Monasterio del Escorial, grabado de Perret a partir de un dibujo de Juan Herrera
A lo largo de
sus cuarenta y dos años de reinado (1556-1598), Felipe II patrocinó un sin fin
de obras arquitectónicas, artísticas y científicas, culminadas con su gran
proyecto del Monasterio de El Escorial. Tal acción e intensidad creadora fue
únicamente posible gracias a la visión cosmopolita y global del monarca, que
utilizó todos sus recursos para atraer a la corte a los mejores artistas de su
época. El objetivo era claro, defender la primacía de la Iglesia Católica
frente a la reforma luterana y legitimar el poder de la dinastía de los
Habsburgo. Para lo cual fomentó la creación de un nuevo lenguaje artístico
caracterizado por la sobriedad, la desornamentación, el rigor geométrico y el
uso de proporciones matemáticas. Retomando los ejemplos de la antigüedad
clásica, pero enfocándolos desde una óptica cristiana. Este estilo, que hoy
conocemos con el nombre de herreriano o escurialense, tuvo su mayor exponente
en El Escorial y en la figura de Juan de Herrera. Continuándose después en la
labor de otros arquitectos de la talla de Francisco de Mora, Juan Gómez de Mora
o Rodrigo Gil de Hontañón. Y ya más recientemente en los casos de Luis
Gutiérrez Soto (Ministerio del Aire, Madrid, 1943) o Luis Moya Blanco
(Universidad Laboral, Gijón, 1946), por citar dos arquitectos del siglo XX.
Gracias a su
esmerada educación humanista y a sus viajes por otras cortes europeas Felipe II
adquirió una conciencia artística y un gusto estético que lo diferenciaron
radicalmente de sus predecesores, hasta el punto de convertirse en uno de los
mayores mecenas artísticos de la segunda mitad del siglo XVI. Lo más relevante
de su patronazgo fue la amplitud de campos en los que trabajó, abarcando desde
la pintura, escultura y arquitectura, hasta el urbanismo o las artes
decorativas. Pero también las relaciones que mantuvo con los artistas.
Distinguiéndose, dependiendo del grado de intimidad y de la función desempeñada
por las obras, tres diferentes niveles, a saber: patrocinio, coleccionismo y
mecenazgo. El primero era la actitud más frecuente y tenía que ver con
criterios funcionalistas de tipo público, conmemorativos, didácticos o de
prestigio; el segundo aludía a criterios de tipo privado, de disfrute y de
placer; y el último comportaba una relación directa con el artista, el cual
dejaba de ser considerado como un mero artesano. Este punto es el que hace de
Felipe II uno de los personajes más destacados de la Europa del siglo XVI,
superando así el carácter medievalista de sus antecesores. Pudiendo citar como
ejemplos de esta relación los casos de Tiziano, con quien mantuvo una intensa
correspondencia o la protección que dispensó a Sánchez Coello, Navarrete el
Mudo, Antonio Moro o Gaspar Becerra entre otros.
Además elaboró
una política específica de patrocinio mediante una serie de organismos creados
para tal efecto como fueron: la Junta de Obras y Bosques, la Congregación de El
Escorial y el Consejo de Arquitectura, que tenían por misión controlar y
supervisar todas las obras que se realizaban, impidiendo que se desviaran de su
sentido programático, político e ideológico inicial. Con todo, no deja de llamar
la atención que el propio monarca vigilara personalmente la disposición de los
cuadros o que revisara su desarrollo, realizando todo tipo de anotaciones de su
puño y letra. Lo cual nos habla bien de la importancia que concedía a la imagen
regia y de la preocupación por el arte como signo de esta magnificencia, tanto
de su persona como de su dinastía.
En su conjunto
el programa artístico impulsado por Felipe II y su labor de mecenazgo no
desmereció del realizado por los más destacados monarcas y papas de su época
-baste compararlo con los planes de embellecimiento desarrollados por Sixto V
en torno a esos mismos años en Roma- por lo que resulta inexplicable la
tardanza histórica y la reticencia que determinados sectores han tenido en
reconocer sus logros, máxime cuando la única justificación que han esgrimido
siempre sus detractores se basaba en la tan manida “leyenda negra española”,
fundamentada en las exageradas críticas vertidas por Bartolomé de las Casas,
Antonio Pérez o Guillermo de Orange.
Por este motivo
es necesario otorgar a la empresa artística desarrollada por Felipe II y a su
labor de mecenazgo un valor trascendental dentro de la historia del arte.
Puesto que fue capaz de crear un estilo propio distintivo del arte español,
consiguió modernizar la producción de su tiempo formando a toda una generación
de artistas, e hizo de El Escorial -a pesar del declive producido en el XIX con
la Guerra de la Independencia y el reinado de José I Bonaparte, que dispersaron
gran parte de su legado artístico- la base de la futura colección que hoy
podemos admirar en el Museo del Prado.
Bibliografía
Checa Cremades, F.
Felipe II, mecenas de las artes. Madrid: Nerea, 1993.
García Cárcel,
R., y Bretos, M. La Leyenda Negra. Madrid: Anaya, 1990.
Morán Turina, J. M., y Checa Cremades, F. El coleccionismo en España: de
la cámara de maravillas a la galería de pinturas. Madrid: Cátedra, 1985.
Imágenes
Monasterio de El Escorial, grabado
de Perret a partir de un dibujo de
Juan de Herrera
Sobre el autor:
Graduado en Historia del Arte por la
Universidad de Oviedo y licenciado en Arquitectura por la Escuela Técnica
Superior de A Coruña. Actualmente cursa el Doctorado en Historia del
Arte y Musicología en la Universidad de Oviedo sobre Patrimonio y Restauración
Monumental.
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