Tras la Guerra de los Siete años (1756 – 1763), un conflicto
que estuvo presente desde Filipinas hasta el Mediterráneo pasando por el Índico
y el Caribe, la necesidad de reorganización política y económica del Imperio
Colonial Británico era evidente. Con la Paz de París (1763), se marcó el
hundimiento del imperio colonial francés y el triunfo del poderío colonial
inglés; sin embargo, esta victoria llevó al Imperio Británico a la secesión,
pues sus estructuras se habían vuelto más complejas y la población se había
expandido enormemente.
Además, las cámaras coloniales se habían convertido en una
especie de Parlamentos, por lo que las colonias gozaban de una gran autonomía,
algo que no agradaba especialmente a la metrópoli, pues el gobierno de Jorge
III comenzó a plantearse la posibilidad (como ya hicieron Francia y España) de
expandir el control político sobre los territorios coloniales para costear el
proceso de centralización política absolutista por medio de la extracción de
mayores beneficios fiscales y económicos. Para este fin se creó el Ministerio
del Departamento Colonial, que tenía como función centralizar la información y
facilitar la toma de decisiones en lo concerniente a las colonias.
De esta manera, Jorge III se propuso convertir las trece
colonias americanas en lugares al servicio de la metrópoli, comenzando con este
objetivo una carrera llena de nuevas leyes y prohibiciones.
Retrato de Jorge
III del Reino Unido por Allan Ramsay (1762)
En 1763 decretó determinadas tierras como reservas para
indígenas, de modo que ninguna de las trece colonias reclamase los derechos
sobre ellas. También se dictaron leyes para cambiar el régimen fiscal colonial
y conseguir así mayores ingresos para costear los crecientes gastos de la nueva
administración: una de ellas fue la polémica Ley del Azúcar (1764) cuyo primer
objetivo era recaudar impuestos a través de la importación a las colonias de
melaza provenientes de otras colonias no británicas. Aunque esta ley redujo la
tasa a la mitad, hasta el momento apenas se había cobrado debido a una masiva
evasión de impuestos por parte de las colonias, por lo que en realidad suponía
la imposición de un nuevo impuesto. Además, con la misma ley se aumentaron los
gravámenes a las importaciones de manufacturas.
Otra de las leyes decretadas fue la Ley del Timbre (1765),
que generó un fuerte clima de violencia, por lo que tuvo que ser cancelada en
1766. Se trataba de la imposición (sin la participación de las asambleas de
colonos, de lo que surgió la protesta “no
taxatation without representation”) de un impuesto unido a cualquier
documento (publicaciones, papel oficial, periódico, facturas comerciales…) que
circulara por las colonias.
A comienzos de los años setenta, la Corona le concedió el
monopolio del comercio del té a la Compañía de las Indias Orientales, lo cual
provocó el enfado de las colonias, que dejaron de adquirir té o destruyeron el
que les llegó. Este alboroto tiene su episodio más representativo en la
conocida Tea Party en 1773: los
habitantes de Boston echaron al mar la carga de las naves cargadas de té, y
como castigo, se aprobaron en 1774 unas Leyes Coercitivas por las que se cerraba
el puerto de la ciudad hasta que se pagasen los daños causados.
Litografía del Motín
del Té en Boston (1846)
Todos estos conflictos entre metrópoli y colonias fueron
caldeando los ánimos de los habitantes americanos, que veían cómo su autonomía
desaparecía a favor de una política mucho más metropolitana. Además, los
problemas económicos y sociales contribuyeron a separar las colonias de la
metrópoli y a generar una mentalidad continental norteamericana distinta del
resto del imperio.
Por ello, el 5 de septiembre de 1774, se celebró un congreso
de las colonias inglesas continentales en el que se consideraba injusto el
trato recibido por la corona. En dicho congreso elaboraron la Declaración de
los Derechos y Agravios dirigida a Gran Bretaña, en la cual se reconocía el
derecho del Parlamento a regular el comercio exterior, pero se defendía el
derecho de las colonias a manejar sus propios asuntos internos sin intervención
del gobierno imperial. Esta declaración conformó el “prólogo” de la independencia,
que llegaría tan solo un par de años después.
La lucha por la independencia no pretendió la libertad y la
democracia, sino la protección de la autonomía que en los territorios
coloniales ingleses en América habían tenido hasta el momento, y que el
gobierno de Jorge III les estaba intentando arrebatar en favor de la metrópoli,
aunque sin olvidar la evolución experimentada por las colonias en los años
anteriores y la existencia de una mentalidad cada vez más diferente de la
dominante en Gran Bretaña.
BIBLIOGRAFÍA
Pérez Herrero, P., América
Latina y el colonialismo europeo. Siglos XVI-XVII. Madrid: Editorial
Síntesis. 1992.
Paul Adams, W., Los
Estados Unidos de América. Madrid: S. XXI. 1979.
Bennasar,
M. B., Jacquart, J., Lebrun, F., Denis, M., Blayau, N., Historia Moderna. Madrid:
Akal. 1998.
IMÁGENES
Motín del té: https://es.wikipedia.org/wiki/Mot%C3%ADn_del_t%C3%A9
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