El trono de barro: Jaque
al duque de Lerma es
una novela de poco más de 500 páginas, publicada a finales del año pasado por
Teófilo Palacios. Aunque sea su tercera novela histórica, casi con total
seguridad esta es la que mayor repercusión ha tenido en cuanto a fama y
probablemente también a ventas.
En
esta ocasión la novela se ambienta entre finales del siglo XVI y el primer
cuarto del XVII para narrar la vida de Francisco de Sandoval y Rojas (I duque
de Lerma y V marqués de Denia entre otros muchos títulos y cargos), el cual, ha
sido reconocido por ser el valido durante el reinado del rey Felipe III
(1598-1621).
La
novela es de lectura rápida y de estilo sencillo, no se pierde en los detalles,
excepto en algunos puntos clave, como en las descripciones de edificios tanto
exterior como interiormente, y la narración responde a una serie de tópicos que
suelen repetirse en este tipo de novelas, como la existencia de un amor
imposible y la ejecución de una venganza fraguada durante años. Por otro lado,
y para terminar con los aspectos más formales, la edición que he leído presenta
una cantidad inusual de fallos de imprenta que espero que se arreglen (o que se
hayan arreglado en las ediciones posteriores), para que no desluzca el trabajo
del autor.
En
cuanto a los personajes, los más conseguidos son sin duda los ficticios que
acompañan el relato principal y el del propio Francisco de Sandoval, sin
embargo ni siquiera estos tienen la profundidad que se pudiera esperar. Puede
que uno de los ejemplos más claros de personajes que podrían dar mucho más a la
trama sea el de Margarita de Austria (reina desde 1599 hasta su muerte en
1611).
¿Qué podemos encontrar de
histórico en la novela, qué no y qué podría desarrollarse más?
Como
hemos dicho en alguna otra ocasión, las novelas históricas no son libros de
historia, es decir, no tienen por qué someterse a un análisis exhaustivo de los
hechos históricos que acontecen dentro del contexto en el que se enmarcan. Pese
a ello, debemos asumir que publicar tiene sus consecuencias y más aún cuando
estas publicaciones tratan de hacer lo más real posible un relato dentro de un
contexto histórico, pudiendo llevar al público inexperto a confusiones. El trono de barro me había despertado
halagüeñas expectativas, no solo por las buenas críticas que recibe, sino
también porque venía acompañado de una sobreportada con la opinión de cierta
historiadora, donde resaltaba su veracidad y fidelidad histórica. Por ello, en
los siguientes párrafos me gustaría exponeros cómo he desarrollado mi lectura,
en qué cosas el relato no ha cumplido mis expectativas, en cuales sí, y en qué
podría mejorar.
El
error más palpable en El trono de barro
es precisamente el fracaso del autor a la hora de mimetizar el relato ficticio
con el real en algunas partes del libro. La veracidad y fidelidad histórica de
la que hablaba antes, se lleva a cabo en demasiadas ocasiones con párrafos que
bien podrían estar sacados de un manual de historia al uso y en los que el
autor no hace ningún esfuerzo por conectar con la historia que está
desarrollando. Esto supone una mancha, un parche, una parada, que aunque trate
con información imprescindible para entender el relato completo, carece de destreza
narrativa alguna.
Algunos
de los fallos más graves que he podido encontrar se derivan de un mal uso de
los conocimientos que Teo Palacios tiene de la época sobre la que escribe, o de
la ignorancia de ciertos mecanismos que rigieron y pautaron el ascenso del
duque de Lerma. El primero de éstos es el tratar los nombramientos y los cargos
como una mera acumulación de títulos y rentas, sin darle más importancia que la
económica, cuando por ejemplo el
privilegio del cargo de sumiller de corps estaba más en la cercanía y
confidencia que podía tener con el rey, que en la renta que este podía reportar
al duque. El segundo tiene que ver con el desaprovechamiento de ciertos actos
que se narran de pasada en la novela y que guardaban un profundo simbolismo
dentro de los círculos del poder. El ejemplo más claro es el del funeral de
Felipe II, acto que se narra prácticamente de forma secundaria, y en el que se
le da más importancia a conversaciones privadas inventadas, que al propio hecho
de que el entonces marqués de Denia tuviera un cometido dentro del rito oficial
que lo destacaba entre todos los asistentes.
En
cuanto a aspectos que mejorarían la consideración que tengo sobre la novela
están la explicación del por qué el marqués de Denia tiene acceso tan fácilmente
a la cámara del príncipe Felipe. Y es que además de ser gentilhombre de la
Cámara del Rey Felipe II a partir de 1580, el acceso al príncipe a partir de
1592 viene facilitado porque los antepasados de Francisco de Sandoval y Rojas
fueron cuidadores y regidores de cámaras tan reseñables como la de Juana I de
Castilla o del príncipe Carlos de Austria, haciendo buenos servicios a la Corona
en el desempeño de estos cargos. Otro de los cargos más importantes que está
mal ejecutado es el de “Capitán General
de toda la Caballería de estos reinos” que a partir de 1603 permitió a
Lerma tener un pequeño ejército disponible y a sus órdenes durante buena parte
del año sin que ello supusiera gasto alguno para el valido.
Por
otro lado, para ser una novela que ocupa la mayoría de sus páginas a explicar
el encumbramiento de Francisco de Sandoval y Rojas, se centra demasiado en las
gracias que este personaje tiene que hacerle al rey para poder acceder al
poder, sin embargo nada se dice de la inmensa labor de descrédito que acompañó
a los méritos del entonces marqués para desbancar del poder a los que lo habían
ostentado en los últimos tiempos de Felipe II. Este es uno de los puntos que
más podrían ayudar a entender la labor de Francisco, que fue más allá de cuatro
carantoñas, fiestas privadas y cacerías. Públicamente, mediante panfletos y
tratados, sobre todo anónimos, se fue vendiendo que la gran ruina de la
monarquía fue la de la Gran Estrategia de Felipe II y, por tanto, la acción
política más importante del valido sería la de conseguir pacificar los
distintos frentes bélicos que tenía abiertos la monarquía.
Otra
de las carencias es que, aunque se explique muy bien la labor de consolidación
del poder que lleva a cabo Francisco a partir de relaciones clientelares,
dádivas y nepotismo, nada se dice de uno de los mecanismos más usados para
mantener y aumentar el poder de las familias aristocráticas en el Antiguo
Régimen: el matrimonio de las hijas. Además de Cristobal y Diego, el duque tuvo
tres hijas: Catalina, Juana y Francisca, que casaron con miembros tan
reseñables como Pedro Fernández de Castro (VII conde de Lemos), Manuel Pérez de
Guzmán (VI conde de Niebla y VII duque de Medina Sidonia) y Diego López de
Zúñiga Avellaneda (VII conde de Miranda y II duque de Peñaranda)
respectivamente. Sin embargo, poco o nada se habla de esta parte de la familia
que, como podéis ver, fue fundamental para afianzar los lazos de poder y
perpetuar el linaje de los Sandoval.
Además
de todo lo que no me ha gustado de la novela y de la buena elaboración de esa
red clientelar de la que hablaba en el párrafo anterior, la novela tiene
algunos puntos muy positivos. Uno de ellos es las distintas tramas y caídas
sucesivas de los ministros de confianza de Lerma como Pedro Franqueza y Rodrigo
Calderón sobre todo a partir de 1607. Otro es el conocimiento básico que te
puede aportar la novela de cómo funcionaban las relaciones internacionales de
la Monarquía Hispánica, a partir de las embajadas en Francia, Inglaterra o los
Estados Vaticanos. También está muy bien apuntado la labor de mecenas que
Francisco de Sandoval y Rojas comienza a tener casi desde que asciende y
consolida el poder en la corte, que se materializó en la financiación y compra
de obras de arte, y en la construcción de ermitas y templos religiosos entre
otras cosas. Quizá otro de los puntos fuertes sea la personalización del
problema morisco en la figura de Pedro Cano, a partir del cual se pueden entender
muy bien los motivos de la movilidad y la concentración de este colectivo en
ciertos puntos de la Península Ibérica, como por ejemplo en los territorios
valencianos. Las dos últimas consideraciones se refieren a decisiones acertadas
que ha tomado el autor, una de ellas es sin duda el corte existente entre el
año 1612 y la muerte del cardenal-duque, y otro la puesta en disposición de una
lista detallada de personajes al final del libro que puede ayudar al correcto
seguimiento de la lectura en algunas ocasiones.
Valoración
El trono de barro: Jaque
al duque de Lerma tiene
cosas positivas y de su lectura podemos extraer algunos conocimientos útiles,
sin embargo no es un libro que recomendaría, ni por forma ni por contenido, ya
que además de que la edición está poco cuidada, las carencias narrativas y los
aparentemente insuficientes conocimientos de la época nublan una novela a la
que se podía haber sacado mucho más jugo y sobre la que personalmente tenía muy
buenas expectativas.
Bibliografía
ALVAR
EZQUERRA, A., El duque de Lerma:
corrupción y desmoralización en la España del siglo XVII, Madrid: La esfera
de los libros, 2010.
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