martes, 27 de diciembre de 2016

Reseña: El trono de barro: jaque al duque de Lerma

El trono de barro: Jaque al duque de Lerma es una novela de poco más de 500 páginas, publicada a finales del año pasado por Teófilo Palacios. Aunque sea su tercera novela histórica, casi con total seguridad esta es la que mayor repercusión ha tenido en cuanto a fama y probablemente también a ventas.

En esta ocasión la novela se ambienta entre finales del siglo XVI y el primer cuarto del XVII para narrar la vida de Francisco de Sandoval y Rojas (I duque de Lerma y V marqués de Denia entre otros muchos títulos y cargos), el cual, ha sido reconocido por ser el valido durante el reinado del rey Felipe III (1598-1621).

La novela es de lectura rápida y de estilo sencillo, no se pierde en los detalles, excepto en algunos puntos clave, como en las descripciones de edificios tanto exterior como interiormente, y la narración responde a una serie de tópicos que suelen repetirse en este tipo de novelas, como la existencia de un amor imposible y la ejecución de una venganza fraguada durante años. Por otro lado, y para terminar con los aspectos más formales, la edición que he leído presenta una cantidad inusual de fallos de imprenta que espero que se arreglen (o que se hayan arreglado en las ediciones posteriores), para que no desluzca el trabajo del autor.

En cuanto a los personajes, los más conseguidos son sin duda los ficticios que acompañan el relato principal y el del propio Francisco de Sandoval, sin embargo ni siquiera estos tienen la profundidad que se pudiera esperar. Puede que uno de los ejemplos más claros de personajes que podrían dar mucho más a la trama sea el de Margarita de Austria (reina desde 1599 hasta su muerte en 1611).

¿Qué podemos encontrar de histórico en la novela, qué no y qué podría desarrollarse más?

Como hemos dicho en alguna otra ocasión, las novelas históricas no son libros de historia, es decir, no tienen por qué someterse a un análisis exhaustivo de los hechos históricos que acontecen dentro del contexto en el que se enmarcan. Pese a ello, debemos asumir que publicar tiene sus consecuencias y más aún cuando estas publicaciones tratan de hacer lo más real posible un relato dentro de un contexto histórico, pudiendo llevar al público inexperto a confusiones. El trono de barro me había despertado halagüeñas expectativas, no solo por las buenas críticas que recibe, sino también porque venía acompañado de una sobreportada con la opinión de cierta historiadora, donde resaltaba su veracidad y fidelidad histórica. Por ello, en los siguientes párrafos me gustaría exponeros cómo he desarrollado mi lectura, en qué cosas el relato no ha cumplido mis expectativas, en cuales sí, y en qué podría mejorar.

El error más palpable en El trono de barro es precisamente el fracaso del autor a la hora de mimetizar el relato ficticio con el real en algunas partes del libro. La veracidad y fidelidad histórica de la que hablaba antes, se lleva a cabo en demasiadas ocasiones con párrafos que bien podrían estar sacados de un manual de historia al uso y en los que el autor no hace ningún esfuerzo por conectar con la historia que está desarrollando. Esto supone una mancha, un parche, una parada, que aunque trate con información imprescindible para entender el relato completo, carece de destreza narrativa alguna.

Algunos de los fallos más graves que he podido encontrar se derivan de un mal uso de los conocimientos que Teo Palacios tiene de la época sobre la que escribe, o de la ignorancia de ciertos mecanismos que rigieron y pautaron el ascenso del duque de Lerma. El primero de éstos es el tratar los nombramientos y los cargos como una mera acumulación de títulos y rentas, sin darle más importancia que la económica, cuando por ejemplo el  privilegio del cargo de sumiller de corps estaba más en la cercanía y confidencia que podía tener con el rey, que en la renta que este podía reportar al duque. El segundo tiene que ver con el desaprovechamiento de ciertos actos que se narran de pasada en la novela y que guardaban un profundo simbolismo dentro de los círculos del poder. El ejemplo más claro es el del funeral de Felipe II, acto que se narra prácticamente de forma secundaria, y en el que se le da más importancia a conversaciones privadas inventadas, que al propio hecho de que el entonces marqués de Denia tuviera un cometido dentro del rito oficial que lo destacaba entre todos los asistentes.

En cuanto a aspectos que mejorarían la consideración que tengo sobre la novela están la explicación del por qué el marqués de Denia tiene acceso tan fácilmente a la cámara del príncipe Felipe. Y es que además de ser gentilhombre de la Cámara del Rey Felipe II a partir de 1580, el acceso al príncipe a partir de 1592 viene facilitado porque los antepasados de Francisco de Sandoval y Rojas fueron cuidadores y regidores de cámaras tan reseñables como la de Juana I de Castilla o del príncipe Carlos de Austria, haciendo buenos servicios a la Corona en el desempeño de estos cargos. Otro de los cargos más importantes que está mal ejecutado es el de “Capitán General de toda la Caballería de estos reinos” que a partir de 1603 permitió a Lerma tener un pequeño ejército disponible y a sus órdenes durante buena parte del año sin que ello supusiera gasto alguno para el valido.

Por otro lado, para ser una novela que ocupa la mayoría de sus páginas a explicar el encumbramiento de Francisco de Sandoval y Rojas, se centra demasiado en las gracias que este personaje tiene que hacerle al rey para poder acceder al poder, sin embargo nada se dice de la inmensa labor de descrédito que acompañó a los méritos del entonces marqués para desbancar del poder a los que lo habían ostentado en los últimos tiempos de Felipe II. Este es uno de los puntos que más podrían ayudar a entender la labor de Francisco, que fue más allá de cuatro carantoñas, fiestas privadas y cacerías. Públicamente, mediante panfletos y tratados, sobre todo anónimos, se fue vendiendo que la gran ruina de la monarquía fue la de la Gran Estrategia de Felipe II y, por tanto, la acción política más importante del valido sería la de conseguir pacificar los distintos frentes bélicos que tenía abiertos la monarquía.

Otra de las carencias es que, aunque se explique muy bien la labor de consolidación del poder que lleva a cabo Francisco a partir de relaciones clientelares, dádivas y nepotismo, nada se dice de uno de los mecanismos más usados para mantener y aumentar el poder de las familias aristocráticas en el Antiguo Régimen: el matrimonio de las hijas. Además de Cristobal y Diego, el duque tuvo tres hijas: Catalina, Juana y Francisca, que casaron con miembros tan reseñables como Pedro Fernández de Castro (VII conde de Lemos), Manuel Pérez de Guzmán (VI conde de Niebla y VII duque de Medina Sidonia) y Diego López de Zúñiga Avellaneda (VII conde de Miranda y II duque de Peñaranda) respectivamente. Sin embargo, poco o nada se habla de esta parte de la familia que, como podéis ver, fue fundamental para afianzar los lazos de poder y perpetuar el linaje de los Sandoval.

Además de todo lo que no me ha gustado de la novela y de la buena elaboración de esa red clientelar de la que hablaba en el párrafo anterior, la novela tiene algunos puntos muy positivos. Uno de ellos es las distintas tramas y caídas sucesivas de los ministros de confianza de Lerma como Pedro Franqueza y Rodrigo Calderón sobre todo a partir de 1607. Otro es el conocimiento básico que te puede aportar la novela de cómo funcionaban las relaciones internacionales de la Monarquía Hispánica, a partir de las embajadas en Francia, Inglaterra o los Estados Vaticanos. También está muy bien apuntado la labor de mecenas que Francisco de Sandoval y Rojas comienza a tener casi desde que asciende y consolida el poder en la corte, que se materializó en la financiación y compra de obras de arte, y en la construcción de ermitas y templos religiosos entre otras cosas. Quizá otro de los puntos fuertes sea la personalización del problema morisco en la figura de Pedro Cano, a partir del cual se pueden entender muy bien los motivos de la movilidad y la concentración de este colectivo en ciertos puntos de la Península Ibérica, como por ejemplo en los territorios valencianos. Las dos últimas consideraciones se refieren a decisiones acertadas que ha tomado el autor, una de ellas es sin duda el corte existente entre el año 1612 y la muerte del cardenal-duque, y otro la puesta en disposición de una lista detallada de personajes al final del libro que puede ayudar al correcto seguimiento de la lectura en algunas ocasiones.

Valoración

El trono de barro: Jaque al duque de Lerma tiene cosas positivas y de su lectura podemos extraer algunos conocimientos útiles, sin embargo no es un libro que recomendaría, ni por forma ni por contenido, ya que además de que la edición está poco cuidada, las carencias narrativas y los aparentemente insuficientes conocimientos de la época nublan una novela a la que se podía haber sacado mucho más jugo y sobre la que personalmente tenía muy buenas expectativas.

Bibliografía

ALVAR EZQUERRA, A., El duque de Lerma: corrupción y desmoralización en la España del siglo XVII, Madrid: La esfera de los libros, 2010.


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