Andalucía ha sido
calificada y descalificada desde su propia delimitación como entidad política.
A nadie se le escapan calificativos de muy diversa índole (vagos, alegres,
fiesteros, simpáticos), así como existieron en el pasado muchos otros ya
olvidados (la tierra de los “moros”, territorio inhóspito, tierra de ladrones).
De una forma u otra hemos sido mitificados, y por tanto reducidos, a claves
experienciales que viajeros de muy diverso tipo y condición (comerciantes,
invasores, diplomáticos, turistas, autoridades, etc.) han vivido al visitar
este territorio. Por lo general, estas afirmaciones parten de alguna realidad
particular no homologable a todos los andaluces o de experiencias concretas
difícilmente comprensibles fuera de los entornos culturales andaluces. En mi
particular forma de ver la cuestión, la identidad andaluza, o más bien, las
identidades andaluzas no son unas realidades inamovibles y superiores a la
historia misma y las experiencias individuales. El objetivo de este artículo es
exponer un curioso mito cuyos efectos todavía se dejan ver en el acervo popular
español: el bandolerismo andaluz.
Desde el XIX se
extendió gracias a escritores (p.ej. Irving, al que ahora tanto adoramos) y
viajeros el mito de que Andalucía estaba tomada prácticamente en su totalidad
por bandoleros, asaltantes de cuneta, violadores y maleantes, asesinos a sueldo
y otras perogrulladas. Entre los más conocidos: Diego Corrientes, José Chaves,
y José María “el tempranillo”, por citar algunos. Es cierto que estos y otros
andaluces asaltaban en caminos, robaban e, incluso, asesinaban, pero ¿a quién y
por qué? El avezado investigador que se sumerja en las profundidades de la
tradición etnográfica andaluza encontrará, quizás con sorpresa, que las
prácticas de estos truhanes estaban claramente dirigidas a un sector: la
nefasta clase aristocrática andaluza. Andalucía estaba controlada por poderosas familias de aristócratas.
Las tierras estaban concentradas en sus manos y también los medios de
producción y desarrollo industrial. Señalo esto último, porque a diferencia de
la creencia popular, a principios del siglo XIX Andalucía tenía una proyección
industrial emergente, pero las desamortizaciones y el desinterés del capital
por el esfuerzo que implicaba la industrialización impidieron a los andaluces
desarrollarse autónomamente, dependiendo casi por completo del “señorito” hasta
hace relativamente poco.
José María el Tempranillo. Retrato de John Frederick Lewis.
¿A nadie le extraña
que una de las zonas en las que con mayor fuerza arraigó el anarquismo fuera Andalucía?
Los bandoleros eran predecesores prácticos del anarquismo andaluz*. Esta
vinculación puede rastrearse en algunas sociedades de bandoleros y guerrilleros
como la “sociedad de pobres honrados contra los ricos tiranos”. El bandolero, a
diferencia de las características que los mitos le han adjudicado de abandonado
social y pobre miserable, seguía códigos de conducta muy concretos (p.ej. la
regla de la mitad) y, en la mayoría de casos, no desarrollaba su actividad para
escapar de su vida, sino para atacar al sistema hegemónico de poder. Esto lo
confirman algunos testimonios de aquellos que los perseguían, como era el caso
de Don Julian de Zugasti que es mandado a Córdoba por Moret y Rivero con
poderes excepcionales para acabar con el
bandolerismo:
“El bandolerismo ha tomado en algunas provincias las proporciones de una
verdadera guerra social, y yo no entiendo que a la guerra se pueda responder de
otro modo que con la guerra... Nada de contemplaciones: a salvar el principio
de sociedad y de gobierno, que eso será salvar la honra del país y la
revolución de septiembre.”
El principio de la
sociedad y de gobierno claramente refieren a la autoridad del lugar, la
aristocracia, que era quien estaba siendo atacada por los bandoleros. Es cuanto
menos curioso que Andalucía, tierra de tantos mestizajes y convivencias
culturales, casi siempre haya sido dirigida por alguien externo a la propia
comunidad.
El tema del bandolerismo
trajo de cabeza al propio Congreso, donde algunos cuestionaron la labor de
Zugasti, que incluso llegó a asesinar a familias enteras en busca de valiosa
información sobre los bandoleros. Algunos diputados como Francisco Silvela
llegaron a denunciar en las Cortes que la actuación de los gobernadores
provinciales en Andalucía era desproporcionada. El problema, señalaba Silvela
ya entonces, era de carácter social no criminal, pues se trataba de una
respuesta del pueblo andaluz ante una situación económica y vital intolerable. Quizás),
deberíamos ver en el bandolero no el origen del terrorista o filibustero, sino
el del jornalero organizado que planta cara al patrón, es decir, del movimiento
obrero andaluz.
Del mito del
bandolero, por desgracia, nos salpican todavía algunas excrecencias harto
desagradables. ¿Qué es sino una evocación a dicho mito la apelación que algunos
hacen a nuestras “rudas formas”? ¿o a nuestro “especial interés” por no
trabajar? El bandolero, desagradable y maloliente, era también perezoso ya que
pretendía ganarse la vida asaltando a los demás antes que desarrollando una
labor digna. Los mitos permanecen siempre en el imaginario colectivo. Con
frecuencia cambian su forma, se adaptan al contexto, buscan explicaciones racionales
para justificar un juicio previo, pero están ahí. Los transmiten las series y
películas de televisión, los relatos de nuestros abuelos, los libros de
historia de los institutos, las figuras e instituciones de autoridad, etc. De
forma inconsciente participan de nuestra mente construyendo una manera
particular de mirar. Por eso, límpiense bien las gafas cuando vayan a mirar, no
vaya a ser que el polvo de la historia que nos han contado nos impida ver la
realidad subyacente.
Notas
*Curiosamente el anarquismo
en España estaba fuertemente vinculado a la industria, con excepción del caso
Andaluz.
Bibliografía:
ARTOLA, M.: Orígenes de la España contemporánea. Madrid: Instituto de Estudios
Políticos, 1975.
BERNALDO DE QUIROS, C. El
bandolerismo andaluz, Madrid: Turner, 1978.
CARRILLO, A.: Los bandidos
célebres españoles. Barcelona: Jaime Seix, 1892.
VILLAFRANCA, A .Los
bandoleros: Mitos y Realidades. Barcelona: Dox, 1955.
ZUGASTI, J. El bandolerismo
andaluz. Madrid: Espasa Calpe, 1936.
ZUGASTI, J. El bandolerismo,
Estudio social y memorias históricas. Madrid: Imprenta de T. Fortanet, 1876.
Imágenes
José María el Tempranillo. Retrato de John Frederick Lewis:
https://es.wikipedia.org/wiki/El_Tempranillo
Sobre el autor
Antón Guzmán Troncoso
Graduado en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Sevilla
e investigador social. Tiene una empresa de estudios de mercado y análisis sociológico
(HUMES S.L.) y colabora con la Universidad de Sevilla investigando en el campo
de la etnobotánica. Sus intereses están enfocados al estudio de la
comunicación, los sistemas socioecosistémicos y la ontología, aunque su verdadera
pasión es la literatura fantástica.
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