Son una gente única en su género y admirable entre todos los demás del mundo entero, sin mujeres y renunciando a la sexualidad enteramente, sin dinero ni otra compañía que las palmeras.
Plinio, Historia Natural, 5, 17.4
Según Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d. C., la
sociedad judía estaba dividida en una gran masa de individuos anónimos, más o
menos observantes de la Ley, y una serie de grupos que realizaban sus prácticas
de una forma especialmente rigurosa y que vivían su religión con más
intensidad. Estos últimos grupos son designados por Josefo como “filosofías” o
“escuelas filosóficas”, aunque la bibliografía actual los trata como “sectas”
del judaísmo.
Supuesto retrato de Flavio Josefo
Son cuatro las “sectas” con un mayor número de seguidores:
la de los saduceos, formada por la clase dirigente de rango sacerdotal que se
encontraba en el Templo y la capital; la de los fariseos, un movimiento
orientado a la restauración de Israel y que era, por la influencia que poseían
sobre las gentes, los verdaderos dirigentes del pueblo judío; los celotas, un
grupo formado por el pensamiento contrario a la helenización de Israel que
llevaba a cabo constantes rebeliones; y, por último, los esenios.
La teoría más aceptada sobre el surgimiento de este grupo
judío es la que relaciona a los habitantes de Qumrán (lugar en el que se
descubrieron, entre 1946 y 1956, una gran cantidad de textos de contenido
religioso, fechados entre los siglos III – I a. C. y conocidos como los
“Manuscritos del Mar Muerto”) con el movimiento esenio y coloca los orígenes
del mismo en el grupo de los hasidim
de época macabea. Serían una especie de escisión de este grupo (caracterizado
por estar muy apegado a la Ley de Moisés) por no estar de acuerdo con la
política llevada a cabo por Jonatán, que sería en ese momento sumo sacerdote
del Templo y líder del partido nacionalista.
Josefo asegura en Antigüedades
de los judíos que, en el siglo I a. C., los esenios eran un grupo de en torno
a cuatro mil personas en toda Judea. Vivían en comunas en el extrarradio de las
ciudades, aunque algunos de ellos se habían retirado de ellas y habían roto con
el Templo por conflictos en el calendario con el resto de los esenios y el
desacuerdo con el sacerdocio. Estos esenios escindidos formaron la comunidad de
Qumrán en el desierto del Mar Muerto, pues creían ser el último resto del
verdadero Israel.
Ruinas de Qumrán
Una de las características principales en la cosmovisión de
los esenios es el fuerte determinismo. Para ellos, todo lo que ocurra está
determinado previamente por Dios, todos los seres están predestinados, Dios
crea sabiendo ya cual será el destino de lo creado. Sin embargo, también creían
en una relativa libertad de acción por parte de los seres humanos, y que éstos
debían escoger la senda del bien (de la mano de los ángeles) dejando de lado la
senda del mal (unida a Satán). Poseían una gran cantidad de libros de
literatura religiosa propia, que estudiaban y aceptaban como sagrados con la
misma intensidad que las mismas Escrituras. Estos libros versaban sobre el
origen de la comunidad y los preceptos de la misma. Algunos esenios
consideraban que podían adivinar e interpretar el futuro a través de los textos
sagrados.
Los esenios estaban totalmente convencidos de la proximidad
de la llegada del Reino de Dios, que vendría tras la lucha contra el mal,
representado por todos aquellos pueblos que rechazaban la Ley de Moisés,
principalmente los romanos. Las ideas mesiánicas de los esenios eran muy
diversas, aunque la doctrina más generalizada es la creencia en la venida de un
mesías doble: uno sacerdotal, encargado del cumplimiento de la Ley; otro
guerrero, que libraría las batallas contra los extranjeros que dominaban
Israel.
Entre sus creencias se encontraban también la concepción
corruptible del cuerpo y la inmortalidad del alma. Consideraban el cuerpo como
una cárcel temporal. Como los griegos, pensaban que a las almas buenas les
estaba reservada una morada más allá del Océano, y a las malas una caverna
oscura. Eran muy respetuosos con Dios y con Moisés, hasta el punto de que todo
el que blasfemara contra ellos era castigado con la muerte. La observancia del
sábado era muy estricta: era un día en el que ni si quiera se atrevían a mover
los objetos de lugar o a atender sus necesidades naturales.
Los interesados en ingresar en el grupo de los esenios
recibían tres insignias: una azuela, un mandil y una túnica blanca. Tras tres
años de preparación, hacían un juramento en el que la persona se comprometía a
una franqueza total con los hermanos y a guardar secreto ante los extraños
acerca de las doctrinas de la orden. Solo tras este tiempo de preparación
podían integrarse plenamente en la comunidad.
Eran admitidos solamente adultos, pero guardaban consigo a
sus hijos para educarlos en sus principios. Muchos de ellos eran célibes, pues
observaban a la mujer como algo corrupto, aunque el matrimonio no les estaba
prohibido. Josefo lo cuenta así en una de sus obras:
Desprecian el matrimonio, pero adoptan hijos de otros mientras aún son
dóciles a sus enseñanzas (…) y los modelan según sus costumbres. (…) Se guardan
de la lascivia de las mujeres y están persuadidos de que ninguna guarda
fidelidad a uno solo.
Poseían una enorme cantidad de rituales, normalmente
relacionados con abluciones de purificación y oraciones. Según las palabras de
Josefo:
Para con la divinidad solo dicen son verdadera y singularmente
piadosos. Así, antes de que nazca el sol (…) solo dicen ciertas oraciones
tradicionales dirigidas a él. Después (…) de trabajar con tesón hasta la hora
quinta (…) se lavan el cuerpo con agua fría (…) y van juntos a un edificio
especial (…), un recinto sagrado. (…) El sacerdote dice una oración antes de la
comida y nadie puede probar cosa alguna antes de la oración, después de comer
añade una nueva oración; de forma que, tanto al principio como al fin, veneran
a Dios como suministrador de lo necesario para la vida. Luego (…) vuelven
nuevamente a sus trabajos hasta el atardecer.
Entre los esenios, nadie poseía más que otro, pues había una
especie de organismo administrativo que se quedaba con todos los bienes que la
persona tuviera y se repartían para todos igual. Ocurre esto también con los
salarios que ganan generalmente en la agricultura, que era el trabajo más común
entre los esenios. Les estaba prohibido dedicarse al comercio, así como comprar
o vender cualquier cosa. Si necesitaban algo o se ponían enfermos, se les
atendía desde el fondo común. Lo describe Josefo de esta forma:
Son despreciadores de las riquezas (…) siendo imposible hallar entre
ellos alguno que posea más que los otros (…), todos tienen, como hermanos, un
solo patrimonio.
Estaban considerados
por Filón y Josefo como auténticos maestros de moral. Eran, en resumen,
abstemios, sencillos y parcos en sus deseos. Comían y bebían lo justo para
saciar el hambre y la sed. Evitaban las emociones pasionales, ya fuera deseo
sexual, la rabia o la ira y no optaban a grandes posesiones, solo a lo que les
era necesario, desechando únicamente lo que iba quedando inservible por el uso.
Aunque en general se establezca el esenismo como una
corriente paralela a la de los fariseos o los saduceos, algunos investigadores,
como el teólogo protestante Emil Schürer, los diferencian de entre estas
corrientes al no formar un partido político, sino más bien una especie de
“orden monacal”.
BIBLIOGRAFÍA
Alvar, J., Blázquez, J.M., Fernández Ardanaz, S., López
Monteagudo, G., Lozano, A., Martínez Maza, C., Piñero, A., Cristianismo Primitivo y Religiones Mistéricas. Madrid: Cátedra,
2010, 66 – 74.
Piñero, A., Guía para
entender el Nuevo testamento. Madrid: Trotta, 2011, 101 – 104.
Schürer, E., Historia
del Pueblo Judío en tiempos de Jesús (Vol.II). Madrid: Ediciones Cristiandad,
1985. 719 – 739.
IMÁGENES
Flavio Josefo: https://es.wikipedia.org/wiki/Flavio_Josefo
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