Moneda de la época del emperador Adriano.
Durante la Antigüedad
estuvieron muy extendidas las creencias en los oráculos, profecías, vaticinios
o presagios, especialmente ligados a las figuras llamadas a desempeñar un papel
importante en la Historia. Si echamos una rápida ojeada a las biografías escritas
por Suetonio y Plutarco, podemos comprobar que existe una gran cantidad de
referencias a estos elementos. Ambos autores coinciden cronológicamente con el
reinado del emperador Adriano (117-138). Adriano guardó siempre especial
interés y predilección por la cultura griega. Prueba de ello es que dedicó
buena parte de sus viajes a visitar las polis griegas, las cuales serían objeto
del beneficio y la intervención imperial, e incluso, la Historia Augusta nos
cuenta cómo desde bien pronto recibió el sobrenombre de Graeculus, “grieguecillo”. A esto hay que añadirle un gran interés
por la religión y por la interpretación de los presagios y prodigios.
La adivinación era un
elemento más de la religión en el mundo antiguo y existían dos maneras de
aproximación a ella, bien mediante el influjo directo del dios, muy arraigado
en el mundo helénico, bien mediante la observación de señales, como en el caso
de la religión romana. Por otra parte, en el mundo grecolatino, los oráculos,
desde una perspectiva política, tenían un sentido de legitimación del poder.
Esto es especialmente palpable en la Grecia Antigua, como en el caso de Minos o
de Licurgo, quien establecería la famosa Rethra o constitución espartana
después de consultar al oráculo de Delfos, pero también en Roma con el Rey Numa
Pompilio. El respaldo de la divinidad en estos casos vendría a justificar el
establecimiento de leyes y el gobierno de los dirigentes.
Egeo, mítico rey de Atenas, consultando a la Pitia, el Oráculo délfico, sentada en un trípode.
En el caso de Adriano, su
ascenso al poder no estuvo exento de complicaciones. Nacido en Itálica, era
sobrino segundo del entonces emperador Trajano. Había desempeñado una carrera
política y militar conforme a la clase senatorial, pero, como recoge Dión
Casio, no habría recibido ningún honor especial de parte de Trajano, por
ejemplo, ser de los primeros en ser nombrado cónsul durante su reinado. En este
caso no encontramos una asociación al trono como césar, tal y como sí hicieran
otros emperadores, a saber, Vespasiano con su hijo Tito o Nerva con el propio Trajano.
A pesar de ello, su situación era ventajosa a la muerte de su tío, que se
disponía a regresar a Roma al no poder continuar la campaña pártica. Adriano
había quedado como legado en Siria y contaba con el apoyo de la emperatriz
Plotina y del prefecto del pretorio Atiano. En su lecho de muerte, gracias a la
intervención de estos dos últimos personajes, Trajano habría designado a
Adriano como su sucesor.
Representación de Adriano con ropajes griegos (estatua de época victoriana).
No obstante, el episodio no está del todo claro y el
propio Dión Casio relata que:
Mi
padre, Aproniano, que fue gobernador de Cilicia, se había enterado con total
precisión de toda la historia sobre él y solía relatar los diversos incidentes,
contando en particular que la muerte de Trajano fue ocultada durante varios
días para que se pudiese anunciar primero la adopción de Adriano. Esto, además,
quedó demostrado por las cartas de Trajano al Senado, pues no iban firmadas por
él, sino por Plotina, aunque ella nunca antes había hecho algo así.
También la Historia Augusta recoge distintas versiones de lo que pudo ocurrir. Según
esta fuente, Trajano pudo haber pensado nombrar sucesor a Neracio Prisco, haber
querido imitar a Alejandro Magno no habiendo dejado sucesor o dejado una lista
con posibles candidatos para que fuese el Senado quien escogiere o, incluso,
que la designación de Adriano se trató simplemente de un ardid de Plotina.
En cualquier caso, la
sucesión de Adriano, que proyectaba un programa político distinto al de su antecesor,
no estaba del todo clara. Tal es así que, antes de regresar a Roma, envió a
Atiano como prefecto del pretorio para preparar su llegada a la ciudad. Incluso
se llegó a eliminar físicamente a aquellos posibles aspirantes al trono que
pudieran hacerle sombra, como es el caso de Palma, Celso, Lusio Quieto y
Nigrino, partidarios y colaboradores de Trajano. En estas circunstancias,
Adriano se mostró favorable a cualquier elemento de legitimación que pudiera
fortalecer su posición.
Aquí es donde cobran
importancia los distintos vaticinios que pudieran augurar su ascenso al poder.
La Historia Augusta cuenta como Adriano, tras nuevas fricciones con su tío
segundo, decidió echar las suertes virgilianas (es decir, abrir una obra de
Virgilio al azar y tomar el texto que aparecía como un presagio) saliéndole
unos versos sibilinos que anunciaban la llegada al poder de Numa Pompilio, con
el que se identificaría. Igualmente, también recibiría la premonición de que
llegaría a ser emperador gracias a una respuesta procedente del templo de
Júpiter Nicéforo. Parece ser también que, en el contexto de las guerras
párticas, consultó el oráculo de Dafne en Antioquía para conocer su destino.
Así, después de mojar una hoja de laurel en la fuente Castalia, la retiró
cubierta de una escritura que anunciaba que algún día se haría cargo del
estado. El mismo Casio, nos dice que
mientras estaba en Antioquía, Adriano había tenido un sueño en el que un fuego
descendía de los cielos en un día claro y brillante y que éste caía sobre el
lado izquierdo de su garganta y luego sobre el lado derecho sin herirle ni causarle
temor. Más allá de la veracidad de estas historias, lo que nos interesa es que
Adriano, como otros emperadores en el pasado, no dudó en servirse de las
respuestas de los oráculos y en los presagios para apuntalar su legitimidad y
ascenso al poder.
Bibliografía
Blázquez, J, M., Adriano. Barcelona: Ariel, 2008.
Casio, D., Historia romana. Madrid: Gredos, 2004.
Espinosa Espinosa, D.,
“La adivinación en Roma: orígenes, fundamentación y crítica especulativa de su
práctica”, Polis: revista de ideas y formas
políticas en la Antigüedad Clásica 20 (2008): 43-72
Hernández de la Fuente,
D., “Oráculo y ley. Una aproximación a la influencia política de la adivinación
en la antigüedad”, Espacio, tiempo y
forma. Serie II, Historia antigua 22 (2009): 299-309.
Imágenes
Sobre el autor
Francisco Jesús Fraile
Delgado
Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla y actualmente
está cursando el Máster Universitario en Profesorado de Educación Secundaria,
por la especialidad de Geografía e Historia. Además, colabora en algunos
proyectos de investigación histórica local.
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