodriza, doble afirmación en ruso y en rumano: dadá.”. Es, por tanto, una
palabra polisémica cuyo significado varía en función del idioma en el que la
apliquemos.
También
el azar es uno de los principales ingredientes de Dadá. La incoherencia, la
ilógica y la incertidumbre complementan este azar, entendido como un camino
hacia la libertad tanto en el ámbito artístico como en lo personal.
La palabra dadá simboliza la relación más primitiva
con la realidad circundante; con el dadaísmo se abre paso con pleno
derecho una nueva realidad. La vida se
manifiesta como un barullo simultáneo de ruidos, colores y ritmos espirituales,
que es aceptado de un modo imperturbable en
el arte dadaísta con todos los gritos y fiebres sensacionales de su psique
cotidiana osada y en toda su realidad brutal. (…) El dadaísmo, por primera vez,
ya no se enfrenta de un modo estético a la vida, ya que hace trizas en sus
partes integrantes todos los tópicos de la ética, de la cultura y de la
interioridad, que no son más que abrigos para músculos débiles.
Manifiesto dadaísta en Berlín. 1918
Resulta
de igual modo imprescindible señalar que, aunque Dadá encuentra maneras de
expresión artística en casi cualquier manifestación, su máximo exponencial lo
hallaremos en la poesía. Es necesario entender la poesía como un ente vivo en
constante cambio y movimiento: si hasta ahora la poesía había basado su
principio básico en las palabras, con Dadá este principio se encontrará en los
fonemas. Hablamos, pues, de poesía fonética en su sentido más estricto.
Quizá
sea el poema Karawane, de Hugo Ball,
el ejemplo más conocido de esta poesía dadaísta. Pese a que el título significa
“caravana” en alemán (lo cual implica que tiene una semántica intrínseca), el
contenido del poema está basado en sílabas cuyo conjunto fonético contiene su
propia significación, sin que su estructura gramatical sea precisa y sin que
esta significación sea necesariamente legible o traducible. Ball se basa en sonidos de las lenguas y
danzas africanas para crear un nuevo lenguaje donde la palabra no tiene valor,
residiendo éste en el carácter fonético y audible de los versos; manera de
hacer que repercutirá enormemente en artistas como Kurt Schwitters (su Ur
Sonate es una clara muestra de recitación fonética) y en posteriores
corrientes literarias como la poesía beatnik.
Fuera
de la poesía fonética, Tristan Tzara es quizá el más sobresaliente poeta del
dadaísmo, si bien su estilo también escapa de los límites de la poesía
convencional. El hombre aproximativo,
publicado en 1931 y traducido al castellano en la preciosa edición de Visor de
Poesía por Fernando Millán, contiene entre sus párrafos – a juicio de quien
escribe estas líneas- la propia esencia
de la poesía en sí. Nuestra opinión se explica sola con un breve fragmento del
segundo capítulo (sic):
hombre aproximativo como
yo como tú lector y como los otros
montón de carnes ruidosas
y de ecos de consciencia completa en el solo pedazo de voluntad tu nombre
transportable y asimilable cortés por las dóciles inflexiones de las mujeres
diversos incomprendidos
según la voluptuosidad de las corrientes interrogadoras
hombre aproximativo
moviéndote en los poco más o menos del destino
con un corazón como
maleta y un vals a guisa de cabeza
vaho sobre el frío hielo
tú te abstienes de verte a ti mismo
grande e insignificante
entre las joyas de escarcha del paisaje
sin embargo los hombres
canta en corro bajo los puentes
del frío la boca azul
contraída más lejos que la nada hombre aproximativo o magnífico o miserable
en la niebla de las
castas edades
habitación a poco coste
los ojos embajadores de fuego que cada uno interrogue y atienda en el forro de
caricias de sus ideas
ojos que rejuvenecen las
violencias de los dioses ágiles
saltarín al disparo de
los resortes dentarios de la risa
hombre aproximativo como
yo como tú lector
tienes entre tus manos
como para lanzar una bola cifra luminosa tu cabeza plena de poesía.
[1] TZARA, T. Manifiesto del Señor Antipirina. 1918.
[2] PICABIA, F. Manifiesto Caníbal Dadá. En Dadaphone, marzo de 1920.
Bibliografía
(Especial
mención a Yolanda Romero Tamudo por su impecable conocimiento sobre Dada, de
ayuda imprescindible para este trabajo).
GONZÁLEZ
GARCÍA, A.; CALVO SERRALER, F.; MARCHÁN FIZ, S.: Escritos de arte de
vanguardia. 1900-1945. Istmo ediciones, 2009.
HUELSENBECK,
R.[Traducción de Anton Dieterich]: Almanaque Dadá. Editorial Tecnos S.A. Madrid,
1992.
HUELSENBECK,
R. En Avant Dada (El club Dadá en
Berlín). Alikornio Ediciones.
TZARA, T.:
Siete manifiestos Dadá. Tusquets editores. Barcelona, 1999.
TZARA, T.
[Traducción de Fernando Millán]: El hombre aproximativo. Colección Visor de
Poesía. Madrid, 2001.
Sobre la autora
Cristina Busto
Graduada en Historia del Arte por la Universidad de Salamanca, promoción 2012 - 2016, con un Trabajo Fin de Grado dedicado a la presencia del grabado ukiyo-e en el arte occidental de los siglos XIX y XX. Actualmente investiga aspectos del arte contemporáneo, centrándose especialmente en el Dadaísmo y su repercusión; y sobre las relaciones entre la literatura y la plástica.
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